Entre la metáfora y el concepto

La poesía, dicho a modo de conclusión provisoria, es o bien arte de evasión que reivindica un estatuto propio con sus gramatiquerías y efluvios, o bien compromiso con uno y el resto. Por supuesto, conscientes de la simplificación, existen los matices estagiritas tipo «el ser se dice de muchas maneras» y los ismos: romanticismo, simbolismo, modernismo, ultraísmo, etc., etc. En última instancia, es una apuesta por «el arte por el arte» nacido de y contra los efectos antiestéticos de una inicial revolución industrial (Unamuno, que escribió versos aunque no lo parezca, abominaba las chimeneas de las fábricas). Una poesía antiburguesa en sentido estetizante. de «buen gusto», sin mezclar la literatura con la poluta realidad (el humo de esas chimeneas), al decir de, pongamos, Jean Cocteau. (Sin embargo, esa revolución industrial, esa chimeneas y esos humos, inspirarán a poetas futuristas como Marinetti, luego fascista).

A ello se opondría, lo ponemos adrede, César Vallejo, también antiburgués pero por razones diametralmente distintas, apostrofando contra lo que denominaba «literatura de pijama» o de gabinete, y echando pestes de la metafísica y la psicología (más precisamente el psicoanálisis). Nada de complejos, libidos, intuiciones (bergsonismo muy de moda que estudiara un precoz Antonio Machado) ni sueños (freudianos). El método de creación artística es y debe ser consciente, realista, experimental y científico. Y las musas son cazcarrias en los bajos del pantalón. «Soy hombre antes que español», dirá el zamorano León Felipe, aunque no le pregunten. Y el peruano
Vallejo, viajero por la Rusia revolucionaria (con cuatro chavos suyos y sin ser enviado por nadie, por ningún periódico, que era lo normal) de la que volvió (por dificultades con el idioma o por quedarse sin un kopek) entusiasmado y cambiado él mismo, tuvo que pagar un precio por su integridad: «mi dilema es el de todos los días: o me vendo o me arruino». Reacio a los artificios y malabarismos de las vanguardias (lo que sería su «Trilce»), le gustaba citar la frase del escritor norteamericano socialista Upton Sinclair: «el artista que triunfa en su época es un hombre que simpatiza con las clases dominantes de dicha época, cuyos intereses e ideales interpreta, identificándose con ellos». No hay literatura apolítica ni la habrá nunca (ni música, aunque aquí nos centramos más bien en la literatura), en otras palabras. Ni siquiera el escapista Poême du haschís de Baudelaire huyendo del Tedio, del spleen, soltando amarras con la canónica inspiración romántica sustituida por la estimulación artificial y paradisíaca. Abismado por el malditismo, Baudelaire, flanêur y revolucionario en las barricadas parisinas de 1848, se vuelve sobre sí mismo (gastada la herencia paterna) para hundirse en la destrucción; se le llamará perverso y, sobre todo, decadente. No así un Víctor Hugo, romántico, que concibe al poeta como un profeta que ilumina el porvenir, por lo tanto, con una misión sagrada, frente al sufriente bardo baudeleriano (pero ambos inoculados de druidismo). O el trovador como medium de Neruda. Kant considera a la poesía como la más sublime de las bellas artes, la más superior. El vate portugués A. Caeiro, a quien Pessoa tiene por su maestro, dirá que el mundo no existe (para el poeta genuino, se entiende) para ser pensado, las cosas sólo existen y existen, en todo caso, para ser percibidas, rematará el luso aquejado de solipsismo berkeleyano (de Berkeley). O a lo Alexander Pope, londinense, que asegura que «todo lo que es está bien». Para Nietszche, que no era poeta precisamente, el hombre usa el intelecto la mayoría de las veces para la simulación. San Juan de la Cruz, por último en esta mezcla heteróclita de númenes y daimones, se apoyará en un místico y humilde «no sé qué» al no encontrar verso cenital que lo acople a Dios que, en realidad, es una suerte de neoplatonismo no confeso que le transporte iónicamente al Uno cerrando los ojos -o poniéndolos en blanco- a todo lo externo. Un poeta místico a lo divino. Lírico puro, preñado de amor casi profano, como Santa Teresa, según se entiende la poesía al menos por Aristóteles (el Estagirita de más arriba) en su Poética y son sus cualidades: la subjetividad, su existencia en el presente y el desprecio por la lógica racional. La aversión a la lírica provendría de su negación a perderse en el tremedal ciudadano, en el mundanal ruido, ¿no es cierto? Ella no es la voz colectiva; contrariamente, es la exaltación del individuo.

II

La poeta María Ángeles Maeso dijo que es lugar común aseverar que la poesía, por el hecho de circular fuera del mercado y ante la escasez de receptores, está a salvo de servidumbre alguna, ya que su roma inserción social la mantiene impoluta y en una especie de reserva espiritual por donde fluyen los emocionantes y hermosos ríos de aguas cristalinas. No se lee poesía -continúa- porque se le tiene miedo. Porque la gran poesía desnuda las cosas. Como «palabra en el tiempo» definió Machado la poesía y oímos de escolares. Y sin embargo… Sin embargo, Platón expulsa a los poetas en el Libro X de La República de la ciudad ideal. Y lo hace por dos razones: por su distancia respecto a la verdad, y por estar dirigida al nivel inferior del alma dizque aquella parte que se encarga de la conservación a un nivel animal que se orienta al descanso, el placer y los instintos básicos, lo que no es bueno para la ciudadanía.

Platón muestra que la realidad está compuesta de ideas a partir de las cuales esta realidad se va estructurando (Roberto Vilchis). Cada cosa existente parte de una idea perfecta y verdadera. Cada una de estas ideas ha sido concebida por un creador y modificada o moldeada por un artífice, un artesano, que no es sino un imitador que utiliza la idea a su conveniencia por lo que la vuelve algo irreal, ya que no utiliza la verdadera esencia de las cosas creadas, sino que realiza su propia versión de la idea. Estos imitadores son los poetas que hacen uso de los sentimientos y las emociones, lo cual para Platón es lo que corrompe el alma enajenada por los deseos y pasiones que le alejan de la verdad quedándose en la apariencia. Así pues, los objetos sensibles no son más que débiles y pálidas semejanzas de unas realidades inmutables y eternas, que son las Ideas (ahora con mayúscula), y estas resultan accesibles sólo a la parte inteligente y razonadora del alma (que en la Edad Media se llamará «sustancia» de eco aristotélico), lo inteligible, y no lo sensible, que se adquieren por los sentidos que engañan o no son de fiar. Célebre es su alegoría de la caverna.

Platón -se ha escrito que toda filosofía es un eterno retorno a Platón- ve un peligro grande en algo que a nosotros nos parece totalmente inofensivo: la poesía. En su polis ideal quedarían fuera, discúlpese el anacronismo, Dante, Shakespeare, Goethe, Lorca, Leopardi, etc. Sucede que Platón está pensando en filosofía y como filósofo, y no poeta. Ocurre también que aunque tradicionalmente se ha afirmado que La República (380 a.C.) trata de la justicia como tema principal, y en concreto la formación del Estado, se puede aseverar que se trata de un corpus sobre la educación. Así lo entendió Eric Havelock para poder comprender mejor los ataques de Platón a la poesía y al arte.

La relación entre poesía y filosofía, entre la metáfora (poesía) y el concepto (filosofía), entre el verso y la proposición, siempre se ha desarrollado en medio de una permanente tensión entre ambas. Mientras el filósofo se propone explicitar su pensamiento de manera exacta y racional sirviéndose de conceptos, el poeta, por su parte, es hombre de imágenes y ritmos que posee una forma de expresión exaltada, inspirada y emotiva. La poesía es un saber que le viene del exterior, de la inspiración divina (enthousiasmos) y su naturaleza imitativa o mimética, o de las musas que se apoderan del alma, como erinias, o gorgonas, y la domina, y de ahí que los poetas no pueden crear cuando son abandonados por ellas porque, en fin, no les pertenece. Y, por tanto, no están orientados por el conocimiento. Platón
-ya le vamos entendiendo- considera que la poesía debe tener un carácter pedagógico, didascálico (los poetas fueron los primeros maestros). Platón considera que el mundo que debe aparecer en las composiciones poéticas es el mundo verdaderamente real, aquel que nos conduce a la virtud, no el de las apariencias, lo que le lleva a sugerir que la poesía debe imitar al mundo no como es, sino como debería ser (un mundo esquemático sin lucha de clases o un comunismo platónico de gobernantes que renuncian a la propiedad privada de motu proprio). El efecto de la imitación de la realidad se designa como mímesis. Platón tomaba la imitación como una copia pasiva y fidedigna del mundo exterior (la Naturaleza). Aristóteles transforma su teoría de la imitación. Imitar ahora consistirá en presentar las cosas más o menos bellas de lo que son. Y es que el arte imita a la Naturaleza dejando al artista libertad de enfoque. Sin embargo, el marmóreo y circunspecto Platón se mantiene en el mismo plano. Y, por ello, propone una condena a los fabricantes de imitaciones -aun en cuanto creadores, no plagiarios, entiéndase-, a los «falsificadores de la realidad», como llama a los poetas (extienda el lector, si gusta, el término a la realidad actual), y por los que se pedirá su expulsión de la polis. Entonces, en la biblioteca de la ciudad ideal platónica, ¿estarían prohibidos los poetas, y muchos más, que citamos anteriormente? Eduardo Zazo estima que la expulsión de los poetas -que muestran vicios propiamente humanos en los dioses, como les acusa Jenófanes de antropomorfizarlos: «a los dioses les achacan Homero y Hesíodo todo aquello que entre los hombres es motivo de vergüenza y de reproche: robar, adulterar y engañarse unos a otros»- sólo se entiende como crítica de la tradición oral. Leemos poesía y pensamos en Baudelaire, Cernuda, Rilke o Canetti. Pero Homero -referente como poeta para Platón- no es, como estos poetas nombrados, un poeta literario o estético. Homero es eminentemente un poeta oral. La escritura alfabética no aparece en Grecia hasta el siglo VII antes de nuestra era. En época de Platón se conocía a los poetas principalmente… de oídas, a través del oído, vale decir, apenas se los leía. El rapsoda recitaba sus yambos con acompañamiento musical (la lira, la cítara) y, acaso, baile.

La función tradicional del poeta era conocer todas las cosas humanas y divinas, cosa que nuestros poetas modernos no tienen, desde luego. Sin embargo, esta es la misión habitual y vocacional -el sofismo es otra cosa- de un poeta en una sociedad que no conoce la escritura: transmitir el saber socialmente relevante. En su época, la poesía ya no era capaz de dar a conocer todas las cosas humanas en relación a la virtud y el vicio. Ese papel le correspondía, según Platón, a la filosofía. Importa decir que el ateniense no está interesado en juzgar los méritos estéticos de la poesía, sino en desacreditar su función social y educativa. Propone una nueva paideia en la que los poetas no son necesarios. El sistema educativo tradicional griego, basado en los poetas, como se dijo, es sometido a examen y condenado (o suspendido). No han de admitirse en la ciudad más que los himnos a los dioses y los encomios a los héroes, leemos. Platón no expulsa a Baudelaire del Parnaso; expulsa a Homero y a la tradición oral poético-mimética. Si no absuelto, tenemos a Platón con circunstancias atenuantes.

III

Sin temor a exagerar, se podría aventurar que lo que obsesiona a Platón es, a tenor de su cosmovisión, el mundo de las apariencias que, en lenguaje actual, sería la ideología entendida como falsa conciencia frente a la Idea platónica o Noúmeno kantiano incognoscible (o Absoluto hegeliano) que queda más allá de los límites de la experiencia y no es accesible a la contemplación del hombre. Por un lado se irrita, y por otro desconsuela a los mortales sin jerarquía.

María Zambrano, orteguiana y platonizante, dirá que el filósofo quiere poseer la palabra, convertirse en su dueño. El poeta es su esclavo; se consagra y se consume en ella. El filósofo se dirige hacia el ser oculto tras la apariencia, mientras que el poeta se queda sumido en estas apariencias. Diferenciar realidad de apariencia, eso es conocimiento. Haciendo un paréntesis, es como una semiosis (que no es ningún virus) en que Lo Real es la palabra dicha off the record pensando que no se (te) oye por el micrófono, y la Realidad la apariencia discursivizada, narrativizada, hecha palabra y pasapuré para consumo de la plebe. La verdad está en lo dicho creyendo que no se oye y, por tanto, no tiene repercusión, y la mentira, el engaño, en lo que se dice a conciencia, a voz en grito y machaconamente, conformando, performativamente, la Realidad, lo que existe, lo que hay, volviendo a A. Pope, No se trata de lapsus exactamente. Zambrano, en otro diapasón, viene a decir que, si el poeta comunica pensamientos, verdades tales o mejores que el filósofo, lo hace sin pensar, puesto que estas vienen dadas por la inspiración que le ofrecen las musas. De suerte que el filósofo dice verdades pensando y el poeta las dice sin pensar, pues está en un estado alterado, como poseído, sisnestésico. Un trabalenguas místico, mágico, que tiene su aquel. Hegel concluirá que la filosofía piensa en conceptos y la imaginación poética en intuiciones, cada una a su manera y mediante medios diferentes. Es lo que Sócrates temía: «es de las apariencias de donde viene la persuasión, y no la verdad». El mundo se convierte en un gran teatro, en una caverna, en una representación carnavalizada con disfraces, máscaras y antifaces.

¿Apariencia y todo apariencia? El filósofo Pedro Fernández Liria nos insta encarecidamente a desterrar la idea de que la filosofía -póngase poesía- es una huida del mundo real hacia la pura vida contemplativa (¿eso quedaría para la poesía?). El filósofo -el poeta- es lo contrario del nihilista, la antítesis del poeta vulgar que simplemente se evade de una realidad que le horroriza o le aburre. De lo único que la filosofía -la poesía- representa una huida es de la apariencia y de la ignorancia. Es decir, el hombre vive en un mundo de apariencias; aunque fueran perfectos e infalibles nunca podrían conocer «lo real»; solamente podrían conocer la apariencia y la copia, no el original. Rasgar ese velo de Maya es propósito de una élite para Platón, de una aristocracia bienpensante y bienhechora. De reyes-filósofos. Y es aquí donde ya tomamos distancias del amigo Platón.

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