Economía política de la histeria colectiva

Hay muchos estudios sobre los efectos psicológicos adversos de la histeria colectiva, los confines impuestos por el Estado, los medios de comunicación e internet que crean ansiedad y pánico colectivos tras una amenaza, ya sea real o imaginaria. Pero ninguno ha examinado hasta ahora en qué medida las instituciones políticas individuales y los Estados contribuyen a la propagación de la histeria colectiva en un mundo digital que llega al mundo entero de manera casi instantánea.

Las pruebas empíricas de la histeria de masas, es decir, la ansiedad colectiva debida a la percepción de una amenaza, se remontan al menos a la Edad Media y persisten hasta nuestros días. Uno de los casos más conocidos de histeria colectiva se produjo tras la emisión radiofónica en 1938 de la adaptación de Orson Welles de la novela de H.G. Wells “La guerra de los mundos”, en la que la Tierra es tomada por extraterrestres. Al parecer, algunos de los asistentes entraron en pánico, pensando que realmente estaban siendo invadidos por extraterrestres.

Otro momento más reciente de histeria colectiva se produjo en las escuelas de todo Portugal, que en mayo de 2006 enviaron informes a las autoridades sobre docenas, luego cientos de casos de estudiantes que sufrían erupciones cutáneas, mareos y dificultades respiratorias. ¿Una alergia? ¿Envenenamiento? ¿Un virus? No, los estudiantes habían sido víctimas de “Morangos com Açúcar” (Fresas con azúcar), una telenovela para adolescentes cuyo episodio, justo antes del brote en las escuelas reales, relataba una enfermedad similar y potencialmente mortal que afectaba a los personajes adolescentes de su escuela ficticia.

Además del efecto placebo (una persona mejora de una enfermedad porque espera mejorar), también existe el llamado efecto «nocebo» (una persona enferma simplemente porque espera enfermar). Existe el caso de un hombre que, mientras participaba en una investigación clínica, intentó suicidarse tomando una cantidad de pastillas que no sabía que eran realmente inofensivas. Desarrolló todos los síntomas de una muerte inminente hasta que un médico que estaba al tanto de la investigación le dijo que la sustancia que había tomado era placebo: el paciente se recuperó en quince minutos.

El 3 de febrero los profesores Philipp Bagus, José Antonio Peña-Ramos y Antonio Sánchez-Bayón publicaron un artículo en la revista “International Journal of Environmental Research and Public Health” sobre la economía política de la histeria colectiva en el contexto de la pandemia (*).

Según los investigadores, “la población ha estado sometida a un enorme estrés psicológico durante la crisis. El confinamiento contribuyó a un aumento de la ansiedad y el estrés, ingredientes importantes en la propagación de la histeria colectiva”. Las encuestas muestran que la gente se siente más infeliz.

Otras pruebas anecdóticas de lo que podría llamarse histeria colectiva se observan en el acaparamiento de papel higiénico y otros artículos de primera necesidad y en el hecho de que algunas personas apenas salen de sus casas por miedo a infectarse, cuando el riesgo de infectarse fuera si se mantiene alejado es mínimo.

Otras se han asustado hasta un punto que no puede explicarse por su ínfimo riesgo de muerte en caso de infección. Mucha gente pensó que se trataba de un virus mucho más mortífero que el coronavirus en realidad, con tasas de supervivencia en Estados Unidos, por ejemplo, de más del 99,98 por ciento hasta los 50 años, del 99,5 por ciento hasta los 70 años y del 94,6 por ciento por encima de los 70 años.

Las enfermedades cardíacas, los accidentes cerebrovasculares y las enfermedades pulmonares crónicas matan a mucha más gente que el coronavirus en todo el mundo sin el mismo bombo mediático, el pánico y la intervención gubernamental a una escala sin precedentes.

El riesgo es la probabilidad de que se produzca un peligro. La percepción de esta probabilidad se distorsiona cuando se enfrenta a peligros desconocidos, aterradores y potencialmente devastadores que afectan a las generaciones futuras. El objetivo del estudio de los tres investigadores es examinar hasta qué punto el Estado influye en esta distorsión de la realidad y, en consecuencia, en la propagación de la histeria colectiva y el comportamiento irracional que suele acompañarla.

Un Estado omnipotente y omnisciente que se ha dotado de amplias prerrogativas para intervenir en la vida económica y social y que tiene el poder de prohibir precisamente las actividades que frenan la actividad económica, exacerba los factores que fomentan la histeria de masas, al igual que la inclinación humana al pensamiento gregario.

El pensamiento gregario y la presión social alimentan la histeria de masas por sí mismos, tanto más fácilmente cuanto que no se presentan a la población alternativas que puedan reducir la ansiedad, el miedo y el estrés, como el deporte, el entretenimiento y la socialización, imponiendo el aislamiento, soportando los dictados del Estado.

La concentración de poder impide que la información necesaria para resolver los problemas se genere de forma espontánea y descentralizada por parte de todos los interesados en todos los niveles de la sociedad.

(*) https://www.mdpi.com/1660-4601/18/4/1376

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