China bota el nuevo portaaviones Fujian

China ha botado un nuevo portaaviones después de dos años de trabajo. Desempeñará el papel de buque insignia de su flota de guerra. Nada menos que 340 barcos. Una cifra que la convierte en la más grande del mundo. El portaaviones Fujian es comparable a los de las clases Ford y Nimitz de Estados Unidos. Sin embargo, a diferencia de los estadounidenses, el Fujian no utiliza propulsión nuclear.

En el espacio de unas pocas décadas el ejército  chino ha cambiado de piel. Se ha transformado, según una orientación precisa que sigue la nueva estrategia geopolítica de Pekín.

Es una estrategia completamente nueva en la historia de China. Indica que la naturaleza misma del antiguo Reino Medio está cambiando radicalmente.

A lo largo de sus mil años de historia China siempre ha sido una potencia terrestre. Una “telurocracia”, que basaba su fuerza en inmensos ejércitos terrestres y grandes masas de hombres armados.

Una fortaleza que, sin embargo, siempre ha sido su límite, obligándolo a desempeñar un papel regional, por vasto que sea. Y sufrir el enfrentamiento con poderes de otro tipo. Menos masivo y más ágil.

Es lo que hemos visto históricamente con Japón. Hasta la Segunda Guerra Mundial. Y, hasta cierto punto, durante la Guerra de Corea. Durante el enfrentamiento directo, aunque breve, con Estados Unidos.

Durante las últimas dos décadas, China cambiado radicalmente sus fuerzas armadas y ese cambio se ha acelerado con Xi Jinping.

La era de los grandes ejércitos terrestres ha terminado. China está desarrollando ahora un sistema de tropas aerotransportadas especializadas y, además, cuenta con una gran flota.

El deseo de hacer de China una potencia capaz de intervenir militarmente –si es necesario para sus intereses– en cualquier escenario del planeta es evidente. Y, sobre todo, ejercer el control/defensa de las rutas y costas del transporte marítimo con los sistemas portuarios que son los hubs necesarios. En realidad, una potencia telurocrática que se está convirtiendo en talasocracia. O en parte aspira a ello. Sin renunciar al control de su propio espacio geográfico diverso.

La antítesis tierra/mar no debe considerarse de manera rígida y esquemática. La historia nos proporciona numerosos ejemplos de metamorfosis. Donde el Behemoth se transformó en Leviatán. Y viceversa.

El imperio de Roma. Un poder territorial por excelencia, que sin embargo se transformó en talasocracia con el traslado del centro del poder a Constantinopla.

La Liga Hanseática Alemana, que, como potencia marítima y mercantil, se convirtió más tarde en uno de los pilares de Alemania, una potencia terrestre.

Y podríamos multiplicar los ejemplos.

El mundo actual es una realidad extremadamente fluida. Cambiante e incierto. Con límites cada vez más difusos y difíciles de definir. Y donde los mares, los océanos han adquirido cada vez más importancia. Porque son el teatro privilegiado del comercio. Y por tanto del enfrentamiento entre potencias mercantiles y, al mismo tiempo, geopolíticas.

El futuro, hasta donde podemos vislumbrarlo en destellos, no es la Pax Americana de la globalización, teorizada por Fukuyama. Es la lucha permanente entre talasocracias de distintos tamaños por el control de las rutas marítimas.

Un mundo de piratas y corsarios. Una gran batalla naval.

Andrea Marcigliano https://electomagazine.it/battaglie-navali/

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