Si uno se da cuenta de que le roban la cartera se revuelve, pero no ocurre lo mismo cuando lo que le roban es el lenguaje, y todo saqueo ideológico empieza por cambiar el lenguaje, por imponer un nuevo vocabulario, que no es otra cosa que la introducción subrepticia de una ideología.
El lenguaje expresa el pensamiento. La mayor parte de las veces basta atender a las palabras que alguien utiliza para conocer su manera de pensar. Un vocabulario pobre, por ejemplo, indica un pensamiento rudimentario. “Díme cómo hablas y te diré quién eres”.
Hace cien años existía el racismo, que se apoyaba en el color de la piel y escondía una discriminación de clase social. A partir de los años setenta el racismo adquiere una forma cultural que progresivamente se transforma en religiosa.
Hoy internet es un filón para el análisis del lenguaje y sus cambios. En tiempos de las Cruzadas se hablaba de los “sarracenos”, luego de los moros y ahora las alusiones se dirigen hacia el islam.
En España las diferentes alusiones proceden del mito de la “Reconquista” medieval y en otros países europeos del colonialismo y de la descolonización, hasta que finalmente se han vinculado a la explotación de la fuerza de trabajo de origen “extranjero”.
La Universidad de Montpellier ha creado un laboratorio llamado “Praxiling” que estudia el habla corriente (1). A partir de una muestra de artículos de todo el mundo de 1944 a 2015, que comprende 350 millones de palabras, han creado una base de datos del léxico empleado corrientemente y, en consecuencia, de los conceptos que la ideología dominante transmite.
Cuando se segmenta el lenguaje en función de la ideología política se observa que en los años setenta ni siquiera los sectores europeos más reaccionarios, esos que hoy llamaríamos “extrema derecha”, hacía ninguna alusión al islam o a los musulmanes. Los racistas están hablando de una parte de la clase obrera y, fundamentalmente, de los emigrantes de origen norteafricano.
Las expresiones religiosas se comienzan a introducir porque los reaccionarios no quieren que se les acuse de ser lo que son y han sido siempre: racistas. La prensa dejó de hablar de “trabajadores árabes” y comenzó a referirse a ellos como musulmanes o islamistas. Naturalmente a la ideología dominante, manifestada a través de los medios, les importaba un bledo que lo fueran o no.
La ideología burguesa supone que un musulmán puede dejar de serlo; le basta con afiliarse a otra religión, mientras que consideran que el árabe es una raza (o una etnia, para ser más finos) y eso es algo que no cambia nunca. Luego no se le puede acusar de racismo a alguien que califica a otro como “musulmán” porque eso no es una raza.
Los lingüistas han creado una aplicación informática, el buscador Ngram (2), que muestra los vasos comunicantes que hay entre la palabra “árabes”, por un lado, y “musulmán”, por el otro. La aplicación analiza el contenido de casi cinco millones de libros, es decir, alrededor del 4 por ciento de los libros publicados entre 1500 y 2018, el mayor corpus lingüístico de todos los tiempos. Ngram muestra un pico en el uso de la palabra «árabes» a mediados de la década de 1970, seguido de un declive y un aumento casi concomitante de la palabra musulmanes.
En materia de lenguaje siempre hay que recurrir a Nebrija para recordar que el idioma va con el imperio. El “habla” es ideología, es ciencia, pero también es colonialismo. Los conquistadores se refieren a los conquistados de una determinada manera; no los llaman por su nombre sino que los clasifican, como quien calsifica a las especies y les pone un nombre en latín.
Por ejemplo, como a Argelia los colonislistas la consideraban como una parte de Francia, no podían llamar a los argelinos por su nombre. En Argelia no había franceses y argelinos porque todos eran franceses. Por eso los llamaron “musulmanes” y siempre les importaba un bledo que no lo fueran. Tenían que aguantarse que los clasificaran así.
Tras la descolonización ocurrió al revés porque el término “árabe”, que fue despectivo hasta entonces, se revalorizó a partir de 1960, el nasserismo, la lucha palestina y el tercermundismo. No puedes despreciar a alguien que se pone a tu altura y se sienta contigo en una asamblea de la ONU. Necesitan otras palabras despectivas.
Ni siquiera las palabras pueden escapan de la historia, la lucha contra el imperialismo o la lucha de clases, que el motor de todo. Por ejemplo, en 1983 en Francia había un gobierno “socialista” enfrentado a una oleada de huelgas (en Citroën, en Aulnay, en Talbot, en Poissy, en Flins, en Renault) protagonizadas por trabajadores, una parte importante de los cuales eran de origen norteafricano (Marruecos, Argelia, Mauritania, Malí) e incluso de Turquía.
Maestros en el arte prestidigitador, los “socialistas” hicieron lo que mejor saben saben: sacaron la lucha del terreno sindical y la llevaron al campo de la religión, acusando a los obreros de ¡fundamentalismo! Entonces nadie sabía muy bien lo que aquello significaba, pero no tenía buena pinta. El gobierno de Mitterrand se refería a que los obreros no estaban manipulados por los comunistas, un tópico de la posguerra, sino por los imanes.
Ahora la “yihad” (guerra sagrada) ya nos resulta muy familiar, pero entonces fue muy sorprendente escuchar al ministro de Interior, el canalla de Gaston Defferre, referirse a las “huelgas sagradas” que habían emprendido musulmanes y chiítas fundamentalistas. En torno a la revolución iraní (1979) los altavoces del imperialismo habían creado la correspondiente alarma y los “socialistas” franceses supieron a aprovecharse de ello (1983) para romper la solidaridad con los trabajadores en huelga, dividir y enfrentar a unos con otros por motivos religiosos, tras los cuales se escondía el racismo.
A partir de entonces la lucha contra el yihadismo, en cualquiera de sus formas, crea yihadismo, tanto en el interior de Europa como en los países musulmanes. No es la causa sino la consecuencia, una criatura fabricada a imagen y semejanza de su creador.
(1) http://www.praxiling.fr/
(2) http://biblioteca.uoc.edu/es/recursos/recurso/google-books-ngram-viewer