Una cierta forma de presentar los acontecimientos de Oriente Medio por las grandes cadenas de comunicación occidental reincide en la naturaleza teocrática de Irán, que es una “república islámica” que, de forma casi inconsciente, podemos asimilar a Estados como el Vaticano, por poner en un ejemplo.
La última de esas campañas la desataron los medios en septiembre de 2022, tras la muerte de Mahsa Amini, fallecida a causa de una detención por no portar el hiyab, el velo.
Es un tipo de campañas que sólo son posibles porque el espectador nunca se ha paseado por una calle de Teherán, como tampoco ha visitado Pyongyang. Pero si presta un poco de atención verá que en Teherán la mayor parte de las mujeres no llevan velo y que en Pyongyang las personas no desfilan en uniforme militar.
Sin embargo, las únicas imágenes que un espectador occidental verá en su vida de una u otra ciudad, Teherán o Pyongyang, sean esas, porque quien mira no son sus ojos sino un medio de comunicación, que se encarga cuidadosamente de diseñar la realidad.
Como en cualquier otro país, en Irán la realidad tiene poco que ver con lo que dicen los medios y con lo que pretenden los aparatos del Estado. A pesar del islamismo, el año pasado el ministro iraní de Cultura, Mohammad Mehdi Esmaili, afirmó que en el país la asistencia a las mezquitas había descendido de manera “muy alarmante”.
La población que va a rezar ha disminuido y el número de mezquitas también. En febrero de 2023 un destacado clérigo iraní, Mohammad Abolghassem Douabi, reveló que 50.000 de las 75.000 mezquitas del país, dos terceras partes, habían cerrado debido a una disminución significativa de la asistencia.
En agosto de 2023 el ministro de Cultura hizo un llamamiento a que se celebraran más eventos en mezquitas para revivir la fe y atraer a los iraníes de vuelta a la fe. Esmaili afirmó que “la mayoría de las actividades culturales y artísticas deberían tener lugar en las mezquitas”.
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