¡Camisetas (amarillas) fuera, cohone!

Bianchi

No solemos aquí hacernos eco de las chapuzas más cutres y ridículas del fascio español que ya son cubiertas en las redes y hasta en las televisiones privadas del sistema y del orden establecido y, por tanto, del stablishment, como es el caso -que roza lo cómico o, al menos, lo esperpéntico, lo grotesco- de la requisa de camisetas amarillas (echadas a la basura) a los aficionados del FC Barcelona por parte de la policía en la final de Copa del Rey de fútbol en el Metropolitano madrileño (nos resistimos a llamarle «Wanda»). Así somos de originales…

Ocurre que este tipo de torpezas de carácter absolutamente fascista -el año pasado un juzgado desestimó la prohibición de la entrada al campo de esteladas por parte de la Delegación del Gobierno en Madrid, algo que, esta temporada, se han saltado a la brava y han procedido directamente a esta operación nudista no vaya a ser que una sentencia judicial lo prohíba también- dan pie y acomodo al oportunismo que funge de «izquierda» pero viste y calza de sostén del sistema que no ha mucho decían combatir: estamos hablando de Podemos, como ya habrá adivinado el lector pangenérico (que incluye, pues, a la lectora). Son este tipo de carcundias, como decimos, las que retroalimentan al podemismo andante y su discurso.

Pablo Iglesias, por ejemplo, ante semejante disparate -la quita de camisetas amarilla, que no otras de corte «patriótico» de cojones, o sea, las buenas, las constitucionales, las de toda la puta vida, vaya, incluidas las que muestran el aguilucho- escribe un tuit diciendo -tratando de quedar, de paso, como progre y moderno- que son este tipo de estupideces las que hacen crecer el independentismo y que esas no son maneras de frenarlo y que así no vamos a ninguna parte, joder, ¡qué cuadrilla de inútiles! Y no le falta razón a esta joven promesa. Iglesias representa lo que podríamos llamar el «unionismo inteligente» frente al unionismo cerril y carpetovetónico, el de ¡Santiago y cierra España! blandiendo la «Tizona» a lomos de Babieca del Cid Campeador. El objetivo de ambos es el mismo (rendir, someter, a Catalunya), pero con distintos procedimientos: Iglesias, como Otegi en el País Vasco, prefiere seducir, abducir. O sea, un prestidigitador.

La España más cañí acusa a Iglesias -como si fuera un insulto- de «comunista», algo que saben que no es y ni Iglesias se molesta en desmentirlo. Pero, suponiendo por un instante que Iglesias Turrión tuviera o le quedara una brizna de comunista de sus tiempos en IU, lo que diferenciaría, entre otras muchas cosas, a este individuo de un auténtico comunista es la defensa ímproba del derecho a la autodeterminación -o a decidir para los más meliorativos- de Catalunya y resto de naciones oprimidas por la cárcel de pueblos que es el Estado fascista español, cosa que ni Iglesias ni sus acólitos hacen ni harán; al contrario, su pretensión -y así lo proclaman, no lo ocultan- es que Catalunya no se vaya de España, de la democracia española, convenciéndola (seduciéndola), eso sí, con métodos más «civilizados» y menos salvajes y mostrencos que el fascio más rancio y pedestre. Y frente al ultraizquierdismo -de corte troskista seguramente que nunca falta como perejil de todas las salsas- que diría que (los comunistas) nos ponemos a rebufo de la burguesía nacionalista, o sea, explotadora y conservadora, que lo es, seguiríamos apoyando su lucha independentista apoyados en el análisis que distingue entre lo que es, en un momento dado, la contradicción principal de la/s secundaria/as. O sea, la socialdemocracia de siempre, venal y traidora, con ínfulas de rompe y rasga, al principio para vender la mercancía, y sostén y bombero del sistema hecho trizas, o camino de eso.

Buenas tardes.

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