Las constantes de la política exterior soviética (y2)

Juan Manuel Olarieta

La política soviética en Afganistán demuestra las constantes fundamentales del conjunto de su política exterior a lo largo de un siglo, que no ha cambiado sustancialmente porque, a pesar de la caída de la URSS, el enfrentamiento es el mismo. Desde la guerra civil, y con excepciones efímeras, la URSS se tuvo que mantener en una situación estratégica defensiva, lo cual indica una abrumadora superioridad de fuerzas por parte del imperialismo, bien entendido que cuando a partir de 1945 me refiero a «fuerzas» aludo también al armamento nuclear.
En la lucha de clases, tanto si se trata de la política interior como de la exterior, quien tiene la hegemonía no sólo dicta las reglas del juego sino que pone a los demás a la defensiva. No es posible sustraerse a esa situación, como le ocurrió a la URSS a lo largo de toda su historia. Los imperialistas llevaron la guerra civil al interior de la URSS, impusieron el bloqueo y la dejaron fuera de la Sociedad de Naciones durante más de una década.
Las reglas diplomáticas no sólo se pueden cambiar sino que la URSS logró cambiarlas en 1945 a costa de 35 millones de muertos, una guerra como jamás ha conocido la historia y la devastación absoluta del país. A la URSS los imperialistas no le regalaron nada y al mundo tampoco. Si durante varias décadas hubo etapas de paz relativa sobre la faz de la Tierra, fue única y exclusivamente gracias al esfuerzo de la URSS, de los demás países socialistas, del movimiento obrero mundial y de la lucha del Tercer Mundo.
No obstante, los cambios de la posguerra no alteraron sustancialmente la correlación de fuerzas, que siempre fue favorable al imperialismo, lo cual explica, además, la consolidación del revisionismo en el interior del PCUS y, finalmente, la destrucción que propició de la propia URSS. El revisionismo no es otra cosa que una capitulación ideológica y política ante la burguesía y el imperialismo, consecuencia de una correlación de fuerzas desfavorable. «El pescado se pudre a partir de la cabeza», decía mi abuela. Progresivamente desde 1956 la influencia y la presión imperialistas se transmiten a todas las esferas económicas, sociales, militares y diplomáticas de la URSS y demás países socialistas.
La diplomacia soviética estuvo siempre a la defensiva en todos los terrenos y, como cualquier estratega reconoce, las ofensivas soviéticas, incluidas las que se produjeron en el terreno militar, no fueron otra cosa que contrataques. Respondieron al principio de que no hay mejor defensa que un buen ataque. Los planteamientos pacifistas que sostienen lo contrario son absurdos; no se puede planificar una guerra sólo para detener los golpes del enemigo y no para devolvérselos, escribió Clausewitz (1).
Afganistán no fue un ataque sino un contrataque soviético basado en una defensa anticipada de las líneas fronterizas, idéntica a otras muchas que se sucedieron a lo largo de la historia de la URSS, como las de la guerra civil, la guerra de Finlandia, el levantamiento húngaro o la Primavera de Praga. Sin embargo, por su propia forma de desencadenarse, los «historiadores» exponen este tipo de acciones fuera de contexto, como si fueran algo por sí mismas. Entonces hablan de agresión o de expansión. Hablan del ataque pero no del contrataque. Ven una ofensa donde sólo hay defensa.
La guerra de Afganistán es el mejor ejemplo de ello. El ejército soviético interviene masivamente en 1979 por los mismos motivos por los que invervino en el mismo lugar 60 años antes. Lo explicó Lenin en 1919 en respuesta a un cuestionario que le envió un periodista estadounidense en 1919, en el que menciona expresamente a Afganistán: la política bolchevique hacia los países musulmanes, dice Lenin (2), se basa en el mismo principio a un lado y otro de la frontera: la autodeterminación.
La URSS nunca dejó de intervenir en Afganistán y afirmar que en dicha intervención hubo algún interés imperialista o económico es una verdadera estupidez, quizá tanto como decir que actuó desinteresadamente o con meros objetivos altruistas. La URSS actuó en interés mutuo, es decir, de ambos países. Por lo tanto, también actuó en provecho propio, algo que no pueden decir los imperialistas porque, a diferencia de la URSS, sus políticas están en contradicción con los intereses de los pueblos oprimidos del mundo entero.
Hay que consignar también que la URSS no actuó en interés de un partido «prosoviético», el PDPA, como dice la propaganda imperialista, sino en interés de Afganistán, por lo que la política soviética hacia Afganistán se mantuvo bajo diferentes gobiernos locales.
Plantear la ocupación soviética de una manera unilateral, sin tener en cuenta el aspecto fundamental, que es la propia presión imperialista, es un error casi tan grande como centrar el objetivo en Afganistán y no en la propia URSS: atacando Afganistán el imperialismo atacaba a la URSS. El objetivo no era Afganistán sino la URSS. La propia envergadura de la Operación Ciclón demuestra que de ninguna forma estaba destinada a alterar la correlación de fuerzas en un país tan frágil como Afganistán. Hasta la fecha de hoy la Operación Ciclón ha sido la mayor operación de la CIA en toda su historia, la más larga y la más costosa.
La Operación Ciclón se basaba en viejos proyectos similares del imperialismo que nunca se habían llevado a cabo porque hasta ese momento sus prioridades estaban en otras regiones, como Vietnam. No cabe duda de que la derrota del imperialismo en 1975 es el detonante inmediato para la puesta en marcha de la intervención en Afganistán. El imperialismo retrocedió en el Extremo Oriente para centrarse en Asia central, una región que le situaba a las puertas tanto de la URSS como de China.
En la posguerra se habló del «cordón sanitario» que el imperialismo había impuesto en torno a la URSS, si bien se hacía referencia a las bases militares cercanas a la frontera en las que los misiles de largo alcance y la aviación imperialista tenían una enorme capacidad de penetración en suelo soviético con armamento nuclear. Esta política agresiva supuso un cambio radical en la política exterior de Estados Unidos, la llamada doctrina Truman, que habilitaba para intervenir militarmente fuera de sus fronteras en tiempos de paz.
Pero el aspecto militar era sólo una parte de aquel cordón sanitario. El otro era la creación a un lado y otro del perímetro soviético de disturbios internos cuya naturaleza dependía del recorrido geográfico de las dilatadas fronteras. Un estudio de las mismas muestra la existencia de dos cuerdas, una primera en Europa oriental, donde tras el Telón de Acero Estados Unidos mantuvo y alimentó la subsistencia del nazismo. Una segunda seguía el curso del Mar Negro y atravesando el Caúcaso y Asia central llegaba hasta el Extremo Oriente, donde Estados Unidos alimentó las corrientes fundamentalistas, panislamistas, panturquistas, entre otras.
La Operación Ciclón no es otra cosa que una reedición de los viejos proyectos imperialistas de atacar a la URSS por el Cáucaso manipulando fuerzas religiosas. Simétricamente el llamado «expansionismo» soviético y ruso tampoco es otra cosa que una maniobra defensiva: el intento de apagar los incendios que el imperialismo fue provocando al otro lado de su perímetro fronterizo.
Con plena legitimidad alguien se preguntará si la diplomacia de un país depende de la naturaleza política del Estado, una duda especialmente relevante en referencia a la política exterior de la URSS y de Rusia. La respuesta sólo puede ser afirmativa: en efecto, la política exterior de Rusia cambió radicalmente en 1917 tras la llegada de los bolcheviques al gobierno, no sólo por lo que ya explicó Lenin sino por el propio Decreto de Paz aprobado por el primer gobierno revolucionario.
Es más, los bolcheviques no sólo cambiaron la política exterior de Rusia sino que cambiaron radicalmente toda la política exterior practicada hasta entonces a lo largo de la historia, lo que se resume en varias conquistas, la más importante de las cuales es el derecho de autodeterminación de las naciones, y a los distraídos hay que recordarles que este derecho empezó por la propia URSS en todos los sentidos posibles, pero especialmente en el de que la URSS no sólo se ganó su derecho a decidir sino algo mucho más importante, su derecho a existir, lo que en 1945 costó pagar un precio muy elevado: enterrar millones de cadáveres.
La posguerra fue un reconocimiento por parte del imperialismo no sólo de la existencia sino también de la fortaleza de la URSS. El III Reich no derrotó, y mucho menos fulminantemente, al ejército soviético, como ellos habían calculado. El Tratado de Yalta, el famoso «reparto del mundo» del que habla la propaganda imperialista, fue ese reconocimiento, al que siguió la creación de la ONU y el derecho de veto que conquistó la URSS.
A ello se sumaron los movimientos de liberación nacional, también enfrentados al imperialismo y que contaron con el respaldo de los países socialistas, e incluso se calificaron a sí mismos como socialistas.
Estas victorias condujeron a suponer que el bloque socialista había ganado un estatuto tal que la «contradicción principal» en el mundo era la que enfrentaba al capitalismo con el socialismo y la URSS se arrogó la representación de dicho bloque, con consecuencias lamentables, como la firma en 1963 del Tratado de No Proliferación Nuclear que está en el origen de las hoy tan invocadas «armas de destrucción masiva», cuya naturaleza Enver Hoxha explicó claramente en aquel mismo momento:
«La línea que sigue Jruschov se ajusta a la política de los imperialistas norteamericanos y está a su servicio. El tratado ‘sobre la no proliferación de armas nucleares’, firmado últimamente en Moscú, es un tratado concebido y dictado por los norteamericanos y aceptado sin ninguna modificación por Jruschov. Los imperialistas norteamericanos quieren el monopolio de las armas nucleares. Jruschov se lo dio. Los norteamericanos hablan de la ‘paz’, también lo hace Jruschov que es un lacayo de la burguesía, pero entre tanto los norteamericanos se preparan para la guerra, aumentan sus stocks de bombas atómicas para sí y para sus amigos, mientras que Jruschov desarma a sus amigos y, con su pacifismo, desarma a los pueblos. Esto significa acudir en ayuda de los norteamericanos»(3).
La fortaleza y el reconocimiento internacional de la URSS no apaciguó al imperialismo sino que le obligó a cambiar de estrategia, poniendo en marcha la «doctrina de la contención» de Kennan, antiguo diplomático estadoundense en Moscú, que abandonaba al posibilidad de acabar con la URSS mediante ataques militares, que siempre habían acabado en otros tantos fracasos: «El antagonismo soviético-norteamericano -escribió Kennan- podía ser grave sin que hubiese que recurrir forzosamente a la guerra para resolverlo», lo cual hay que entender en el nuevo sentido que Kennan quiere darle a la guerra, que ya no es la «guerra total» sino sólo una «guerra limitada»(4). El arquitecto de la «guerra fría» definía así la nueva política del imperialismo a partir de 1945. La URSS no tendría tregua en ningún caso.
Por consiguiente, es obvio que la política exterior depende de la clase en el poder; no es la misma con la burguesía que con el proletariado, bajo el capitalismo que bajo el socialismo. Pero depende también de muchos otros factores y, fundamentalmente, de la presión del imperialismo. La experiencia demuestra, además, que esos factores han tenido un carácter determinante, que a pesar de los importantes retrocesos, el imperialismo seguía siendo la fuerza hegemónica y que el bloque socialista y los movimientos de liberación nacional eran mucho más endebles de lo que parecía a primera vista. En la lucha contra el imperialismo las victorias de la revolución siempre se obtuvieron en países periféricos y, por importantes que fueran, no eran capaces de desequilibar la balanza de fuerzas a escala mundial.
En contra de toda la experiencia histórica acumulada, a partir de 1956 los revisionistas al frente del PCUS ponen en marcha una cascada de concesiones al imperialismo que, como explicaba Enver Hoxha, estimulan aún más la agresividad de Estados Unidos. Ni siquiera la última de sus concesiones, el desmantelamiento de la propia URSS, les resulta suficiente porque, a pesar de las declaraciones solemnes de la Guerra Fría, para el imperialismo nunca se trató de la naturaleza de clase del Estado soviético sino del propio Estado, cualquiera que fuera. Así lo demostró la etapa de Yeltsin durante 10 años al frente de Rusia. Estados Unidos no se va tomar ni un respiro hasta lograr despedazar a Rusia, algo que no logró el III Reich con la URSS. Ese ha sido siempre el objetivo de la guerra de Afganistán, de la del Cáucaso y de la de Ucrania.
El grado de desarrollo alcanzado por el imperialismo en la actualidad deja muy poco margen de actuación para aquellos países que, como los Brics, buscan otras alternativas para sacudirse el yugo asfixiante de Estados Unidos. Esas alternativas son otros tantos contrataques. Calificarlos de agresividad y de expansionismo es ocultar la otra media mitad que, finalmente, es siempre la determinante.

(1) Karl von Clausewitz: De la guerra. Estrategia y táctica, Barcelona, 2006, pg.253
(2) Lenin, Respuesta a las preguntas de un periodista norteamericano, Pravda, 25 de julio de 1919.
(3) Hoxha: Reflexiones sobre China, Tirana, 1979, pg.57.
(4) George F. Kennan: Memorias de un diplomático, Barcelona, 1971, pgs.246 y 254.

comentario

  1. La búsqueda de la verdad tiene un truco que muy raramente se menciona: todo individuo que busca la verdad, lo hace desde un paradigma.
    Darse cuenta desde que paradigma se investiga, es fundamental para lograr entender lo que ocurrió con el socialismo en el siglo 20.

    En este artículo me ha impresionado gratamente que hacia el final del artículo, Olarieta diga:
    "a pesar de las declaraciones solemnes de la Guerra Fría, para el imperialismo nunca se trató de la naturaleza de clase del Estado soviético sino del propio Estado, cualquiera que fuera".

    Esa verdad que expone Olarieta me pareció que proviene de un paradigma más amplio que el de intentar explicar todo mediante la lucha de clases.
    En efecto, si bien occidente quería "matar el niño en la cuna", como decía Churchill respecto del naciente socialismo en Rusia, más importante era apoderarse de la riquezas en recursos naturales del inmenso imperio. El surgimiento de la Urss no cambió el objetivo de destruir el Estado, "cualquiera que este fuera", como dice Olarieta.

    El acceso a los recursos naturales de un país por algún imperialismo, es independiente de si en ese país gobiernan los proletarios o quien sea, pero los marxistas del siglo 20 estaban demasiado condicionados por el paradigma marxista de la lucha de clases y su cuestión esencial, quien se apropia y que hace con el plusproducto.
    Hitler lo dijo a propósito del General Plan Ost: Alemania no podrá ser un imperio si no accede a las inmensas riquezas que existen hasta los Urales. Para Hitler, un país gobernado por obreros, más que una opción que hubiera que hacer desaparecer de la faz de la tierra, era un despreciable engendro que, por ser obreros, sería muy fácil de aplastar.
    Demos gracias a dios que Hitler mirara como basura a los obreros, ya que eso lo llevó a tirarse derecho sobre Moscú, que si los hubiera mirado como un adversario de respeto, se hubiera dirigido derecho al Mar Caspio, como lo intentó hacer luego de fracasar con Moscú, con lo cual los tanques y los aviones alemanes no se hubieran detenido por falta de combustible.

    Para entender la catástrofe del siglo 20, para encontrar la verdad, es necesario tener muy claro que la verdad que se encontrará dependerá del paradigma.
    No se puede buscar la verdad de lo ocurrido en el siglo 20 aplicando el mismo paradigma de lucha de clases, exclusivamente, ya que pudiera ser parte de la catástrofe ocurrida. Ese paradigma debe someterse a un estudio crítico.
    Excelente que Olarieta muestre que el ataque a la Urss se hizo para no solo destruir un estado socialista, sino para destruir el propio estado, cualquiera que este fuera.

    La explicación de Olarieta sobre lo actuado por la Urss, luchar siempre por su supervivencia, incluso en el caso de Afganistan, es muy lúcido.
    Es evidente que el paradigma de Olarieta es bastante más robusto que aquel de la mayoría de la gente de izquierda. Felicidades.

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