Una transición fraguada por las detenciones, las torturas y la cárcel

Dejarlo apartado en un rincón de la memoria ha servido a Rosa María García de artimaña contra los vaivenes del pasado. Recuerda con absoluta claridad lo que ocurrió la noche del 24 de agosto de 1975, cuando, con 19 años y un futuro como médica por delante, le empezó a cambiar la vida. “Creo que es lo que solemos hacer todos, dejarlo aparcado. Contarlo es duro, pero también es como un peso que te quitas de encima y alguien tiene que hacerlo. Supongo que pasará el tiempo y volverá al lugar de la memoria en el que tiene que estar”, cuenta su voz serena al otro lado del teléfono.

Rosa María García es una de las tantas víctimas del franquismo que todavía esperan justicia. Fue detenida y torturada por militar en el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) y pasó una semana en la Dirección General de Seguridad (DGS), el principal centro de detención de la policía franquista situado en la Puerta del Sol de Madrid. Nada más entrar a las dependencias de la DGS, Rosa María se dio de bruces con uno de los torturadores más conocidos, Antonio González Pacheco, apodado Billy el Niño.

Su historia forma parte de la campaña puesta en marcha por Amnistía Internacional #EstaNavidadToca, con la que la organización pide al Estado español que investigue y reconozca “las graves violaciones de derechos humanos cometidas durante la Guerra Civil y el franquismo”. Rosa María no solo fue objeto de palizas, también tiene clavados en la memoria los insultos y las amenazas machistas que recibió durante los siete días de detención y que demuestran la doble represión de Franco sobre las mujeres: ideológica y de género.

“Los insultos sexistas, como guarra y otros de ese estilo, eran constantes. La amenaza común entre golpe y golpe era que me iban a violar y a matar, que me iban a llevar a la Casa de Campo y nadie iba a saber dónde estaba… Ese día llevaba un vestido y, cuando me tiraban al suelo, gritaban burlándose ‘mira qué guarra, que se le ven las bragas’”, relata.

“Era muy común entre las mujeres. Todas las que nos juntamos después en la cárcel de Yeserías lo hablábamos y a todas nos había pasado. A mi me invalidaron más estas cosas que los golpes porque los insultos me afectaron de una forma especial. Sentías la humillación, la humillación como mujer”, prosigue.

Para buscar justicia sobre la represión específica de las mujeres durante la dictadura la organización Women’s Link ha pedido a la jueza Servini que amplíe la querella argentina, la única causa que investiga los crímenes franquistas en el mundo, para que incluya estos delitos. “Se persiguió y castigó a las mujeres que se hubieran atrevido a salir del ámbito doméstico y especialmente a las que participaron en actividades políticas contrarias al régimen. Al no encajar en los valores e imagen de la mujer construida por el franquismo no había problema en detenerlas, encarcelarlas y violarlas”, explica Teresa Fernández, abogada de la organización.

Eran aproximadamente las once de la noche y Rosa María volvía de estar con el que después se convertiría en su marido. En medio de la calle, varios agentes de la policía franquista vestidos de paisano le pidieron la identificación y la detuvieron. Poco después supo que casi al mismo tiempo detenían también a su novio y a otros tantos militantes del Frente. “A nuestros compañeros también les amenazaban con que nos iban a violar a nosotras”, relata.

Recuerda que Billy el Niño la recibió con golpes e insultos y que en aquella época era muy conocido “por su sadismo” porque “disfrutaba torturando y eso te lo puede decir cualquiera que haya pasado por sus manos”. Rosa María estuvo una semana en la DGS, un tiempo en el que la pasearon por Madrid en busca de lo que ellos llamaban pisos francos: “Nada más llegar me hicieron poner de rodillas y empezaron a darme golpes en las plantas de los pies con la porra. Luego me pasaban a otro y me pegaba, era muy caótico, pasando de agente en agente. Me amenazaban con matarme… y yo pensaba que casi lo de morir era un alivio”.

Tras su estancia en el centro de detención la encarcelaron en la prisión madrileña de mujeres de Yeserías, donde después de estar cuatro días incomunicada en los calabozos, la pasaron a las celdas. “Allí era diferente, había una cama, un vaso de agua.. Además eramos muchas y nos apoyábamos unas otras. Los días que había comunicación nuestras madres –¡Qué hubiera sido de nosotras sin las madres!, exclama– nos traían comida y la compartíamos”, esgrime.

Rosa María estuvo encerrada en el módulo de presas políticas, mujeres que para el régimen eran traidoras de su género. Una visión sostenida en las “investigaciones científicas” del psiquiatra y militar Antonio Vallejo-Nájera, que dirigió los Servicios Psiquiátricos del bando nacional y que ha pasado a la historia por sus “estudios” misóginos sobre la mujer republicana. Dijo cosas como que “el psiquismo femenino tiene muchos puntos con el infantil y el animal” y fue un no de los impulsores de la segregación entre hijos y madres “rojas”.

Tres meses después Rosa María salió de la cárcel tras morir Franco y pagar sus padres una fianza de 30.000 pesetas que consiguieron gracias a la ayuda de familiares, amigos y vecinos. Pero tanto ella como su marido seguían teniendo juicio pendiente por asociación ilícita y propaganda ilegal. Por eso, se fueron a vivir a Valencia, donde estuvieron dos años antes de regresar a Madrid de nuevo. “Tuve que irme de casa de mis padres porque no podía dormir por miedo a que volvieran”, explica.

Más de 40 años después ha decidido denunciar y ser rostro público de la campaña de Amnistía Internacional, que ha enviado al Congreso diez recomendaciones en aplicación de las indicaciones que varios organismos internacionales, como la ONU, han dado a España para lograr los derechos de verdad, justicia y reparación en relación con el franquismo y la Guerra Civil. Pero además, Rosa María está preparando una denuncia conjunta con otras víctimas contra “Billy el Niño”.

Su objetivo es “que se abra camino” y se reconozca a las personas que se vieron obligadas a enfrentarse a la represión. Habla de su origen, de su familia de republicanos y “rojos”“como nos llamaban en aquella época”–, de su barrio, Vallecas, y del miedo y la represión, pero también de la ilusión por el cambio. Recuerda a Concepción Tristán y María Jesús Dasca Penelas, dos mujeres con las que compartió cárcel y que fueron condenadas a muerte, aunque finalmente no fueron ejecutadas.

Ellas formaron parte del juicio en el que fueron condenados los últimos fusilados del franquismo, tres de ellos militantes del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota. Rosa María asistió al homenaje por el 40 aniversario de las ejecuciones y se enteró de que las dos mujeres estaban ya fallecidas. “Me impresionó saber que las había conocido. Eran de mi edad, habían sufrido muchas torturas y pensé que ellas ya no podían hacer nada, así que casi por ellas decidí denunciar”, cuenta.

Sobre si cree que ganarán con la denuncia, responde con un rotundo “no”. Pero añade que eso no le echa para atrás: “A veces luchar no consiste en saber qué vas a conseguir. A veces consiste simplemente en plantar cara, aunque no vayas a ganar. En poner un granito de arena, en dar un pequeño paso. Aunque no vayas a conseguir nada, te queda la dignidad de no haberte agachado”.

http://www.eldiario.es/sociedad/Torturada-franquismo-amenaza-golpes-violar_0_706229877.html

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