La guerra está cada vez más cerca

El 24 de octubre la revista «Cicero» de Berlín insertó un artículo de Andreas Rinke (*) sobre la vigilancia electrónica de Estados Unidos a los políticos y monopolistas europeos, que expresa la hipocresía continental ante el espionaje a un aliado. ¿Tienen secretos los amigos?, ¿no se fían los europeos de sus aliados? ¿esconden algo a la Casa Blanca?, ¿hay algo de lo que Estados Unidos no se deba enterar?
La amistad es la confianza; el espionaje es la desconfianza. Los amigos se cuentan las intimidades unos a otros espontáneamente. No hace falta vigilarles, y menos a hurtadillas. Si hay secretos es porque los amigos no lo son tanto. Por decirlo de otra manera: si quieres saber los amigos que tienes, enumera los secretos que les cuentas. Si queremos saber los amigos que tiene Estados Unidos, contemos a quiénes vigila y a quiénes no. A sus enemigos les vigila; con sus amigos comparte confidencias. Por lo tanto, tenemos que deducir dos conclusiones. La primera es que si Estados Unidos ha vigilado a Europa (Wikileaks, Snowden, Prism), es porque no prevalece la amistad precisamente. La segunda es que el escándalo que ha organizado la prensa europea (los círculos imperialistas de los que es portavoz) con el asunto es pura hipocresía.
La prensa rusa lo tiene más claro: como Rusia no es precisamente una potencia amistosa hacia Estados Unidos, lo mismo que China, nada de esto les ha sorprendido lo más mínimo. De ahí que su perspectiva sobre el espionaje sea diferente: «A Europa la han puesto en su lugar», titula La Voz de Rusia, quien añade que «los europeos ya no son dueños en su propia casa». Los rusos dicen, además, que Washington no tiene intención de renunciar a lo que califica como un «control total», sobre todo porque invirtieron sumas astronómicas en el espionaje. La vigilancia ha existido, existe y seguirá existiendo, añade un comentarista (28 de octubre). La prensa europea, por el contrario, son unos hipócritas que se rasgan las vestiduras por algo que conocen cabalmente desde hace décadas, mucho antes de los ordenadores e internet.
El control electrónico absoluto de las comunicaciones pone de manifiesto, otra vez, el mito de la neutralidad tecnológica: «los instrumentos no son buenos o malos; depende de cómo se utilicen». Fue un error de moda en los primeros tiempos de internet, cuando la pequeña burguesía intentó recuperar sus viejos sueños de horizontalidad en los que las redes sociales sustituían a las relaciones personales. La realidad iba a quedar engullida por la virtualidad.
El artículo de Rinke va justamente en la línea opuesta y propone una comparación feliz: «Al igual que el primer satélite soviético impulsó a los estadounidenses a salir al espacio, estas revelaciones deben motivar a Europa para subsanar su retraso en las tecnologías de la información».
Pero no es sólo tecnología, ni tampoco retraso exactamente sino algo un poco distinto: al impulsar e imponer el desarrollo de las tecnologías digitales, Estados Unidos tomó la delantera a Europa y por eso monopoliza el tráfico que circula por internet. Lo controla tanto como controlaba antes las comunicaciones vía satélite.
En cualquier país capitalista las comunicaciones son la infraestructura básica del mercado, un sector estratégico. Primero fueron las postas de diligencias, luego los servicios postales y ahora los usuarios postean en los foros. En una guerra no hay bocado más apetecible que el mensajero que lleva el correo, y si los papeles confidenciales no se pueden capturar, se destruyen. Las bombas siempre caen en los nudos de comunicaciones del enemigo, sus estaciones de tren, sus carreteras, sus puertos y sus aeropuertos.
Pero en las guerras, como en todas las demás cosas del mundo, la conciencia marcha con retraso respecto a la realidad presente. Los manuales de Estado Mayor lo expresan diciendo que a ellas los oficiales van con la lección aprendida en la guerra anterior, no con previsiones para la próxima.
Pues bien, no esperes que la siguiente guerra empiece con la invasión de Polonia por una columna de tanques acorazados. Tampoco con un rearme que acumule arsenales de artilugios que quedan obsoletos en muy poco tiempo. Las guerras empiezan cuando los espías se movilizan, observando al enemigo para descubrir sus «verdaderas intenciones» y adelantarse a ellas. La guerra se apoya en la sorpresa. El adversario no va a hacer lo que tú esperas que haga, sino justamente lo contrario. Tu enemigo trata de sorprenderte o, en otros términos: se aprovecha de tu falta de previsión.
Sin embargo, en una guerra no puede haber sorpresas, y la primera sorpresa y, a la vez, la más estúpida es que no esperes su estallido. Cuando logres salir de tu asombro, el enemigo ya te habrá vencido. Tratarás de enviar un mensaje a tu amigo con el móvil para prevenirle y te darás cuenta de que no funciona. Si además te crees la vanguardia de algo, harás el ridículo.
En una guerra el control de las comunicaciones -digitales o no- es el paso previo para su destrucción. Ahora bien, en la actualidad cuando se habla de «destrucción» basta entender «inutilización» en el sentido de que hasta una lavadora tiene en su interior un programa informático para el agua caliente o para lavar en frío, para la ropa blanca o la de color, para el aclarado, el centrifugado, etc. Para destruir una lavadora basta sabotear el sistema informático con el que funciona.
En 2010 Estados Unidos e Israel no necesitaron bombardear las centrales nucleares iraníes para paralizar su funcionamiento. Los drones son ordenadores volantes, los satélites también son ordenadores, los cohetes están teledirigidos y las bombas son «inteligentes». Un componente fundamental de la próxima guerra será, pues, la inutilización de la infraestructura digital del adversario. De ahí que hoy todos los ejércitos imperialistas tengan una división de informática.
Como no le gustaban las sorpresas, Stalin advirtió diez años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, añadiendo que, a diferencia de las anteriores, sería una guerra «de motores». Acertó. Si tú quieres imitarle, adivina si va a estallar otra guerra mundial y en qué se diferenciará de las precedentes. Si quieres imitarle más de cerca, prepárate para ella. No será una guerra informática, pero será un guerra que empiece por la informática.

(*) Andreas Rinke: Der NSA-Skandal hat auch Vorteile, Cicero, Berlín, 24 de octubre de 2013
http://www.cicero.de/kapital/prism-snowden-angela-merkel-merkelphone-deutsche-industrie-nsa-affaere-hat-auch-vorteile-sputnik-schock/56209

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