Yahvé es el padre, Israel es el hijo y Auschwitz el Espíritu Santo

Judíos ortodoxos empuñan la bandera palestina
En 1981 las calles de Líbano se vieron sacudidas por una ola de ataques terroristas de falsa bandera. El patrocinador de las mismas era Ariel Sharon, el ministro de Defensa israelí, que ordenó explotar coches bomba en los barrios palestinos de Beirut y otras ciudades libanesas.

Muchísimos civiles murieron. En octubre un único ataque causó 400 víctimas y sólo en diciembre se produjeron 18 explosiones. Una organización libanesa fantasma reivindicó aquellos atentados, cuyo objetivo era provocar a la OLP para que tomara represalias contra Israel, lo que serviría para justificar la invasión militar del país vecino.

La OLP no cayó en la trampa, por lo que Israel planificó un gigantesco ataque en el estadio de Beirut con ocasión de la ceremonia política del 1 de enero, con toneladas de explosivos, con la idea de causar muerte y destrucción a una escala sin precedentes, incluso para el Líbano.

Aquella ola culminó el 16 de septiembre de 1982 en la matanza de los campos de refugiados Sabra y Chatila, en la periferia de Beirut. Se prolongó durante unas 30 horas. Algunos recuentos empiezan por estimar en 460 el número de palestinos muertos, en su mayor parte niños y ancianos; otros llegan hasta los 6.000. Además hubo torturados, violados y despedazados.

Tras ser arrojados de su tierra en 1948, los palestinos han sido perseguidos y exterminados hasta el día de hoy por los sionistas, pero nadie habla de ello. Nadie utiliza las palabras “genocidio” u “holocausto” que quedan reservadas para los judíos.

“Holocausto” es un término que alude a un sacrificio ritual de animales encima de un altar. El animal se mata y después se come.

“Voy a borrar de la faz de la tierra a todos los hombres que he creado porque me arrepiento de haberlo hecho”, dice Yahvé en el Génesis (6:7). Para ello provocó un diluvio, aunque luego se arrepintió de la matanza que había cometido y, para calmar su ira, Noé cometió el primer “holocausto” que registra la historia.

Tras el “holocausto”, el dulce olor de la carne quemada tranquilizó a Yahvé, quien prometió no volver a cometer más masacres de seres humanos (Génesis 8:21).

Los sionistas eligieron un término religioso, como “holocausto”, para referirse a las víctimas del fascismo en la Segunda Guerra Mundial porque en Israel los asuntos importantes se denominan así. La matanza no es más que un símbolo y, aunque el significado es sagrado, no es el que se imaginan: Yahvé quedó complacido por ella porque abría el camino a la Tierra Prometida, el Reino de Dios en la tierra, o sea, el Estado de Israel.

Yahvé es el padre, Israel es el hijo y Auschwitz es el Espíritu Santo, escribió Abraham Herschel (1), uno de los principales rabinos del siglo pasado. No hay peor antisionista que un judío. Si los fiscales españoles leyeran un poco, por ejemplo, lo que escriben los judíos contra Israel, los meterían a todos a la cárcel por “delito de odio” contra sí mismos. Es una bendición que sean tan ignorantes.

En 1977 Moshe Shonfeld, otro rabino ferozmente crítico, escribió que los sionistas necesitaban el “holocausto” para crear el Estado de Israel. Necesitaban víctimas, sangre, que es “el lubricante que engrasa las ruedas del Estado nacional judío” (2).

Israel es un Estado vampírico. Nace de la sangre, vive de la sangre y nunca se sacia de sangre (tanto si les gusta a los fiscales españoles, como si no).

(1) Israel, An Echo of Eternity, https://books.google.com/books/about/Israel.html?id=4skRAQAAIAAJ
(2) The Holocaust Victims Accuse, https://www.truetorahjews.org/images/holocaustvictims.pdf

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