Los cambios en la estrategia de Rusia sobre el Mar Negro

Siete meses antes de lo previsto, el 16 de mayo Putin inauguró el puente del estrecho de Kerch, que conecta por tierra la península de Crimea con Rusia, lo que pone de manifiesto que en el Mar Negro todo es muy diferente del Báltico, que tras el desmantelamiento de la URSS ha caído en las zarpas de la OTAN, donde se dedica a su juego favorito, con toda suerte de provocaciones navales y martítimas.

Mientras la OTAN se introducía en el Mar Báltico, Rusia se concentraba en el sur. Las Guerras del Donbas y Siria así lo indican.

En tiempos de Catalina la Grande, en la segunda mitad del siglo XVIII, el artífice de la politica rusa en el Mar Negro era el príncipe Grigori Potemkin, una especide de virrey de la “Nueva Rusia” (Novorossiia), es decir, de la expansión zarista hacia los territorios del Imperio Otomano, para quien el Mar Negro era un lago interior.

A mediados del siglo XIX, Nicolás I y su ministro de Asuntos Exteriores, Karl Nesselrode, cambiaron las relaciones entre Rusia el Imperio Otomano para romper su tradicional asociación con las potencias de Europa Occidental. En 1833 ambas potencias firmaron el Tratado Unkiar Skelessi. A cambio del acceso al Mediterráneo a la Marina Imperial rusa, el sultán recibió el pleno apoyo del zarismo.

Las relaciones de buena vecindad entre rusos y otomanos duraron muy poco tiempo por la presión de británicos y franceses, que en 1853 desataron la Guerra de Crimea, en la que Rusia sufrió una derrota traumática: Sebastopol cae, el Tratado de París prohibe la entrada de buques de guerra en el Mar Negro.

Desde entonces ambas potencias se han enfrentado casi siempre, bien de manera directa o a través de intermediarios. En 1877 estalla una nueva guerra en la que los zaristas quieren imponerse en los Balcanes con el pretexto del paneslavismo. En el Tratado de San Estéfano Turquía reconoce la soberanía rusa en las regiones eslavas u ortodoxas del Cáucaso, lo que obliga los británicos y austriacos a reaccionar en el Congreso de Berlín para impedir que Rusia interrumpa el tránsito hacia la India.

En la Primera Guerra Mundial, la Sublime Puerta se alineaba con las potencias centrales, mientras Rusia con británicos y franceses, al tiempo que ambos imperios desaparecen, lo que condujo a una época de buena vecindad. Si el zarismo se había expandido territorialmente, en 1921 los soviets cedieron a Turquía las regiones de Kars y Ardahan. En 1925 ambos países firmaron un tratado de amistad y en 1936 el de Montreux, que define el trásito por los Estrechos del Bósforo y Dardanelos hacia el Mar Negro.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los imperialistas rompen la buena vecindad introduciendo a Turquía de cabeza en una organización, como la OTAN, que se definía por un supuesto atlantismo. Eso supuso la instalación de misiles nucleares en las mismas narices de la URSS que derivó en la crisis de 1962.

Tras la desaparición de la URSS, en Moscú siguen suspirando por las buenas relaciones con Estados Unidos y Europa occidental; lo que concierne a Turquía ocupa un lugar muy secundario. Pero ambos países siguen en bandos opuestos en las guerras de los Balcanes y de Chechenia.

Quien arroja a uno en los brazos del otro es el imperialismo. Rusia fracasa en camelar a las potencias occidentales tanto como Turquía en ingresar en la Unión Europea. El fracaso no sólo refuerza sus vínculos mutuos, sino también con los demás Estados de la región y, muy especialmente, con Irán y los países del Cáucaso.

Al mismo tiempo las contradicciones con los imperialistas han ido creciendo, al mismo ritmo que desataban las Revoluciones de Colores y Primaveras Árabes, lo que culminó en la Guerra de Siria y el Golpe de Estado en Kiev, dos fenómenos mucho más relacionados de lo que parece a simple vista.

Además de marginar al imperialismo, los acuerdos de Astana demuestran la capacidad de los Estados de la región para resolver por sí mismos conflictos tan peliagudos como la Guerra de Siria y la decisión de retirarse del acuerdo nuclear iraní ha acabado por sacar a Estados Unidos de la región.

En el primer semestre, el comercio entre Rusia y Turquía ha crecido un 37 por ciento; ahora Turquía es el cuarto socio comercial de Rusia. Este año los hoteles de Turquía esperan recibir seis millones de turistas rusos.

Para el año que viene Rusia habrá terminado de construir la central nuclear de Akkuyu, que satisfará el 10 por ciento de las necesidades energéticas de Turquía.

El gasoducto Turkish Stream, actualmente en construcción, suministrará gas ruso no sólo a Turquía sino a todo el sur de Europa y los Balcanes.

Aunque sigue siendo miembro de la OTAN, Turquía ha comprado los sistemas rusos de defensa antiaérea SS-400, por lo que el Pentágono ha boicoteado la entrega de los cazas de combate F-35.

No obstante, las relaciones entre Rusia y Turquía no son idílicas. El caso de Siria es conocido; el caso de Georgia no lo es tanto. Pero además, Erdogan mantiene inmejorables relaciones con el gobierno fascista de Kiev, le vende armamento y no reconoce a Rusia ningún derecho sobre Crimea.


El puente de Kars que comunica Crimea con Rusia por tierra

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