La infancia robada: explotación capitalista de los niños obreros

Lars Gotsch

“Se buscan trabajadores: dos familias numerosas, especialmente con hijos que pueden trabajar, serán bienvenidas en una fábrica de hilados finos”. Con este anuncio en el “Anzeiger von Uster”, un diario de Uster en el cantón de Zurich, a 13 kilómetros de la ciudad de Zurich, el propietario de una fábrica buscaba mano de obra en la década de 1870. Entonces era normal que los niños de la familia participaran en las labores. El trabajo infantil, como tal, no se introdujo con la llegada de las fábricas, pero era una práctica ordinaria que empezó a tocar la frontera de la explotación.

La familia era vista como una comunidad en la que todos debían aportar su esfuerzo en el trabajo: la participación de los jóvenes era existencial. Tan pronto como un niño tenía la edad suficiente para echar una mano, ayudaba en la granja o en el taller. No solía realizar las tareas extenuantes de los adultos, pero hacía el trabajo que correspondía a su fuerza física. Los niños no eran considerados como fuerza laboral a jornada completa.

En el siglo XIX el concepto de los niños como mano de obra sobrevivió en esa evolución laboral de la granja a la fábrica. Fue entonces cuando comenzó la verdadera explotación: a diferencia del trabajo en casa, en la fábrica no importaba que la tarea la realizara un adulto o un menor de edad. No se requería de mucha fuerza muscular para guiar los hilos en la máquina de tejer.

Muchos de estos niños se sentaban frente a los telares y máquinas de bordar para trabajar. La mayoría de las fábricas textiles se encontraban en la parte oriental de Suiza y en el cantón de Zurich. A lo largo del río Aabach, entre Pfäffikon y el Lago Greifen, se creó una verdadera aglomeración de la industria textil y del trabajo infantil. Casi un tercio de los trabajadores de estas fábricas eran menores de 16 años.

Algunas familias poseían sus propias máquinas de tejer o bordar en casa y trabajaban así para grandes empresas textiles. Los niños también fueron utilizados para estas tareas.

No había alternativa a este destino de los hijos e hijas de una familia trabajadora en esta industria textil. Los chicos no tenían prácticamente ninguna forma de evitar ese trabajo monótono, sin poder jugar y solo pocos podían ir a la escuela.

Extracto de un ensayo escolar escrito por un niño de 12 años. Describe su vida cotidiana como hilador en la década de 1880: “Tan pronto como me levanto, como a las cinco y media, bajo al sótano para hilar, hasta las siete, y luego puedo disfrutar del desayuno. Tengo que volver a la tarea hasta que debo ir a la escuela. Cuando salgo del colegio a las once en punto, me voy a casa rápidamente y tengo que volver a roscar hasta las doce en punto. Entonces puedo comer y volver al trabajo hasta cuarto para la una. Vuelvo a la escuela para aprender algo de utilidad. Cuando terminan las clases, a las cuatro vuelvo a casa, junto con mis otros colegas. Y de nuevo al trabajo hasta que anochece. Llega la hora de la cena y después vuelvo a la hiladora hasta las diez. A veces, cuando hay mucho que hacer debo quedarme hasta las diez en el sótano, trabajando. Después, les digo buenas noches a mis padres y me voy a la cama. Así es todos los días”.

Algunos niños ya a los seis años comenzaban a enhebrar, una tarea que, entonces, llevaba mucho tiempo y requería de dedos muy finos, por lo que la realizaban, principalmente, mujeres y niños.

Cuando llegaban a la edad escolar, era normal que pasaran hasta seis horas al día en el trabajo, además de sus horas de escuela, desde muy temprano por la mañana, al mediodía y después de clases y hasta altas horas de la noche.

Toda esa cantidad de trabajo afectó naturalmente la salud de los niños. Los inspectores escolares notaron que tenían la espalda torcida, mala vista, cansancio y debilidad. En 1905, un sacerdote de Appenzell-Rodas Exteriores escribió acerca de la vida de estos pequeños, cuya sobrecarga de trabajo los llevaba a “estar cansados, somnolientos, mental y físicamente debilitados. Esto provoca que estén dispersos, distraídos y sin mostrar ningún interés”.

La explotación de los hijos era sistemática. Debido a los bajos salarios, las familias a menudo dependían de ingresos adicionales. Además, el hijo de una familia de obreros, artesanos o campesinos tenía una posición completamente diferente a lo que hoy conocemos. Para los padres, el menor seguía siendo principalmente una ayuda en las labores de la familia.

Los empresarios encontraron esto conveniente. Con este argumento económico, muchos ciudadanos liberales defendieron el trabajo infantil. Así, Victor Böhmert, un destacado economista de la época, escribió que las hiladoras “con bajos salarios tenían que hacerse ayudar, preferiblemente con trabajo infantil y de otras mujeres, debido a la competencia del extranjero”.

En 1867 el otrora diputado independiente Wilhelm Joos presentó la primera propuesta para una ley sobre el trabajo obrero a escala nacional. El hombre de Schaffhausen era conocido por su dedicación a los socialmente desfavorecidos. Esto, en una época en la que tales cuestiones provocaban desaprobación. Considerado entonces como una figura solitaria, hoy se mira como un político visionario.

Cuando Joos presentó la su iniciativa, algunos cantones ya contaban con leyes que regulaban el trabajo en las fábricas, incluido el de los niños. Sin embargo, a menudo eran demasiado laxos y sus normas resultaban divergentes.

Se requirió mucho tiempo para que la idea de Joos de cayera en tierra fértil. En 1877, Suiza tuvo su primera ley sobre las labores en las fábricas que prohibió el trabajo infantil. Esta primera ley laboral nacional fue una de las más estrictas del mundo. El ministro socialdemócrata Hans-Peter Tschudi lo calificó de “logro pionero a escala internacional”.

Con esta legislación, los niños deberían haber desaparecido de las fábricas. Sin embargo, pasó algún tiempo antes de que la nueva ley fuera respetada en toda Suiza. En el Tesino, por ejemplo, 20 años después de su entrada en vigor, los niños seguían trabajando en las fábricas.

Tomó un tiempo, pero poco a poco el trabajo infantil desapareció de las fábricas. La situación era diferente en la agricultura, donde sobrevivió hasta bien entrado el siglo XX. Las familias campesinas mantenían a muchos niños como esclavos infantiles regulares. Este capítulo oscuro de la historia suiza sólo se ha abordado desde hace algunos años.

Mientras en Suiza ya no hay trabajo infantil, diversas organizaciones denuncian casos de empresas helvéticas que, según alegan, se habrían beneficiado de la mano de obra infantil en el extranjero. Un ejemplo es el del grupo cementero Lafarge-Holcim, acusado de comprar materias primas en África oriental, en cuya extracción estaban implicados menores de edad.

Para que las empresas suizas hagan frente a sus responsabilidades, un comité compuesto por representantes de diversos sectores sociales lanzó la Iniciativa Multinacionales Responsables. Su propósito es establecer reglas para que las empresas actúen en el extranjero en conformidad con la legislación suiza. Una exigencia que provoca controversia: si fuera aceptada esta iniciativa por la ciudadanía helvética, sería un duro golpe para Suiza, sede de un amplio conglomerado de transnacionales, según indican representantes empresariales.

http://www.swissinfo.ch/spa/trabajo-infantil-_infancia-robada-de–ni%C3%B1os-obreros-/43600478

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