Ahora un dólar se compra por 138 yenes, pero en octubre subió por encima de los 150, alcanzando un nuevo máximo en 32 años, a medida que se amplía la brecha entre la política del banco central y la de la Reserva Federal de Estados Unidos. La segunda ha subido repetidamente los tipos de interés para atajar las subidas de precios, mientras que el primero mantiene su política monetaria laxa para impulsar la economía.
La política de la Reserva Federal, junto con las persistentes expectativas de inflación, ha impulsado el rendimiento de los bonos del Tesoro estadounidense a 10 años hasta el 4 por cien. El Banco de Japón, por su parte, sigue manteniendo el rendimiento de la deuda pública japonesa a 10 años cerca de cero. El banco central japonés realiza operaciones de compra de bonos para mantener el rendimiento en torno a cero.
La diferencia de rendimiento está impulsando a los especuladores a vender yenes y comprar dólares, ejerciendo una fuerte presión a la baja sobre la divisa japonesa.
A mediados de noviembre la economía japonesa se contraía por primera vez en cuatro trimestres, a medida que la inflación y la debilidad del yen golpeaban al país. Sin embargo, la historia económica de Japón en la posguerra muestra una fortaleza extrema de la divisa. Una debilidad excesiva es más fácil de soportar que una moneda demasiado musculosa.
La política flexible del Banco de Japón está bajo presión, ya que la inflación alcanza su nivel más alto en más de 40 años, con un aumento de los precios del 4,2 por cien anual en enero, más del doble del objetivo oficial del 2 por cien.
El viernes el candidato a gobernador del Banco de Japón, Kazuo Ueda, volvió a la cuadratura del círculo, prometiendo una “inflación estable”.
A mediados de enero, Japón informó de un mínimo histórico en el déficit comercial anual de 155.000 millones de dólares para el año anterior. No se trata de un resultado repentino para la economía japonesa, sino que ha sido un proceso lento a lo largo de un período de 12 años de flexibilización cuantitativa cada vez mayor.
Los desequilibrios no han hecho más que empeorar y en febrero del año pasado el Banco de Japón se vio obligado a comprometerse a comprar cantidades ilimitadas de bonos del gobierno.
Al mismo tiempo, el banco central limitó los tipos de interés de los bonos a 10 años al 0,25 por cien para reducir el coste de los préstamos. Pero si lanzan cantidades ilimitadas de divisas para monetizar una deuda pública desbocada, y mantienen los tipos de interés por debajo de los niveles del mercado, harán estallar la moneda.
Reagan ataca su famoso ‘neoliberalismo’
En la década de los ochenta Japón era la segunda mayor economía del mundo, por detrás de Estados Unidos. Su moneda, el yen, se contaba entre las más fuertes y en 1985, con el Acuerdo del Plaza, Estados Unidos le obligó a revalorizarlo todavía más. Fue el comienzo de su declive. En la posguerra Estados Unidos ascendió a Japón a la cúspide y Reagan le echó a rodar hacia abajo de una patada.
Junto con Thatcher, los manuales consideran a Reagan como el pionero de eso que llaman “neoliberalismo” y que nunca existió. No solamente lo demostró el Acuerdo del Plaza sino también el Acuerdo sobre semiconductores, firmado con Japón al año siguiente.
En 1985 se produjo en Estados Unidos una recesión en el mercado informático, que provocó a Intel la mayor caída en más de diez años. Por el contrario, Japón era un pais puntero en la fabricación de mercancías tecnológicas de gran consumo para Occidente, incluido Estados Unidos a quien había superado en el mercado de memorias DRAM. Gracias a la inversión en medios de producción y automatización, Japón podía fabricar productos más rápidos y baratos que Estados Unidos que, además, eran de calidad superior.
En Washington empezaron a criticar a Japón por sus prácticas comerciales “depredadoras” y “desleales”. En 1986 impusieron la firma del Acuerdo sobre semiconductores y la cuota estadounidenses en el mercado japonés se incrementó hasta el 30 por cien en cinco años. Era lo que necesitaban las empresas tecnológicas estadounidenses para respirar.
Pero Estados Unidos no se conformó con eso. Al año siguiente impuso un arancel del 100 por cien a algunas mercancías japonesas por valor de 300 millones de dólares.
El yen cae y la especulación se dispara
La apreciación del yen sumió a la industria japonesa en la recesión y, en respuesta a ello, el Banco de Japón empezó a bajar los tipos de interés. Pero el dinero barato no fue a parar a la industria sino a la especulación en inmuebles y bolsa.
Entre 1985 y 1989 las acciones subieron en Japón un 240 por cien y los precios del suelo un 245 por cien. ¿Para qué fabricar? Los monopolios se lanzaron a la vorágine especuladora. Nissan empezó a ganar más dinero especulando que fabricando coches. Fue una burbuja gigantesca. El patrimonio inmobiliario total del sector privado se disparó.
En 1989 restringieron los préstamos inmobiliarios. Los precios del suelo y de las viviendas dejaron de subir. Al año siguiente el mercado de valores cayó un 32 por cien, en un momento en que los bancos estaban repletos de activos tóxicos. Cesaron los préstamos especulativos y también los que no lo eran. Más de cinco millones de trabajadores japoneses perdieron su empleo y no encontraron otro. El suicidio se convirtió en la principal causa de muerte en los varones de 20 a 44 años.
Entre 1990 y 2003 quebraron 212.000 empresas. En el mismo periodo, el mercado de valores cayó un 80 por cien. Los precios del suelo en las grandes ciudades cayeron hasta un 84 por cien.
Durante diez años el gobierno trató de impulsar la demanda interna con la típica receta de aumentar el gasto público. La deuda pública alcanzó niveles históricos. En 2011 llegó al 230 por cien del PIB, la más alta del mundo. No sirvió de nada. La economía japonesa marcha hacia el desastre.
¡A ver cómo echamos las cuentas, compañeros!
El yen está a 0,0073 $
1000 ¥ = 7,30 $
y en octubre llegó a estar a 0,0067 $
1000 ¥ = 6,70 $.
Me parece que lo habéis puesto al revés, 1 dólar está a 138 yenes.