Nada más lejos de la verdad. Lo había escrito Lenin mucho antes de la Revolución, en 1905, cuando recomendó no caer “en planteamientos abstractos”, “al margen de la lucha de clases”. Los prejuicios religiosos no se pueden disipar “por medio de la pura prédica”. De ahí que “no prohibimos ni debemos prohibir el acercamiento a nuestro Partido a los proletarios que conservan todavía unos u otros vestigios de los viejos prejuicios” (*).
No había transcurrido un mes de la Revolución cuando los bolcheviques promulgaron una proclama dirigida “A todos los obreros musulmanes de Rusia y de Oriente” en el que se declaraban a su lado y denunciaban que las mezquitas y los lugares de culto, así como las costumbres, habían sido destruidos por el zarismo.
La declaración era un compromiso bien claro hacia ellos: “Vuestras creencias y vuestras costumbres, vuestras instituciones nacionales y culturales son para siempre libres e inviolables. Sabed que vuestros derechos, como los de los demás pueblos de Rusia, están bajo la alta protección de la Revolución y de sus órganos, los soviets de obreros, soldados y campesinos”.
La política religiosa es como cualquier otra clase de política: cambia según la lucha de clases y, por lo tanto, según el lugar y el tiempo. La URSS no fue ninguna excepción. La correlación de fuerzas no siempre fue la misma y no siempre fue igual en todas partes. Así, durante la guerra civil Asia central quedó aislada del resto de Rusia y estuvo gobernada por bolcheviques que, en definitiva, eran los viejos colonos rusos o descendientes suyos, generalmente asentados en las ciudades y con pocas conexiones con el mundo rural, islámico y atrasado.
Se produjeron levantamientos contra el poder soviético, como los de los basmachis y otros de tipo panislamista, panturquista o panturanista, en donde las protestas religiosas se mezclaban con las nacionales, apoyadas por los imperialistas británicos y franceses.
A aquellos bolcheviques les ocurría lo del refrán: “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”, algo muy frecuente en la lucha de clases. En 1920 Lenin envió una comisión de investigación que, entre otros muchos errores, había cerrado las mezquitas, demolido monumentos o confiscado libros y objetos de culto. El viernes fue declarado día de fiesta en todas las repúblicas soviéticas musulmanas. Se restableció el “paranyah”, un velo islámico parecido al “niqab” que había sido prohibido. Finalmente, llevó a cabo la depuración de quienes, bajo la cobertura de los órganos de poder soviéticos (administración local, escuelas, policía, ejército), seguían manteniendo la dominación colonial rusa en las regiones islámicas.
Las depuraciones fueron muy selectivas, de tal manera que en 1922 en Turkestán fueron expulsados del Partido bolchevique 1.500 rusos, en su mayor parte por su actitud antimusulmana (justificada por el laicismo y el ateísmo), mientras que todos los musulmanes se mantuvieron dentro de las filas.
En 1921 el sistema judicial se desdobló, creándose tribunales islámicos paralelos a los soviéticos que aplicaban la “shariá”, como había prometido Stalin en un mensaje dirigido los pueblos caucásicos. En sus pleitos los musulmanes podía escoger entre unos u otros tribunales.
Desde enero de 1918 los asuntos islámicos se dirigían desde un consejo especial del Comisariado de las Nacionalidades dirigido por Stalin. Además se creó una Comisión de la “shariá” dentro del Ministerio de Justicia. Su tarea fue la de poner el acento de la ley islámica en una interpretación de los principios de perdón y educación, más que sobre la represión, así como en la erradicación de los castigos corporales, el corte de la mano a los ladrones y la lapidación por adulterio (que se aplicaba tanto a las mujeres como a los hombres).
En los años veinte, en las repúblicas islámicas de la URSS entre un 30 y un 50 por ciento aproximadamente de las causas criminales las resolvían los tribunales islámicos, una proporción que el caso de Chechenia alcanzaba el 80 por ciento.
Además, en Asia central el Partido bolchevique creó el departamento Zhendotel de mujeres obreras y campesinas para erradicar la discriminación y el atraso de las mujeres en dichas repúblicas. Las militantes de Zhendotel vestían el “paranyah” para poder realizar su trabajo político.
Con esas medidas y otras parecidas, la URSS no sólo logró la incorporación de los musulmanes, hombres y mujeres, a la revolución sino ser fiel a sus propios principios, que no fueron otros que la federación de repúblicas que en sí mismas eran diferentes unas de otras.
Eso no significa que no se produjeran nuevos problemas, ni aplicaciones retrógradas de la ley que eran de todo punto inaceptables para el nuevo poder soviético. Por eso a finales de 1922 se aprobó un decreto para que toda sentencia injusta pudiera ser de nueva replanteada ante los tribunales soviéticos si una de las partes así lo reclamaba.
El tacto en las relaciones con la población musulmana nunca fue incompatible con la realización de campañas contra el “paranyah” o a favor del divorcio. Con motivo de las celebraciones del Día de la Mujer Trabajadora de 1927, en Tashkent, Samarkanda y otras localidades de Asia central, muchas mujeres empezaron a gritar en contra del “paranyah”, se lo quitaron en público y le prendieron fuego. Bajo la protección de la policía, las mujeres fueron por las calles arrancando el velo a las que lo llevaban y saqueando los almacenes de alimentos.
Los musulmanes lo declararon “kuyum” (ofensa). Se sucedieron varios días de altercados y represalias mutuas que alcanzaron a las familias de unos y otros y provocaron la reacción de los clérigos islámicos. Los antiguos basmachis volvieron a crear una organización contrarrevolucionaria clandestina, llamada Tash Kuran.
El poder soviético no sólo triunfó en las repúblicas islámicas por una acertada política religiosa y nacional sino porque la misma se apoyó en las masas oprimidas que las habitaban, millones de personas que hasta 1917 jamás conocieron ningún tipo de derechos. La URSS no solo les alfabetizó sino que lo hizo en su propio idioma. Para muchos pueblos era la primera vez que su idioma conoció la escritura y, naturalmente, la prensa, la radio y la escuela.
Como consecuencia de ello, ya en los años veinte la mayor parte de las autoridades y funcionarios públicos de dichas repúblicas no eran rusos sino originarios del lugar. Un caso especial y relevante fue el Ejército Rojo, cuyas últimas victorias en la guerra civil se obtuvieron en Asia central. Además de comisarios políticos, los batallones islámicos del Ejército Rojo, integrados por uzbekos, azeríes, kazajos, turcomanos, tayikos, chechenos, tártaros y bashkires, tenían sus propios mullahs y otros dirigentes religiosos.