Disneylandia

Nicolás Bianchi
El imperio ataca y contraataca; nos quiere infantilizados, ayer Disney y hoy Spielbreg. O embrutecidos como los mangas que empiezan ya asaltando las mentes infantiles. En julio de este año se cumplirán 60 años de la creación de Disneylandia en California en 1955 (luego en Orlando, Florida, en 1971). El «chiste» -o la clave- está en que los parques (infantiles) (a)traen a los niños, que traen a los padres, que traen el dinero que los niños, obviamente, no tienen. 
Walt Disney (1901-1966) nunca escribió ni realizó los dibujos animados clásicos que llevan su nombre. Era un vendedor (como su coetáneo Ray Kroc, el fundador de McDonald`s) de chucherías para los niños. Disney, antes de cumplir treinta años, ya era famoso. Del Medio Oeste se fue a Los Ángeles y montó un estudio. Gran admirador de Henry Ford (no John Ford, el cineasta, que tiene su aquel aparte) introdujo una cadena de montaje («fordismo») y una rigurosa división del trabajo en el Estudio Disney hasta que el personal, dibujantes, guionistas… se declararon en huelga apoyando al Gremio de Dibujantes de la Pantalla, que se decía. Cometieron la «torpeza» de ganar la huelga y a Disney le entró tan mala ostia que los acusó de ser lo peor que se puede ser en este mundo y probablemente en el otro: comunistas. Encabronado y maltrecho como se le quedó el cuerpo, dejó esta lapidaria sentencia a los navegantes como aviso, o como aviso a navegantes: «Es ley del universo que los fuertes sobrevivan y los débiles queden en el camino, y me importa un bledo qué plan idealista se invente; nada puede cambiar eso; no olvidéis esto», decía con aterciopelada admonición este socialdarwinista. Y lo decía creyéndoselo, o sea, que estará en el cielo calvinista (los comunistas ya sabemos adónde vamos de cabeza). 
La huelga le dejó tocado anímica y económicamente. Se olvidó de que era -o iba- un liberal manchesteriano, poco menos, y pidió sopitas a papá-Estado. El Gobierno yanqui le dio contratos como por un tubo en plena II Guerra Mundial para hacer propaganda -vía Pato Donald, sobre todo- y lucrarse, que eso es un patriota. En los años 50, el nazi Wernher von Braun, comandante de las SS y científico nuclear, colaboraba para él (los genios nazis se iban -se reclutaban- a los EE. UU, y los criminales nazis al «patio trasero», a Sudamérica) descubriéndonos algo tan fascinante y novedoso como el espacio exterior y amigándonos con el átomo y la fisión nuclear «tan divertida» y nada terrorífica. No los átomos de Demócrito o Epicuro, no, los otros.

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