La verdadera naturaleza de los crímenes fascistas

Brenton Tarrant
La reciente matanza de 49 personas en Nueva Zelanda ha vuelto a pasar desapercibida porque su sello no es el islam sino el cristianismo y, naturalmente, porque las víctimas tampoco entran dentro del guión.

Por supuesto, otro de los motivos para tender la cortina de humo también es típica y consiste en desconectar a determinadas religiones -y no a otras- con el fascismo. De ese modo se oculta también la verdadera naturaleza del fascismo, algo que en España resulta imperdonable. ¿La guerra civil no fue un “cruzada” para los fascistas?

Sin embargo, el Primer Ministro australiano calificó al autor de la matanza, Brenton Tarrant, como un “violento terrorista de extrema derecha”. En ocasiones es reconfortante leer que este tipo de crímenes no los cometen “locos”, o que no se trata sólo de los famosos “delitos de odio”.

Las cortinas de humo no sólo desconectan al fascismo de determinadas religiones sino también de fenómenos, como el racismo, a pesar de que el 18 de junio de 2015 Dylan Roof atacó una iglesia afroamericana de Charleston, Estados Unidos, matando a 9 creyentes negros con el objetivo declarado de provocar una “guerra racial”.

En 2017 Alexandre Bissonnette atacó una mezquita de Quebec matando a 6 personas e hiriendo gravemente a otras cinco. Ese mismo año Darren Osborne atacó la mezquita de Finsbury Park en Londres y mató a una persona.

Por su parte, Brenton Tarrant explicó en una declaración que había cometido su crimen a causa de la derrota de Marine Le Pen en las elecciones presidenciales francesas de 2017 frente a un candidato “antiblanco”.

Como se ve, tampoco es posible decir que las matanzas tengan un carácter local, ya que se han cometido en países diferentes, que no forman parte del mundo árabe sino de las potencias occidentales más poderosas.

Desde 2007 hay un aumento de los ataques fascistas en Estados Unidos, según el CTC (Centro de Lucha contra el Terrorismo) de la Academia Militar de West Point.

Por estos lares los tertulianos explican el famoso “auge de la ultraderecha” y los crímenes fascistas como secuelas de la inmigración. A partir de ahí, los “expertos” de pacotilla siguen argumentando sobre el “miedo” a la una pérdida de la “identidad europea”, que es blanca y cristiana.

Pero en Europa los musulmanes, por ejemplo, no llegan al 5 por ciento de la población y en Estados Unidos representan el 1,1 por ciento. Quieren dar la impresión de que el islam es mucho más “contagioso” que cualquier otra religión. Un musulmán permanece en su religión toda la vida, sus hijos seguirán siendo musulmanes siempre y si un cristiano se casa con un musulmán, abandonará su religión para adoptar la otra. Dentro de poco todos los europeos seremos musulmanes.

A su vez, asocian al musulmán con el extranjero y el emigrante para aparentar una especie de “invasión”. La cadena de argumentos falsos no se detiene nunca. La inmigración no tiene nada que ver con las guerras que el imperialismo ha desatado en la otra orilla del Mediterráneo, ni tampoco con los “noticias” que para justificarlas han propalado las cadenas de intoxicación.

Parece, pues, que lo mejor para acabar con el fascismo es acabar con la emigración y, de paso, con los emigrantes, es decir, una continua fuga hacia adelante en busca de señuelos para seguir ocultando que el fascismo es consecuencia del imperialismo, y que es imposible acabar con él y con sus lacras sin acabar con el capitalismo.

No se puede acabar con los crímenes fascistas cuando se les niega su condición de tales con eufemismos como la ultraderecha, o el totalitarismo, o el odio, o el supremacismo.

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