El Congreso de Ginebra de la Primera Internacional

150 años de la fundación de la Primera Internacional (7)

El Congreso se reunió en Ginebra en septiembre de 1866, cuando Prusia había vencido ya a Austria y los obreros ingleses parecía que habían conseguido una gran victoria política sobre la burguesía. Comenzó con un escándalo; habían llegado de Francia, además de los proudhonistas, blanquistas que pretendían participar en los trabajos del Congreso. Casi todos eran estudiantes muy revolucionarios y, entre ellos, el futuro comisario de Justicia de la Comuna de París, Protot. Aunque carecían de ninguna credencial, metían más ruido que todos los demás. Al final se les expulsó sin contemplaciones.

Cuando finalmente se consiguió iniciar los trabajos, la batalla principal se desarrolló entre los proudhonianos y la delegación del Consejo General, compuesta por Eccarius y obreros ingleses. Marx ni pudo ni quiso asistir; no hubiera podido asistir porque estaba ocupado en la redacción definitiva del primer tomo de «El capital», enfermo y estrechamente vigilado por policías franceses y alemanes; sólo con muchas dificultades hubiera podido efectuar el viaje. Tenía muchos temores acerca del Congreso, pero quedó satisfecho de los resultados alcanzados. Escribió para la delegación una informe muy detallado sobre todos los puntos del orden del día: «Lo limité intencionadamente a los puntos que hacen posible un acuerdo inmediato para la acción conjunta de los obreros», escribió en una carta a Kugelmann. Era imprescindible abrir la Internacional a todas las corrientes del movimiento obrero, en aquel momento aún incipiente.

Los delegados franceses también presentaron un informe detallado, que era una exposición de las ideas económicas de Proudhon. Denunciaron el trabajo de la mujer, declarando que la propia naturaleza le había fijado su lugar en la casa, que la mujer debía ocuparse de su familia y no trabajar en una fábrica. Rechazaban las huelgas y los sindicatos, defendían el cooperativismo, y particularmente la organización de los intercambios sobre las bases del mutualismo. La condición básica para ello era, en su opinión, concluir acuerdos entre las diferentes cooperativas y la organización del crédito gratuito. Insistían incluso en que el congreso ratificara la organización del crédito internacional, pero sólo consiguieron sacar a flote una resolución que recomendaba a todas las secciones de la Internacional que se ocuparan del estudio de la cuestión del crédito y de la unificación de todas las sociedades obreras de crédito. También se opusieron a la limitación legal de la jornada de trabajo.

Fueron combatidos por los delegados londinenses y alemanes. En cada punto del orden día, estos últimos proponían como resolución un párrafo apropiado del informe de Marx, que ponía en primer plano todas las reivindicaciones de la clase obrera. Este informe pedía que la Internacional consagrara toda su actividad a la agrupación de los esfuerzos dispersos de la clase obrera. Era necesario crear una alianza que permitiera a los obreros de los diferentes países no sólo sentir su fraternidad de combate, sino también de actuar como luchadores de un ejército liberador único. Era necesario organizar la solidaridad internacional en las huelgas, impedir que se reemplazara a los obreros de un país con obreros extranjeros.

Una de las tareas principales que preconizaba Marx era el estudio metódico, científico, de la situación de la clase obrera en todos los países, que debía emprenderse por iniciativa propia de los obreros. Todos los materiales que se reunieran deberían ser enviados al Consejo general, el cual los elaboraría. Marx indicaba en sus grandes rasgos las cuestiones fundamentales sobre las que debía tratar esta encuesta obrera.

La cuestión de los sindicatos levantó vivos debates. Los franceses criticaban las huelgas y toda organización de resistencia contra los capitalistas. Sólo en la cooperación veían la salvación de los obreros. Los delegados londinenses les proponían, en forma de resolución, la parte del informe de Marx sobre los sindicatos. Fue adoptada por el Congreso, pero provocó los mismos malentendidos que las restantes decisiones de la I Internacional. Durante mucho tiempo no fue conocido el texto exacto; los alemanes sólo lo conocían por una traducción insuficiente de Becker en «El Precursor»; la traducción francesa era aún peor. La resolución repetía, bajo una formulación aún más clara, cuanto Marx había dicho en la «Miseria de la filosofía» y en el «Manifiesto Comunista» sobre los sindicatos, núcleo fundamental de la organización de clase del proletariado. Además, indicaba las tareas del momento para los sindicatos, y los defectos en que caen fatalmente cuando se transforman en organizaciones economicistas.

En la lucha entre el capital y los asalariados, éstos se encuentran en condiciones muy desventajosas porque el capital es una fuerza social concentrada en las manos de un capitalista, mientras que el obrero sólo dispone de su fuerza de trabajo individual. Por este motivo no puede existir un contrato libre entre el capitalista y el obrero. Cuando los proudhonianos hablaban de un contrato libre y justo, mostraban simplemente que no comprendían el mecanismo de la explotación capitalista. El contrato entre el capital y el trabajo no se puede concluir en condiciones justas, incluso desde el punto de vista de una sociedad que sitúa la propiedad de los medios materiales de vida y de trabajo en una parte, y la energía productiva viva en otra. Tras cada capitalista se encuentra la fuerza de la sociedad. A esta fuerza, los obreros no pueden oponer más que su número, la fuerza social de que disponen. Pero la fuerza del número, de la masa, se reduce al mínimo por la división de los obreros, creada y mantenida por la inevitable concurrencia entre los mismos. Para suprimirla nacieron los sindicatos. Su tarea inmediata se limitó, en los momentos iniciales, a las necesidades diarias; buscaron los medios para frenar los abusos continuos del capital; en una palabra, se ocuparon de las cuestiones del salario y de la jornada de trabajo del obrero. A pesar de las afirmaciones de los proudhonianos, esto era imprescindible.

Pero los sindicatos juegan además otro papel no menos importante, que los proudhonianos de 1866 eran incapaces de comprender, lo mismo que su maestro en 1847. Inconscientemente, los sindicatos han sido y son todavía centros de organización para la clase obrera para la supresión del propio régimen de asalariado.

Inicialmente los sindicatos, absorbidos por su lucha local y directa contra el capital, no comprendieron la fuerza de su acción dirigida contra el sistema de esclavitud asalariada. Por ello se mantuvieron separados de los movimientos políticos.

Marx indicó los primeros síntomas de que entonces los sindicatos comenzaban a comprender su misión histórica. Entre estos síntomas cita la participación de los sindicatos ingleses en la lucha por el sufragio universal, la resolución que adoptaron en su conferencia de Sheffield, en la que recomendaban a todos los sindicatos su adhesión a la Internacional.

En definitiva, Marx, que hasta entonces había polemizado principalmente contra los proudhonianos, se vuelve contra los sindicalistas estrechos, que querían limitar las tareas de los sindicatos a las cuestiones del salario y de la jornada laboral. Los sindicatos debían además actuar como centros organizadores de la clase obrera para su total emancipación; debían secundar todo movimiento social y político con este fin. Considerándose como los representantes de la clase obrera, debían atraer a sus filas a todos los obreros, velar por sus intereses, mostrar al mundo entero que sus aspiraciones no eran limitadas y que pretendían la liberación de millones de oprimidos de todo el mundo.

Los debates sobre la cuestión sindical en el congreso de Ginebra presentaron un gran interés. Los delegados londinenses defendieron muy inteligentemente sus posturas. Para ellos, la resolución no era más que una consecuencia del amplio informe de Marx que, por desgracia, eran los únicos que lo conocían. En efecto, cuando el Consejo general examinó las cuestiones que debían ser planteadas en el orden del día del futuro Congreso, habían surgido profundas divergencias entre las opiniones de los distintos miembros. Por este motivo, Marx había leído al Consejo general un informe detallado en el subrayaba la importancia de los sindicatos en el régimen de producción capitalista. Aprovechó la ocasión para exponer de una forma asequible, su teoría del valor y de la plusvalía, para explicarles la interdependencia entre el salario, el beneficio y el precio de las mercancías. Las actas de estas sesiones del Consejo general impresionan aún hoy por su seriedad y su profundidad, dignas de una sociedad científica. Toda la autoridad, todas las adquisiciones de esta nueva ciencia económica marxista eran puestas al servicio de la clase obrera.

Los delegados londinenses también defendieron con habilidad la resolución de Marx sobre la jornada de ocho horas. Al contrario que los franceses, demostraron con Marx que «la condición previa, sin la cual toda tentativa de mejora y liberación de la clase obrera seguiría siendo infructuosa, es la limitación legal de la jornada obrera». Era necesario restaurar la energía de los obreros y asegurarles un desarrollo intelectual, de solidaridad y actividad política. De acuerdo con la propuesta del Consejo General, el Congreso fijó en ocho horas el límite legal de la jornada de trabajo. Como esta limitación era una reivindicación de los obreros de Estados Unidos, el Congreso hizo de ella la plataforma general de la clase obrera de todo el mundo. El trabajo nocturno no se permitiría más que en casos excepcionales en ciertas ramas de la producción, o en ciertas profesiones determinadas estrictamente por la ley. Pero debería tenderse a la supresión total del trabajo nocturno.

En su informe, Marx no examinaba en detalle la cuestión del trabajo de la mujer. Había considerado suficiente decir que el apartado sobre la reducción de la jornada de trabajo se refería a todos los obreros, tanto hombres como mujeres. Sin embargo, había especificado que estas últimas no debían ser empleadas en ningún tipo de trabajo nocturno, que no podrían verse obligadas a realizar un trabajo perjudicial a su organismo, ni ejercer un oficio que exigiera el manejo de sustancias venenosas o perjudiciales a la salud. Sin embargo, como la mayoría de los franceses y los suizos se oponían categóricamente al trabajo de la mujer, el Congreso declaró que era mejor prohibir el trabajo de la mujer, pero que allí donde se efectuara era necesario reducirlo a los límites indicados por Marx.

Por el contrario, las tesis de Marx sobre el trabajo de los niños fueron adoptadas íntegramente, sin ninguna enmienda proudhoniana. Se decía en ellas que la tendencia de la industria contemporánea a que los adolescentes de ambos sexos colaboren en el trabajo de producción social era progresista, aunque bajo el dominio del capital, se transforme en una horrible plaga. En una sociedad racionalmente organizada, según Marx, todo niño, a partir de los nueve años de edad, debía ser un trabajador productivo. Del mismo modo, ningún adulto en buen estado de salud podía librarse del cumplimiento de esta ley de la naturaleza: trabajar para tener la posibilidad de comer, y trabajar no sólo intelectualmente, sino también físicamente. En este sentido, Marx propone todo un programa de combinación del trabajo físico con el trabajo intelectual, el desarrollo politécnico que haga conocer a los niños las bases científicas de los procesos de producción.

En su informe, Marx abordó igualmente la cuestión de la cooperación y aprovechó este punto no sólo para criticar las divisiones existentes entre los cooperativistas puros, sino también para subrayar la condición esencial para el éxito del movimiento cooperativo. Como en el Llamamiento fundacional, dio un lugar preferente a las cooperativas de producción, y no a las de consumo: «Pero no es de las cooperativas, cualesquiera que fueran «-añade-« de donde se puede esperar la supresión del régimen capitalista. Para esto, eran necesarios cambios profundos que se extendieran a toda la sociedad que sólo son posibles por intermedio de una fuerza social organizada, el poder estatal, que debe pasar de las manos de los capitalistas y de los propietarios de las tierras a los de la clase obrera». También en este punto, Marx proclama la necesidad de la conquista del poder político por la clase obrera.

El proyecto de Estatutos fue aprobado sin ninguna modificación. La tentativa de los franceses (quienes habían planteado ya esta cuestión en la Conferencia de Londres) de considerar como «obrero» únicamente a las personas ocupadas en un trabajo físico, y de excluir por consiguiente a los representantes del trabajo intelectual, fue fuertemente combatida. Los delegados ingleses declararon que si se aceptaba la propuesta de los franceses sería necesario comenzar excluyendo al propio Marx, que tanto había hecho por la Internacional.

El Congreso de Ginebra jugó un papel importante como instrumento de propaganda. Todas sus resoluciones formulando las reivindicaciones primordiales de la clase obrera, que habían sido escritas casi exclusivamente por Marx, entraron en el programa mínimo práctico de todos los partidos obreros. El Congreso tuvo un eco inmenso en todos los países, dio un fuerte impulso al desarrollo del movimiento obrero internacional, adquiriendo la Internacional una rápida popularidad. Atrajo la atención de algunas organizaciones burguesas, entre ellas la bakuninista, que intentaron aprovecharse de ella para sus propios fines.

Fuente: censurada web Antorcha.org

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