Por varias razones, el pediatra estadounidense D.C. Gajdusek, fallecido en 2008, es un prototipo del científico contemporáneo, muy alejado de la imagen que la mayor parte de los neófitos tienen de este tipo de individuos. Diría que reúne casi todas sus taras y deformidades, aunque me abstendré ahora de ataques personales porque, por execrable que alguien sea, no cabe descartar que realice investigaciones interesantes que logren impulsar el conocimiento.En 1976 le concedieron el Premio Nobel de Medicina, pero no por una investigación concerniente a su titulación pediátrica, sino por su estudio sobre una enfermedad infecciosa, el kuru, una de esas que ahora se llaman “emergentes” y no de forma inocente. Detrás de ese tipo de enfermedades hay una aberración doctrinal e ideológica.
En los años cincuenta Gajdusek saltó de la pediatría a la virología porque los enormes fondos gastados en la polio se agotaron y había que seguir buscando dinero con la gran coartada de la modernidad: los virus. Se convirtió en un cazador de microbios y, por lo tanto, de peligros para la salud humana porque, en efecto, por sí mismos los microbios no dan dinero; lo realmente rentable son las enfermedades, reales o supuestas, que causan.
Gajdusek empezó a viajar por el mundo a la busca y captura de algo. Pasó años en Afganistán trabajando sobre la fiebre amarilla, el dengue, el virus del Nilo, el escorbuto, la rabia y otras patologías, pero no encontró lo que buscaba, por lo que en 1957 se trasladó a Nueva Guinea, donde los miembros de la tribu Fore padecían una extraña enfermedad mortal que llamaban kuru. Sus primeros síntomas eran la descoordinación ambulatoria y los temblores en manos y ojos. En las autopsias Gajdusek observó que el tejido nervioso de los fallecidos presentaba abundantes orificios, lo que le daba un aspecto esponjoso.
De los seres humanos pasó a los monos. Realizó un experimento inoculando tejido de un cerebro humano enfermo en un mono sano y creyó que había conseguido inducir la enfermedad por vía intravenosa e intracerebral (1). A los cazadores de microbios eso les basta para dar por demostrado que la enfermedad estaba causada por un virus.
Durante más de ocho años no se manifestaban las secuelas típicas de las infecciones y, sobre todo, no aparecía ninguna reacción inmunitaria. Como el virus era bastante “lento” en ponerse en marcha, Gajdusek inventó la teoría de los “lentivirus”, capaces de permanecer de manera latente en el organismo durante años, décadas o generaciones enteras sin causar ninguna patología, hasta que se reactivan por arte magia.
La explicación de Gajdusek suplantaba, pues, a los priones por (lenti)virus y llamaba “contagio” a una inoculación directa dirigida a las venas y el cerebro del mono. Naturalmente, que si la enfermedad se transmitía de los seres humanos a los monos, también podría circular en sentido contrario. ¿O no? Cualquier investigador sensato hubiera rechazado la intervención de un virus, pero los pequeños obstáculos no podían desalentar a los cazadores de microbios, dispuestos a cualquier cosa.
Pero el pediatra fue mucho más allá en sus invenciones: para exponer una vía creíble de penetración del virus en el organismo, dijo que los nativos de Fore eran caníbales porque durante los ritos funerarios los allegados se comían el cerebro de sus difuntos, que era el mecanismo de transmisión del virus. Por eso la enfermedad presentaba una apariencia genética, afectando a los mismos círculos de familiares.
La absurda teoría de Gajdusek le valió el Premio Nóbel y al año siguiente la revista Science, por su parte, se prestó a un montaje del mismo estilo repugnante, que también demuestra la verdadera naturaleza de quienes han secuestrado a la ciencia y se permiten hablar en su nombre de manera exclusiva.
La revista volvió a difundir la teoría de Gajdusek y, además, la quiso reforzar con 10 fotografías de la vida habitual de los nativos, una de las cuales aludía -supuestamente- a uno de aquellos macabros festines (2). ¿Cómo poner en duda de la veracidad de unas fotos?
Cuando le preguntaron a Gajdusek por las fotos, admitió que el menú era carne asada de cerdo. Cuando fueron a pedir explicaciones a Science, los editores se disculparon aduciendo que no publicaban imágenes reales de canibalismo para no herir la sensibilidad de los lectores. La excusa es falsa. Quien eche un vistazo a la publicación verá que cada una de las fotos va acompañada de su pie explicativo correspondiente.
Era un burdo montaje o, mejor dicho, varios montajes seguidos, unos detrás de otros. En la tribu Fore no existe el canibalismo. Los lentivirus de Gajdusek son una fantasmada seudocientífica y, en cuanto al kuru, lo mismo que Creutzfeldt-Jakob, el “mal de las vacas locas” (ESB, encefalitis espongiforme bovina) o el prurigo ovino (“scrapie”), no es contagioso sino neurodegenerativo y, desde luego, no está causado por virus sino por priones.
A pesar de las tres falsedades que hemos apuntado (canibalismo, lentivirus y kuru) ni la revista Nature ni Science han rectificado y a Gajdusek no le han retirado el Premio Nobel, por lo que muchos manuales y artículos siguen engañando a sus lectores para derribar uno de los principios fundamentales de la biología, la barrera entre las especies y, de esa manera, empezar a hablar de zoonosis y otros mitos característicos de las “nuevas enfermedades” que convocan congresos internacionales de expertos (3) y subvencionan a los laboratorios.
Pues bien, este fraude es lo que algunos quieren que consideremos como “ciencia” y por eso se obstinan en repetirlo una y mil veces a fin de que nos olvidemos de los principios fundamentales de la biología.
(1) https://www.nature.com/articles/240351a0.pdf
(2) Gajdusek, Unconventional viruses and the origin and disappeareance of kuru, en Science, vol.197, 1977, pgs.943 y stes.
(3) https://www.researchgate.net/publication/264336090_6th_International_Conference_on_Emerging_Zoonoses