Se cumplen cincuenta años de la primera gran crisis del petróleo

Se han cumplido 50 años del comienzo de la Guerra del Ramadán (para los árabes) o Yom Kipur (para los israelíes). Duró sólo unos días, pero revolucionó el mercado del petróleo, ya que los países árabes que lo producían, respaldados por la URSS, decidieron penalizar a las potencias occidentales que sostenían a Israel.

El 6 de octubre de 1973 Egipto y Siria atacaron a Israel para obligarlo a devolver los territorios arrebatados en 1967, durante la Guerra de los Seis Días. Los países árabes aumentaron el precio un 70 por cien. Fijaron el precio del petróleo en 5,75 dólares el barril, frente a los 3 dólares del día anterior. Ayer el precio alcanzó los 83 dólares.

Desde entonces cambió la correlación de fuerzas. Como todos los sectores energéticos, el petróleo es una materia prima estratégica y su precio no sube ni baja por la oferta o la demanda, sino por motivos políticos, como se demostró entonces y se sigue demostrando ahora.

La Comunidad Europea, como se llamaba entonces, se había formado en torno al carbón (Tratado CECA) y la energía nuclear (Tratado Euratom). Pero aún no tenía una política petrolera.

En 1960 se había fundado la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y, cuando en 1967 estalló la Guerra de los Seis Días en el mismo escenario, el petróleo se transformó en un arma política de guerra. Al año siguiente los países árabes amenazaron con nacionalizar los pozos de petróleo antes de que caducaran las adjudicaciones, a menudo válidas hasta finales del siglo XX.

Era una amenaza dirigida contra las multinacionales petroleras anglosajonas. Antes de la crisis, el 80 por cien del petróleo era producido por monopolios privados y sólo el 20 por cien por empresas públicas. En 1970 su poder empezó a tambalearse y con ellas, los imperialistas que las amparaban. La OPEP tomó el control de los precios y las cantidades de petróleo extraído.

Cuando el 23 de octubre la guerra terminó, la OPEP había reducido la producción en un 25 por ciento, pero las potencias imperialistas lo empezaron a buscar en otras regiones del mundo. Las perforaciones se dispararon y tuvieron un cierto éxito. Encontraron un respiro en los yacimientos de países como Nigeria, Libia, Malasia y otros países en los años sesenta. En los Países Bajos, se descubrió gas natural en Groningen, cuya producción se detuvo definitivamente hace unos pocos días. También apareció petróleo y gas en el Mar del Norte, en particular el importante yacimiento noruego de Ekofisk.

Entonces y ahora el petróleo es un arma política. En 1973 los árabes impusieron embargos a los países que consideraban hostiles, es decir, las grandes potencias, las viejas metrópolis coloniales, como Portugal, y los países racistas, como Sudáfrica, “hasta que Israel haya completamente retirados de los territorios árabes ocupados en 1967 y que el pueblo palestino recupere sus derechos”.

La Agencia Internacional de Energía

Las consecuencias económicas de aquella primera crisis petrolera fueron el aumento de la inflación y una recesión económica mundial o, como se dice ahora, un “decrecimiento”.

El capital financiero se superpuso al industrial. Los réditos económicos del crudo, los petrodólares, se multiplicaron, compensando parcialmente a Estados Unidos.

Los imperialistas reaccionaron rápidamente. Frente a la OPEP crearon la Agencia Internacional de Energía, uno de los tantos tinglados opacos de la posguerra mundial con los que el imperialismo ha refinado sus mecanismos de dominación.

Redujeron el consumo de gasolina en medio de una campaña demagógica, como los “domingos sin coche”. Había que hacer de la necesidad virtud: privarse de un artefacto que se estaba vendiendo en masa precisamente para salir de la ciudad los fines de semana.

Buscaron alternativas al petróleo, como los primeros biocombustibles: el etanol derivado de la caña de azúcar en Brasil, la fabricación de gasolina a partir del gran depósito de metano de Maui en Nueva Zelanda, pero también la transformación del carbón en hidrocarburos líquidos o gaseosos.

Aún no habían desatado la paranoia del agotamiento de los recursos, el pico del petróleo o el decrecimiento porque las doctrinas, incluso las más aberrantes, van por detrás de las prácticas y las necesidades apremiantes.

comentarios

  1. Supongamos que hay una crisis capitalista de superproducción. El consejo de administración de, por ejemplo, Ford, prevee que no podrá dar salida a toda la producción por falta de demanda solvente. En consecuencia, intentará dar salida a la producción almacenada, aún a pérdida, y por supuesto bajará drásticamente la producción, para ajustarla a la demanda.
    En términos generales, la crisis de superproducción capitalista arranca con bajadas de precios, porque es la forma en la cual se manifiesta el exceso de producción no planificada. Después, la producción se desploma: quiebras, cierres de fábricas, obreros parados. Por consiguiente, menos producción, a repartir entre el mismo dinero en circulación, se manifiesta como inflación.
    La producción de petróleo de la OPEP estaba plenamente integrada en la economía capitalista occidental, y por lo tanto se veía sometida a la crisis no sectorial, sino general, como cualquier otro ramo de la producción.

    El artículo es de una concepción profundamente burguesa, en las antípodas del materialismo dialéctico.
    Presupone que los males no se deben al desarrollo interno, sino a la acción de una fuerza externa. Si lo juntamos con el complejo de superioridad del capitalismo imperialista, para qué queremos más: el sistema es bueno, pero la práctica es mala por culpa de injerencias externas.
    La concepción propia de quién no tiene ningún interés en cambiar las cosas y por lo tanto no debe analizar el sistema de producción en el cual se sustenta su buena vida. Todo lo contrario que el arquitecto que va a levantar un nuevo edificio porque el que hay está en ruinas y ya no sirve: tendrá que estudiar detalladamente los planes del antiguo, para saber dónde se sustentan las cargas y poder dinamitar lo de la forma más rápida y eficiente posible, y corregir en el nuevo plano los errores que jamás se deben repetir.
    En la concepción burguesa, las causas son siempre externas: la gripe española, las bacterias asesinas de Pasteur, la OPEP, etc.
    En 1973, 1993, 2008 y 2019 lo que han habido son crisis capitalistas de superproducción de manual.
    Basta tomar una gráfica de la pirámide poblacional en occidente y estudiar en las muescas cuándo se reduce la producción de ese producto tan particular que es, en el sistema de producción capitalista, la fuerza misma de trabajo.

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