Hmmmmm, no sé, hay algo que…

Bianchi

Dan por la televisión, ese electrodoméstico familiar, la noticia de que ha aparecido en un río de Amberes el cadáver de un joven vasco al que se dio por desaparecido desde mediados de 2013. De seguido aparecen sus padres (y el alcalde del pueblo) en pantalla dando las gracias a los medios de comunicación por el interés y seguimiento del caso de su hijo, Hodei Egiluz, informático, que se fue a Bruselas con un contrato de trabajo, al parecer. Es el padre quien habla y hay algo que me llama inopinadamente la atención: el padre, dirigiéndose a los medios audiovisuales, ¡está leyendo lo que está escrito en un papel! Y lo hace, sin apenas levantar la vista, desvitalizando lo emocional cuando se lee algo, lo que sea, como quien lee un comunicado de no importa qué jaez: lo mismo podría ser una denuncia municipal, una reivindicación laboral que una condena de un execrable acto terrorista, que se dice en el argot. También hemos visto por la tele -haciendo una digresión- cómo un preferentista, estafado por Bankia, amagó con dar una colleja a R. Rato camino de declarar en los Juzgados, da vivísimas gracias a un canal de televisión privada -La Cuatro- por ser «la única que ha seguido su problema». Hummm, no sé, hay algo que me chirría, pero no sabría decir el qué exactamente, y menos cuando voy ya por el quinto whisky sin soda ni hielo sueco. Quizá en otra ocasión. Quizá el recién occiso Umberto Eco, especialista en Semiótica, hubiera podido arrojar alguna luz. Quizá…

Volviendo al inicio de esta tal vez descabellada nota, me llamó -ya digo y repito, disculpen- la atención el hecho de dar cuenta de una noticia luctuosa y triste que afecta a lo familiar, íntimo y sentimental mediante la lectura -con lo que de mecánico tiene la lectura de cualquier cosa que no sea un poema, en mi opinión- que no sabemos quién redactó ni es relevante ni nos importa porque no viene al caso: sí quién lo lee. Se pone uno en el lugar del deudo y se ve, no leyendo nada, sino diciendo lo que a uno le sale de las entrañas, de dentro, sin resquicio maquinal, incluso no diciendo -porque no es necesario ni lo exige «el guión»–  nada roto por el dolor.

Pero, ¿es que hasta en estas situaciones-límite hay que leer un papel? Todo tiene -dirían los estructuralistas o los «deconstruccionistas» derridianos- segundas, o terceras, «lecturas». En España es tradición estirar noticias de tintes, vale decir, siniestro, lo «negro», lo morboso. Un especialista -con gran éxito de ventas, como el «MARCA» en deportes- en los sucesos mórbidos -también lo hacía la revista «Interviú» cuando nació en 1976: política, desnudos y sucesos-, en pleno franquismo, fue el rotativo «El Caso», que algunos lectores recordarán, que daba cuenta de crímenes abominables cometidos por individuos de perfil lombrosiano que parecían llevar en los genes (como el presunto psiquiatra franquista Vallejo-Nájera decía de los comunistas) con instinto sádico. Me viene a la memoria, haremos un inciso, la llamada «matanza de Puerto Hurraco» (el «Crimen de Cuenca» pilla muy atrás en el tiempo) como ejemplo de la «España negra» rural y premoderna (ocurrió en plena «democracia») que deslucía los esfuerzos posmodernos de las «movidas». También me viene a la memoria, haciendo otro inciso, que en este país la historia real se escribe con incisos, incisivamente, el horrible crimen de Almería perpetrado por la Benemérita sobre tres jóvenes que iban a una boda a esa capital andaluza en 1981 encontrando el averno.

No estamos comparando nada, sólo decimos, sólo digo, que nada nos pasa a nosotros -somos afortunados los españoles- y todo pasa por ahí fuera, lejos, que nos tranquilicemos -viendo la tele, sobre todo- aunque esté casi toda la familia en el paro, que todo podría irnos peor, que volvamos a enchufar la tele para consolarnos e incluso comprobar que tanta desgracia ajena -los refugiados, los emigrantes es lo último- nos humaniza y nos quita las ganas de colgar al ladrón, al corrupto, al patrón y a quienes -medida preventiva y terapéutica- aspira a sucederles vendiendo burras, motos y peines y crecepelos en esta película del oeste. Me serviré el sexto mientras repongo «¿Quién sabe dónde?» del buenazo, que lo es, de Paco Lobatón. Y es que estas cosas, encima, crean adicción.

Buenas tardes.

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