El 4 de noviembre el New York Times publicó un artículo de Jochen Bittner, redactor político de la revista Die Zeit, portavoz oficioso de la sociademocracia alemana, en el que se lamentaba de la falta de entusiasmo por la guerra entre los alemanes. Es sorprendente porque fuera de Alemania casi todos piensan lo contrario: que los alemanes manifestan un gusto excesisivo por las aventuras militares.
Es lo que ya oímos en España con la llegada de Aznar a La Moncloa, con un lenguaje un poco más sofisticado: por aquí hay poca «cultura de defensa», un déficit que también había que colmar mediante las adecuadas campañas del Ministerio del ramo, como la que expusieron este verano en el polideportivo de Quijorna (Madrid), repleta de cruces gamadas, banderas fascistas y libros sobre los buenos tiempos de Hitler, Mussolini y el Pacto Anti-Komintern. En eso consistía nuestro déficit.
También en Alemania el reportero Bittner quiere «Replantear el pacifismo alemán» (título del artículo) porque desde 1945 esta superpotencia europea «sin rival» (cito textualmente) mantiene una actitud pacifista muy cómoda, que se ha puesto de manifiesto en Libia, Mali y Siria.
Como en España, también los alemanes necesitan una «reeducación en masa» (lavado de cerebro) porque -dice con frase tópica pero absurda- el pacifismo se ha colado en su ADN, aunque no dice qué mutación genética al azar se produjo en 1945. Pero el caso es que desde entonces a los alemanes les han inculcado que la guerra no es una solución, lo cual ha sido un error.
Afortunadamente ha habido buenos ministros, como el de Asuntos Exteriores de Los Verdes y ecopacifistas Joschka Fischer que convenció a Alemania para bombardear a Serbia y enviar tropas a Afganistán bajo el lema «¡Nunca jamás Auschwitz!» El imperialismo necesita a pacifistas como Fischer no sólo para hacer la guerra sino para acompañarla con la adecuada propaganda de guerra: para evitar en lo sucesivo los campos de concentración, había que masacrar a la población civil serbia con bombardeos radiactivos. La paz consiste en lo que decía el Imperio Romano («si vis pacem para bellum»). Si quieres la paz, prepárate para la guerra.
Alemania, escribe Bittner, tiene que tener un compromiso militar a la altura de su potencial económico, algo en lo que la prensa de aquel país viene insistiendo desde hace un tiempo. Hay que volver a 1933, al rearme y al expansionismo militar. En Alemania la intoxicación mediática está preparando el terreno cuidadosamente. Hay consenso; coincide la socialdemocracia (Die Zeit), los liberales (Süddeutsche Zeitung), los Verdes (Tageszeitung) y los conservadores (Die Welt).
Pero en relación con la guerra imperialista, desde hace un siglo la socialdemocracia siempre tiene algo especial. Bajo el imperialismo, que no ha cambiado, la socialdemocracia y el reformismo, tampoco han cambiado. A través del redactor jefe Josef Joffe, su portavoz oficioso (Die Zeit) viene exigiendo una «guerra masiva» en Oriente Medio y el artículo de Bittner lo que hace es contárselo a los gringos a la oreja, un resumen para su consumo interno y aviso para navegantes.
La versión larga del artículo se publicó el 21 de marzo del año pasado en el mismo medio (Die Zeit) y se titulaba «No estamos haciendo nada». Además de Bittner lo firmaban otros cuatro periodistas, entre ellos el redactor jefe adjunto Bernd Ulrich. Por eso digo lo del consenso, y en periodismo cuando hay consenso es porque es una cuestión «de Estado». Palabras mayores.
El caso del ministro ecopacifista Joschka Fischer vuelve a las peores pesadillas de la guerra imperialista de 1914: ¡mucho cuidado con los pacifistas! Todas las guerras se preparan (y se terminan) con llamamientos a la paz. Por ejemplo, en Euskadi lo que los pacifistas quieren, lo que han querido siempre, en realidad, es una derrota (militar, por supuesto). Pero para que haya una derrota antes tiene que haber una guerra y los amantes de la paz siempre han insistido (frente a los violentos) en que allá nunca hubo ninguna guerra. Sólo era terrorismo. Lo mismo que en Oriente Medio. ¿Qué es, pues, la guerra? [Lo dejaré para otra ocasión].
[También dejo para otra ocasión lo siguiente: antes de iniciar una guerra imperialista hay que pacificar el frente interior, es decir, imponer la «ley marcial», el «estado de guerra», anular los pocos derechos que queden, etc. Cuando alguien impone el estado de guerra es porque hay o va a estallar la guerra. Pues bien: desde hace siete años, el Ministerio del Interior (insisto en lo de interior) quiere modificar la Ley Fundamental (Constitución) alemana para que el ejército pueda movilizarse en conflictos internos contra la población civil, como los que han estallado recientemente en Hamburgo. Vayan tomando nota.]
Con quien hay que tener cuidado no es con los violentos sino con los pacifistas. Los primeros ayudan a armarte; los segundos te desarman. Son como un somnífero, un canto de sirena, y en cuanto te duermes te roban la cartera.