Después de un año del hipócrita escándalo del espionaje masivo en internet, me quedo con las palabras de Obama ante el Senado: «Os aseguro que nadie está escuchando vuestras conversaciones». Muchos creyeron que Obama mentía, como acostumbran a hacer de manera sistemática los presidentes de Estados Unidos, pero no se trataba de eso, como aclaró Dianne Feinstein, presidenta del Comité de Inteligencia del Senado: los espías no vigilaban el contenido de las conversaciones sino «sólo» los metadatos. Le faltó añadir lo que todo buen sofista y jurista diría en un caso así: para eso no hace falta autorización judicial.
Ojo al dato: quienes nos espían no tienen los mismos gustos que nosotros, que sólo prestamos atención al contenido de nuestras conversaciones. Ellos prefieren los metadatos a los datos. Es como si en una carta no les interesara el contenido de la misma sino «sólo» el sobre que la contiene, el sello, el remitente, el lugar de franqueo, la saliva con la que se pega la solapa… Sin embargo, las personas funcionamos al revés: cuando recibimos una carta solemos tirar el sobre a la papelera. Eso es lo que no nos interesa. Sólo queremos saber el contenido, no el continente.
Un marxista petardo vería aquí otra de esas famosas y maravillosas unidades dialécticas: la carta y el sobre, contenido y continente, datos y metadatos. Pero las cosas no funcionan así, no hay tal unidad: a unos les interesa una parte del asunto (el dato) y a los otros la otra (el metadato). Sin embargo, en cualquier discusión siempre hay alguien que dice que se atiene a los hechos o a la realidad, o sea, al dato. Pero ¿de qué realidad habla?, ¿qué parte de la realidad le interesa?, ¿los datos o los metadatos?
De eso se trata: ¿en qué nos fijamos?, ¿a qué parte de la realidad le prestamos atención?, ¿qué es lo que nos atrae de los muchos acontecimientos de la realidad? Nada menos que en «El Capital» el mismísimo Marx aborda este asunto cuando se refiere al fetichismo de las mercancías, de las cuales dice que ocultan bastante más (metadatos) de los (datos) que aparentemente vemos. Resulta que las mercancías, como los sobres, guardan un secreto en su interior: donde los demás no veían más que cosas, Marx dice que también hay «relaciones de producción», o sea, relaciones entre personas, obreros y capitalistas, trabajo, plusvalía…
Sin embargo, la ideología burguesa es tan sumamente superficial que se apoya en lemas tales como «no hay más cera que la que arde», «esto es lo que hay» o «no hay buscarle tres pies al gato». Los marxistas vemos fantasmas por todas partes que los demás no ven, no quieren ver o no son capaces de ver. Así funciona la ideología. Cuando alquien saca una carta del buzón caben dos posibilidades. La primera es que no sea capaz de ver nada más que un sobre que, además, no le interesa porque cree que no hay nada dentro. Por el contrario, si no está abducido por la ideología burguesa, supondrá que algo tiene que haber en su interior, tendrá curiosidad y lo abrirá.
Eso debería ser lo más normal, sobre todo sabiendo -como sabemos- que la burguesía vende gato por liebre. Entonces, ¿por qué nos resignamos con lo que hay? ¿Por qué admitimos que nos den gato por liebre? Antes se solía hablar de la «cruda realidad», es decir, de una realidad sin cocinar. Pero ahora vivimos en tiempos de envoltorios, de metadatos, que crean muchos aspectos diversos de la realidad, y eso nos confunde (nos confundimos y nos confunden). Una actitud científica (y por lo tanto marxista) ante la realidad debería tener en cuenta la mayor parte de sus aspectos, tanto si son explícitos como si van disimulados en el interior de un sobre. Esta actitud es fundamental en la lucha de clases contemporánea ya que la política, igual que la mermelada de frambuesa en los supermercados, va dentro de recipientes opacos.
La politiquería institucional es la única política que algunos tienen en cuenta como realidad, a pesar de que sabemos que es justamente la parte más superficial de la política: partidos, elecciones, parlamento… Hasta el más incauto se habrá dado cuenta de que toda esa politiquería está dominada por los portavoces, las ruedas de prensa y los gabinetes de imagen, es decir, por técnicos que la envuelven exteriormente ante los medios de comunicación. Son ellos los que elaboran toda la parafernalia oficial, empezando por el lenguaje, la puesta en escena y el protocolo. Es lo más parecido al teatro. La politiquería burguesa es el fetiche, el sobre que disimula un contenido algo diferente, que es el que un científico (y un marxista) debería tratar de averiguar.
Alguien diría que «las apariencias engañan», pero tampoco es eso: nos dejamos llevar por ellas. Para evitarlo hay que mirar detrás del telón de este ridículo teatro de la política burguesa para ver qué realidad es la que se oculta detrás. Todo el esfuerzo de la burguesía, por el contrario, se encamina a saciar nuestra curiosidad con «la más completa información», pero siempre ocurre lo mismo: lo único que sabemos con certeza es que la versión oficial es mentira. A partir de ahí hay que empezar a buscar la verdad.
El objetivo de la «versión oficial» es impedir que asomes el ojo por detrás del telón. Si te empeñas en fisgar te llaman «conspiranoico» cuando ellos pasan las 24 de horas del día conspirando contra nosotros, como el caso Snowden demostró el pasado año.
El mundo no sólo se divide entre espías y espiados sino entre conspiradores y conspiranoicos. Una de dos: o formas parte de la conspiración, o te esfuerzas por descubrirla.
Soy un twittero empedernido; mirad eso:
Rafael Domínguez @RafaelSiEs
Teoría de la conspiración: "Ángeles de la guarda" están velando por nosotros, para que así no despertemos a este mundo de pesadilla goo.gl/v388ut