La guerra de Yemen ha tenido su punto de viraje

El domingo las fuerzas del movimiento popular yemení Ansarolá, en coordinación con las tropas del Ejército, derribaron un helicóptero militar saudí Apache en la provincia de Marib, en el centro de Yemen. Los misiles y las armas defensivas de los insurgentes, fabricados en Rusia, siguen demostrando una amplia superioridad sobre las de los atacantes, de fabricación estadounidense y francesa.

La intervención terrestre de las petromonarquías se encamina así hacia su sexto mes con una guerra que va alcanzando una dimensión que pone de manifiesto el fracaso de la monarquía saudí, que ha visto que las hostilidades alcanzan al interior de sus fronteras, algo que desborda absolutamente los cálculos que había trazado al principio de su agresión.

Educados en una estrategia militar imperialista, los saudíes confiaban en la aviación, en la tecnología, en los bombardeos y en el armamento pero, finalmente, han tenido que poner pie a tierra. En ese momento volvieron a equivocarse otra vez. Imaginaron que el teatro de las batallas iba a reducirse a Yemen. Ahora lo que comprueban es que dicho teatro es la propia Arabia saudí.

El ataque de la semana pasada contra el aeropuerto militar de Marib, en el que cayeron más de 100 soldados invasores, ha sido el punto de viraje en la guerra y ya ha sacado a las tropas de los Emiratos Árabes Unidos del teatro de operaciones. Además, tres helicópteros de combate Apache y más de 40 vehículos blindados y camiones militares fueron destruidos por los misiles Tushka de las milicias yemeníes.

Después de rezar en los funerales, los jeques saudíes tienen que calmar a sus padrinos en Washington y París diciéndoles que todo está bajo control y que la victoria sólo es cuestión de tiempo. ¿De cuánto tiempo?

Desde la semana pasada los saudíes ya no ocultan que sus tropas y la de sus socios, sumando unos 10.000 soldados en total, han cruzado la frontera en Wadiha y marchan hacia Marib a modo de batallón de castigo para vengar la muerte de los suyos.

En lugar de retroceder, los yemeníes dan un salto y atacan territorio saudí, pero no cualquiera. Desde 1930 ambos países tienen un contencioso fronterizo y Yemen siempre ha acusado a la autocracia saudí de apoderarse de las provincias limítrofes de Assir, Jizane, Najrane y otras, que son las que están ahora bajo fuego de sus misiles. La sorpresa de los ataques yemeníes en suelo saudí ya ha costado la vida a uno de los generales que comandaba el frente sur.

En Riad deben empezar a pensar que si la guerra no les va bien, van a perder mucho más que soldados, mucho más que pertrechos militares y mucho más que un suelo arenoso. Pueden perder viejos aliados, como los Emiratos Árabes Unidos, y empeorar sus relaciones con otros, como Abu Dhabi. La invasión coordinada de ambas monarquías oculta que sus planes de futuro sobre Yemen están lejos de coincidir. Mientras los saudíes quieren poner a Yemen en manos del partido Al-Islah, la sucursal de los Hermanos Musulmanes, Abu Dhabi tiene otros planes y esas divergencias se manifiestan en la pugna entre los Hermanos Musulmanes y Al-Qaeda para la Península Arábiga.

Abu Dhabi, además, está combatiendo con armamento francés y bajo la dirección política y técnica del imperialismo francés, que tiene sus bases militares más cercanas en Yibuti y en la misma Abu Dhabi. El fracaso de Abu Dhabi es, pues, el fracaso del imperialismo francés, al menos en parte. En el ataque a Marib fueron ellos los que sufrieron la mayor parte de las bajas y si las de las tropas les importan poco, deberían tomar nota de la destrucción de 12 tanques Leclerc. “El orgullo del armamento francés” quedó hecho trizas sobre las pistas del aeropuerto yemení.

Los invasores necesitan una victoria simbólica para calmar los ánimos. No les ha bastado con los 20 muertos en el ataque terrorista del Califato Islámico contra una mezquita chií en Sanaa, la capital yemení. Quieren tomarla y para ello la han cercado.

No cabe descuidar que la guerra de Yemen es como todas las demás de Oriente Medio: ha servido para que aparezca un nuevo sujeto, el mismo de siempre, el Califato Islámico, y eso también es un factor nuevo que, en el futuro irá más allá de la guerra, como les advirtió el propio Obama en Camp David tras la reunión que celebró esta primavera con los jeques: el mayor peligro para las autocracias del Golfo procede del frente interior.

Tuvo que ser Obama quien les sacó a los wahabitas de sus fantasías: su enemigo más importante no son los chiítas, ni Irán, ni nadie distinto del paro y la miseria que impera en medio del lujo y el despilfarro de las monarquías arábigas. El problema es el mismo de siempre: la lucha de clases.

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