Tras participar en la invasión de Irak, las fuerzas especiales británicas fueron desplegadas en Siria en 2012. Entraron para apoyar a los grupos yihadistas alzados contra el gobierno de Bashar Al Assad. Al año siguiente les encomendaron la tarea de identificar objetivos militares antes de una campaña de ataques aéreos a la que los parlamentarios británicos finalmente se opusieron.
El SAS podía utilizar “cualquier medio” para liquidar o capturar a sus objetivos.
El secreto que rodeó la participación de la unidad en Siria fue tan estricto que cuando un francotirador del SAS, Matt Tonroe, murió en 2018 tras la explosión accidental de una granada, fue presentado como miembro del Regimiento de Paracaidistas.
A causa de una de sus operaciones en Siria, cinco soldados del SAS fueron detenidos por crímenes de guerra. Les acusaron de usar una “fuerza excesiva” en el asesinato de un sirio y orquestaron el correspondiente montaje. Pusieron un chaleco suicida cerca de su cadáver, aunque no lo llevaba puesto en el momento en que fue asesinado. Los cinco soldados negaron las acusaciones y dijeron que creían que representaba una amenaza real (*).
Están siendo investigados por la Unidad de Delitos Graves de la Defensa (DSCU) desde 2022, pero es dudoso que se inicie algún procesamiento.
Las crímenes del SAS eran ampliamente conocidos en los niveles más altos. Pero los altos oficiales de las fuerzas especiales no hicieron nada para castigarlos, o incluso para investigarlos adecuadamente.
Tira la piedra y esconde la mano
Desde principios de los años cincuenta, la táctica del SAS consiste llevar a cabo operaciones policiales que acaban en feroces matanzas, lo que en Latinoamérica se llamaron “escuadrones de la muerte”. Luego la consigna de “disparar a matar” fue ampliamente practicada en Kenia, Malasia, el norte de Irlanda y luego en la “guerra contra el terrorismo”, en particular en Afganistán, Irak y Siria.
Es un legado colonial que se ha convertido en una costumbre militar británica. Desde principios de la década de 2010, las fuerzas especiales británicas han participado en operaciones encubiertas en diecinueve países, la más reciente en Gaza. El uso de fuerzas especiales es un intento de estar en todas partes al mismo tiempo, lo que refleja la ambición de aparentar que sigue siendo una potencia digna de sentarse en el Consejo de Seguridad de la ONU.
La consecuencia de la consigna de “disparar a matar” es la de “licencia para matar”, el secreto y la ocultación de los crímenes. Como en otros países, en Reino Unido las fuerzas especiales (SAS, SBS, SRR) están protegidas por un secreto aún más estricto que el que rodea a los servicios de inteligencia y seguridad (MI5, MI6 y GCHQ).
Las fuerzas especiales pueden desplegarse en cualquier parte del mundo sin la aprobación de la Cámara de los Comunes y sus acciones no están sujetas a ningún tipo de supervisión. Dependen únicamente del Primer Ministro y del Ministerio de Defensa.
El Parlamento queda fuera. Por es a la Comisión de Inteligencia y Seguridad se le negó la oportunidad de interrogar al SAS sobre los crímenes de guerra de los que se les acusa.
Además, con los años los medios de comunicación británicos han fabricado un mito sobre el SAS como unidad de élite, altamente profesional, eficaz y pulcra. Pero los crímenes de guerra cometidos en Afganistán, Irak y Siria han acabado con esa imagen.
La jerarquía militar también ha sido cuestionada por su decisión de encubrir estos abusos. Pero es impensable que se inician procedimientos judiciales contra sus miembros, aunque el armario esté lleno de cadáveres.
(*) https://www.aa.com.tr/en/europe/5-british-sas-soldiers-arrested-on-suspicion-of-alleged-war-crimes-in-syria/3156487