900 días de asedio fascista a la cuna de la Revolución de Octubre

A diferencia de París y otras capitales de Europa occidental, Leningrado no se rindió nunca ante el fascismo. El asedio comenzó el 8 de septiembre de 1941 y duró hasta el 27 de enero de 1944; el bloqueo se había roto el 18 de enero de 1943. Durante esos más de 900 días la ciudad quedó aislada del mundo exterior, escaseaban los alimentos y el combustible y el lago Ládoga era la única vía por la que llegaban esporádicamente envíos con alimentos, en verano por el agua y en invierno por el hielo.

Murieron más personas en el asedio Leningrado que en cualquier campo de concentración nazi. Sólo durante el primer invierno fallecieron cientos de miles de personas de hambre y frío, a pesar de los hospitales y los comedores organizados por los soviets. En la ciudad se crearon huertos que estaban vigilados todo el tiempo.

Las tropas alemanas llevaban a cabo bombardeos desde el aire con la intención de obligar a los soldados que defendían la ciudad a que se rindieran. La mayor parte de los edificios resultaron dañados, varios miles de personas murieron y decenas de miles resultaron heridas.
En noviembre de 1941 en Leningrado comenzaron a escasear los alimentos, para entonces hacía tiempo que se habían introducido las cartillas de racionamiento para distribuir más equitativamente las modestas reservas de comida entre los ciudadanos. Durante el primer invierno murieron de hambre y frío cerca de 780.000 habitantes de Leningrado.
Los ciudadanos se veían obligados a sacar agua de los agujeros surgidos en el asfalto de la Avenida Nevski como resultado de los bombardeos: el suministro de agua también había resultado dañado.
Durante los días más duros del invierno, cuando en las casas no había luz ni calefacción, la gente mantenía el contacto con el mundo exterior siguiendo los acontecimientos por radio.
La gente salía a la calle cuando era estrictamente necesario, ya que a menudo les faltaban fuerzas para recorrer incluso pequeñas distancias. Muchos caían desmayados por el hambre y morían de frío. De las calles se retiraban muchos cuerpos sin vida.
Para levantar el ánimo de los ciudadanos, el Teatro de Comedia Musical ofrecía espectáculos en el edificio del Teatro Alexandrinski. Durante los días del Sitio, Dmitri Shostakóvich escribió la Sinfonía de Leningrado número 7, que se hizo famosa en todo el mundo.
Leningrado estaba protegida en todas direcciones por trincheras y barricadas en las que trabajaba todo el que podía. Además de ello, los ciudadanos intentaban mantener el orden en la ciudad: retiraban la nieve y el hielo y limpiaban la suciedad de las calles.
Los niños que se habían quedado en Leningrado y que habían perdido a sus padres se reunían en hogares infantiles, donde se les intentaba impartir cursos escolares. Pero a menudo acababan en las fábricas ayudando a los adultos. Por ejemplo, montando metralletas para el frente en la fábrica Linotip.
Estas municiones se utilizaban en la artillería pesada para proteger la ciudad y también en el Frente Oriental.
Por la única vía que unía Leningrado con el mundo exterior a través del lago Ládoga, llamado ‘El camino de la vida’, los envíos se llevaban a cabo día y noche. En verano transitaban embarcaciones con alimentos, y en invierno sobre el hielo se desplazaban camiones. Estos camiones nunca tenían puerta del conductor para que, en caso de que el vehículo cayera al agua y comenzara a hundirse, el conductor lograra salir de él.
Las fronteras de la ciudad y el Frente Oriental estaban protegidas por soldados con ametralladoras. En invierno se camuflaban con uniformes blancos que los confundían con la nieve.
No solo había que proteger a la gente: las empleadas del museo del Hermitage intentaban conservar sus obras de arte de incalculable valor. Durante la guerra, los lienzos fueron extraídos de los marcos y almacenados en los sótanos del museo.
En los sótanos, convertidos en refugios antiaéreos, se ocultaba también la gente.
A los ciudadanos se les informaba del peligro inminente a través de unos altavoces por los que sonaba un metrónomo que se volvió muy famoso: un ritmo rápido indicaba alerta antiaérea, mientras que un ritmo lento establecía el fin de la alerta.

Los bombarderos abrían agujeros en los edificios. Para advertir sobre las zonas de peligro y un poco para ocultar la fealdad de los edificios dañados, estos agujeros se cubrían con carteles.

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