Represión, guerra e ‘inteligencia artificial’

La teoría militar clásica afirma que la fuerza de un grupo armado aumenta según el cuadrado de su tamaño. En consecuencia, las estrategias militares basadas en la técnica o en el número de combatientes pretenden compensar una inferioridad.

Sin embargo, en ambos casos el objetivo de la guerra es lograr un objetivo o impedir que lo alcance el adversario.

El primer desafío de este enfoque bélico fue el advenimiento de la disuasión nuclear, cuyo objetivo ya no es impedir que el otro alcance un objetivo, sino impedir que lo intente. De ahí el interés obvio de las pequeñas potencias como Pakistán, Corea del norte e Irán por disponer de armas atómicas para disuadir cualquier ataque de potencias mayores.

Pero incluso en el contexto nuclear, la decisión de actuar recae en un operador humano y los desastres se han evitado debido a la capacidad de contextualización política del ser humano.

En 1962 Kennedy resolvió la crisis de los misiles “cubanos” reduciendo la presión militar de la OTAN sobre la URSS, lo que condujo a un período de distensión.

En 1983 Stanislav Petrov no aceptó la alerta de un ataque nuclear estadounidense desencadenada por la defensa antimisiles soviética. El escaso número de misiles y la falta de contexto para un ataque de ese tipo indicaban que se trataba de una falsa alarma, lo cual resultó cierto.

Ahora hay un segundo reto en la forma de hacer la guerra: la sustitución del operador humano, un militar, por máquinas equipadas con eso que llaman “inteligencia artificial”.

Los dos elementos intrínsecos al desarrollo de la “inteligencia artificial” en el terreno militar son la lógica del ataque preventivo o primer ataque, y la creación del enemigo perpetuo.

El objetivo de la “inteligencia artificial” de combate es identificar las debilidades del enemigo y optimizar los beneficios que se pueden obtener de ellas, una optimización que lógicamente conduce a un ataque una vez que se sabe que es eficaz. Así es como funcionan los drones cuando sobrevuelan ciertas zonas de combate en Afganistán y en otros lugares. También funcionarán así los sistemas militares en general en un futuro próximo, simplemente porque desde el momento en que dos sistemas basados en la “inteligencia artificial” se enfrentan, las cosas se mueven tan rápido que ya no hay suficiente tiempo para que un ser humano pueda intervenir.

Esto lleva a la conclusión lógica de que la “inteligencia artificial” de combate autónomo no tendrá otra alternativa que destruir a un oponente tan pronto como perciba la posibilidad, y la inacción conduce a su propia destrucción. Por lo tanto, se opone a la disuasión nuclear, que tenía por objeto disuadir de la intención misma de lanzar un ataque y, al mismo tiempo, pone a los países en los albores de una nueva carrera armamentista basada en la inteligencia artificial.

El desarrollo de herramientas militares tiene repercusiones en el ámbito civil. La militarización de la policía americana está directamente relacionada con el desarrollo de métodos militares en el contexto de las guerras libradas por Estados Unidos y Occidente en Oriente Medio en los últimos veinte años. La militarización transforma a la policía en un fuerza de ocupación, robocops armados y blindados que operan en nuestras ciudades y zonas rurales como si fueran territorio enemigo.

Aunque en una versión menos letal, ahora los drones están en manos de la policía, mientras que la ciberguerra y las sofisticadas técnicas de espionaje, inicialmente dirigidas a enemigos externos, se están utilizando ahora contra todas las poblaciones con el pretexto de la seguridad.

En China la vigilancia, combinada con un sistema de calificación y seguimiento del comportamiento de cada ciudadano, ya es omnipresente, una distopía dopada con técnicas de inteligencia artificial.

Por definición, lo mismo que un estado policial considera que su población es una amenaza, las técnicas de control social la consideran de la misma manera, fabricando así el principio del enemigo perpetuo que actúa tanto dentro como fuera de sus fronteras. La tarea principal de la “inteligencia artificial” integrada en este tipo de concepciones es, por lo tanto, detectar cualquier rastro de comportamiento “peligroso” en cada individuo y, a continuación, actuar para eliminarlo.

La policía ya lo hace hoy, pero la “inteligencia artificial” promete hacerlo con una profundidad, velocidad y precisión que actualmente sólo están limitados por los sueños húmedos de los “expertos”.

De cada viaje, de cada retirada de fondos bancarios, de cada visita a internet, de cada publicación en las redes sociales, la “inteligencia artificial” de la policía dibuja patrones y predicciones sobre nuestras motivaciones, nuestros pequeños secretos, nuestras pequeñas o grandes desviaciones de la norma e informan a la autoridad en consecuencia.

El contagio se está extendiendo como un reguero de pólvora, ya que cada país invierte cada vez más en inteligencia artificial y, en particular, los países con altos intereses militares y policiales, entre los que se encuentran los Estados Unidos, China e Israel.

Como casi siempre, hay que prevenir de las explicaciones que para justificarse dan los “expertos” de su propia tarea y de sus “juguetes”, que siempre son del tipo “un arma es un instrumento neutral, todo depende del que lo utiliza”, es decir, de categorías morales como el bien, el mal y otras parecidas.

Las llamadas “leyes de robótica” que se sacó Isaac Asimov de la manga son propias de gilipollas. Las categorías éticas, politicas y culturales no son neutrales, iguales a todos seres humanos o ajenas a las clases sociales, sino que vienen impuestas por las fuerzas económicas, políticas o ideológicas que dominan en una determinada sociedad, y que son -además- cambiantes. La llamada “inteligencia artificial” no hace más que reforzar esa dominación de una clase contra otra o de un país contra otro.

https://zerhubarbeblog.net/2018/09/20/principes-de-guerre-et-intelligence-artificielle/

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