Si es extraño espiar a un socio, aún más extraño es que en China ambos socios pretendieran lanzar un nuevo vehículo para el mercado ruso para competir con Skoda, una marca que pertenece al grupo Volkswagen, un monopolio que está en competencia consigo mismo.
El asunto no podía ser ninguna sorpresa para Volkswagen. Dos años antes su soció le había pirateado los planos de los motores para los nuevos modelos Polo y Golf para equipar a sus propios vehículos. Entonces el jefe de FAW se excusó diciendo que había sido «un error humano» y que iba a poner fin a la piratería. Pero FAW construyó una fábrica con los planos pirateados de los motores de su socio.
En enero de 2011 sucedió algo muy parecido en Francia. Renault presentó una denuncia contra una empresa de la que no dio el nombre, diciendo que se trataba de la «filial de una organización internacional» y despió a tres directivos de su «Tecnocentro» por espionaje industrial sobre su programa de vehículos eléctricos, el proyecto estelar del fabricante francés en el que había invertido 4.000 millones de dólares, de los cuales 1.500 concernían sólo al diseño de la batería.
En aquellos momentos Renault había registrado 56 patentes sobre vehículos eléctricos, tenía otras 34 a punto, más 115 en perspectiva.
Para referirse al asunto el ministro de Industria, Eric Besson, utilizó el término «guerra económica», por lo que se trataba de sabér quién era el adversario de la multinacional francesa. Según «Le Figaro» (7 de enero de 2011), que citaba fuentes del contraespionaje de la Dirección Central de Inteligencia Interior, las pistas conducían hasta China.
El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Hong Lei, reaccionó diciendo que las acusaciones eran «totalmente infundadas, irresponsables e inaceptables». Pero lo cierto es que China ha puesto en marcha un ambicioso programa para fabricar vehículos eléctricos en el que participan 16 empresas públicas con una inversión prevista que se acerca a los 15.000 millones de dólares en diez años.
Estas guerras económicas muestran el verdadero rostro de la competencia imperialista, muy alejada de los bobalicones discursos de la pequeña burguesía sobre la «globalización». La guerra económica responde a su nombre; comporta tanto el espionaje industrial como la piratería, que en China estuvieron a cargo del hoy primer ministro Li Keqiang y que constituyen toda una disciplina académica desarrollada por el profesor Miao Qihao desde los tiempos de Deng Xiao-Ping.
Son muchos los países que tratan de reducir su atraso con respecto a las grandes potencias, pero pocos tienen planes tan minuciosos y completos como China. El presupuesto que el país asiático dedica a la investigación no conoce ningún tipo de recortes. En menos de 20 años ha pasado del uno al ocho por ciento del total mundial. Por primera vez, en 2009 el gobierno chino presentó un presupuesto para investigación que es el segundo del mundo, por detrás de Estados Unidos pero por delante de Japón.
Cualquiera no puede copiar ni piratear; antes hay que saber y China tiene 1,15 millones de investigadores. En 2025 una tercera parte de todos los investigadores del mundo será chino. Hay unos 200.000 estudiantes chinos realizando cursos por todo el mundo, financiados con dinero público. Uno de ellos era Wang Lili, una licenciada de la universidad francesa de ingeniería de Compiègne que estaba de prácticas en la multinacional Valeo, que fabrica accesorios para automóviles. En 2005 le descubrieron en sus seis ordenadores personales de gran capacidad miles de archivos confidenciales sobre la empresa para la que trabajaba.
En 2011 China se convirtió en el país que más patentes registró. Dentro de poco pasará de ser un país pirata a ser un país que se defiende de los piratas.