China es el mayor vendedor mundial de vacunas contra el coronavirus

El viernes la OMS (Organización Mundial de la Salud) aprobó la vacuna china Sinopharm con carácter de urgencia, es decir, con el mismo carácter experimental que las demás.

A la OMS no le ha quedado otro remedio que claudicar para reactivar la iniciativa Covax para vacunar a los países del Tercer Mundo y, en consecuencia, a la mayor parte de la humanidad.

Sinopharm es la sexta vacuna autorizada por la OMS, junto con las de Pfizer, Johnson & Johnson, Moderna y las dos de AstraZeneca, fabricadas en India y Corea del Sur. Otra vacuna china, Sinovac, también está siendo examinada por la OMS para cumplir con el trámite de homologación.

Afortunadamente nunca podrán lograr vacunar a la población mundial, que es de 6.000 millones de personas porque si cada ser humano necesita dos dosis de Sinopharm, como recomienda la OMS, necesitarían 12.000 millones de dosis, 12.000 millones de jeringuillas y mucho personal sanitario que ni tiene medios de almacenamiento, ni de transporte, ni está dispuesto a desplazarse a las zonas rurales para inocular.

En el mundo no hay laboratorios suficientes ni capacidad de producción para distribuir tan gigantesco número de vacunas. El plan Covax sólo aspira a suministrar 2.000 millones de dosis, seis veces menos de las que son necesarias. Hasta ahora Covax sólo ha llegado 54 millones de personas de 121 países diferentes y en el futuro no va a ir mucho más lejos. Jamás se logrará implementar en su totalidad porque es otro de los muchos fraudes de esta pandemia.

El único país del mundo que puede acercarse a las cifras necesarias de vacunas es China.

Volvemos así a la casilla de salida: al comienzo de la pandemia ningún país tenía mascarillas ni equipo médico para abordar la pandemia, ni capacidad para fabricarlo. Países como España, tuvieron que viajar a China a comprarlo y pelearse por acaparar los alijos sanitarios como verdaderos matones.

De esta manera, el año de pandemia es la crónica de un fracaso: lo que se diseñó para aislar a China del mercado mundial, ha servido para todo lo contrario. Si en el mundo hubiera una verdadera y atroz pandemia, y si la vacuna fuera el remedio, China quedaría como la tabla de salvación de la humanidad, un blasón que podría ostentar con legítimo orgullo.

Pero no se trata de eso; estamos hablando de economía política y tanto la OMS como los países del mundo, incluidas las grandes potencias, necesitan de China. No hay más que comprobar los problemas de abastecimiento de vacunas de la vieja y achacosa Europa, que obligará a Bruselas a tomar una medida a regañadientes: aprobar las vacunas rusa y china.

Un mundo se agota mientras otro emerge, de manera que organismos internacionales como la OMS y otros parecidos jamás podrán llevar a cabo ningún proyecto de alcance mundial sin China. Por ejemplo, el plan Covax lo tendrá que llevar a cabo la OMS con productos chinos, fabricados en China.

Estados Unidos intentó que ese papel lo desempeñara India, pero ese plan también ha fracasado, como ha admitido Jake Sullivan, el consejero de seguridad nacional de la Casa Blanca: “Debemos preguntarnos por qué tanta gente piensa que el método para resolver la pandemia de covid 19 es mucho más eficaz en China que las recomendaciones liberales de Estados Unidos”.

Como vemos, los reformistas se vuelven a equivocar. No se trata de patentes sino de algo mucho más simple. China puede regalar las patentes de sus vacunas, e incluso las propias vacunas ya elaboradas, y en su inmensa mayoría el mundo seguirá sin poderse vacunar. Afortunadamente, porque no lo necesita.

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