Prensa y capital monopolista

[…] Cuando se habla de libertad de prensa o del periodismo de manera abstracta o teórica suele excluirse, generalmente de manera deliberada, que detrás de la información, de la defensa de valores, de las presuntas o verdaderas vocaciones y sacerdocios hay un negocio formidable y, por supuesto, mucho menos romántico que la imagen inmaculada que por mucho tiempo ha gozado el ejercicio del periodismo. Esto que digo es una obviedad, pero como la prensa, por razones elementales, tiene buena prensa, muchas veces el público ajeno a la actividad no considera este punto.

La prensa es el único producto que se vende a la mitad de su costo de fabricación. Y esto puede ser así porque el verdadero negocio no es vender la información al público, sino el público a los anunciantes, de manera que el lector o televidente es, desde el punto de vista estrictamente comercial, el producto del que los medios de prensa se apoderan para ofrecer a sus anunciantes.

Por otra parte, desde mediados de la década del 90, el periodismo no quedó ajeno al fenómeno de brutal concentración de poder característico de la globalización. Algunos analistas sostienen que el sector periodístico es el que ha sufrido mayor concentración, junto con los sectores petroleros, el comercio de armas y la industria aérea.

[…] Algunos datos relacionados con el control de los medios de prensa.

En los Estados Unidos, en 1945, ocho de cada diez diarios pertenecían a propietarios independientes; hoy, en cambio, el 85% depende de grandes grupos, que además se van fagocitando entre sí, por lo que son cada vez menos y al mismo tiempo más poderosos. En Europa la concentración es aún mayor, y a ella sólo sobreviven un reducido número de imperios mediáticos: Berlusconi, Bertelsmann, Murdoch, Hachette, Hersant…

Este fenómeno se da de manera simultánea con otro no menos importante: el crecimiento del capital necesario para la creación de nuevos medios. De manera que cuando hablamos de la prensa libre en Occidente, deberíamos añadir que es libre siempre y cuando tenga los recursos suficientes para su existencia. De ese modo es el Norte el que informa al Sur, que permanece en silencio. La visibilidad o invisibilidad del Sur quedan por lo tanto sujetas a la voluntad del Norte. Se reproduce así un moderno sistema de colonización de las ideas. Quizá la batalla futura que deba darse por un mundo más justo sea la de la “descolonización de la información”.

Voy a citar algunos datos para saber dónde estamos parados cuando hablamos de medios de información:

— Estados Unidos, Japón y la Unión Europea controlan el 90% de la información y la comunicación de todo el planeta.

— Sólo cinco agencias de prensa distribuyen el 96% de las noticias mundiales.

— Desde hace 25 años, cuatro de cada cinco mensajes emitidos en el mundo provienen de los Estados Unidos o de empresas de capital norteamericano. Lo que se añade como fenómeno relativamente reciente es la inversión en las nuevas tecnologías y en el sector de la imagen: actualmente, el 80% de los programas audiovisuales que se producen en el mundo (ya sea televisión, vídeo o cine…) son norteamericanos.

— Estados Unidos controla el 71,5% de todos los programas de TV que se difunden en Europa y el 80% de las salas de cine.

— De cada 100 palabras de información internacional que se difunden en América latina, 90 provienen de 5 agencias de prensa internacionales (la norteamericana Associated Press, la británica Reuters, la francesa France Press, la española EFE y la italiana ANSA). Y de ese 90 por ciento, el 70 por ciento corresponde sólo a dos agencias: la norteamericana AP y la británica Reuters.

— De las primeras 300 empresas internacionales de información y comunicación, 144 son norteamericanas, 80 son de la Unión Europea y 49 japonesas. Es decir que de las 300 empresas de información más importantes, 293 son de los Estados Unidos, de Europa o de Japón y sólo 7 de otras naciones.

— En materia de medios audiovisuales, el magnate de la televisión Rudolph Murdoch controla, de manera directa o indirecta, la información y el entretenimiento visual que consumen 3.000 millones de personas, es decir, casi la mitad de la población mundial.

¿Quién decide lo que deben decir los medios? ¿Quién da al periodista su materia prima? De hecho, casi siempre las mismas fuentes: gobierno, administración y empresas. Como alimentarse de las fuentes institucionales es más barato, cada día hay numerosas informaciones preparadas de antemano, tomadas de los servicios de información al público que todos los gobiernos, empresas y entidades tienen, incluido el ejército. Es tan obvia la influencia de la prensa en la toma de decisiones, que en los últimos años ha cobrado mayor importancia el periodismo institucional o de empresas. Cuando hablamos de “hacerle la prensa” a un producto, a un político o a un libro nos referimos a darle a los medios de prensa una noticia previamente digerida que ayude a imponer en la consideración del público nuestro producto, sea éste un objeto, una política o una idea.

En ese contexto, el ejercicio del periodismo independiente debe sortear numerosas dificultades para mantenerse al margen de las necesidades y operaciones del poder.

Cuando Estados Unidos había decidido iniciar su ofensiva militar en Afganistán, el secretario de Defensa norteamericano fue lo suficientemente claro cuando anunció que los periodistas acreditados en el Pentágono no podrían acompañar a las tropas y recordó una frase de Churchill, que alguna vez dijo que “la verdad a veces debe ser cuidada por los guardaespaldas de la mentira”, lo que obviamente es la legitimación de la mentira con fines patrióticos. Al mismo Churchill se le atribuye otra frase terriblemente cínica: “la responsabilidad por asumir como ciertas las promesas de los políticos corren por cuenta de quienes las creen”.

En escenarios de conflictos, el periodista, aunque se esfuerce por mantener una posición equidistante y neutral, no puede evitar enfrentarse a dificultades operativas concretas en el terreno, fundamentalmente el dilema de exponerse a la manipulación de alguno de los actores, en caso de trabajar en alguna de las filas, o a enormes riesgos para su vida si opta por desplazarse de manera independiente.

Los medios de comunicación funcionan frecuentemente como verdaderas armas de control social. A veces, por propia voluntad y otras tantas por efecto de presiones o manipulaciones desde el poder.

Existe una auténtica ingeniería de la persuasión, de manera que si queremos superar ese tipo de analfabetismo que muchas veces nos proponen, debemos aprender a decodificar el lenguaje de los medios y la jerarquía selectiva que se les da a las noticias. La lectura crítica de las informaciones emanadas desde el poder es un ejercicio indispensable, en primer lugar para los propios periodistas y luego, para los receptores de las noticias.

La manipulación de la opinión pública es, ciertamente, muy antigua, pero quisiera hacer una breve referencia al período moderno y cómo los medios de comunicación y la desinformación se ubican en este contexto.

Como bien señala el semiólogo norteamericano Noam Chomsky, la primera operación moderna de propaganda llevada a cabo por un gobierno ocurrió en los Estados Unidos bajo el mandato de Woodrow Wilson. Éste fue elegido presidente en 1916 como líder de una plataforma electoral que podría calificarse de pacifista cuando promediaba la Primera Guerra Mundial. La población norteamericana de entonces era mayoritariamente opositora a la idea de involucrar a los Estados Unidos en la guerra; sin embargo, la administración Wilson había decidido que el país tomaría parte en el conflicto. Había, por lo tanto, que inducir en la sociedad la idea de la obligación de participar en la guerra, para lo cual se creó una comisión de propaganda gubernamental, conocida como Comisión Creel, que en sólo seis meses logró quebrar la vocación pacifista de la población y convertirla en una sociedad profundamente histérica, dispuesta a combatir el peligro que significaba para el mundo no ya la Alemania en guerra sino los alemanes en general.

La Comisión Creel alcanzó un éxito extraordinario que conduciría a otro mayor todavía: usando la misma metodología, al final de la guerra, logró avivar el terror al comunismo, lo que permitió la destrucción de sindicatos tachados de filocomunistas y establecer restricciones a la libertad de prensa y de pensamiento político. El poder financiero y empresarial y algunos medios de comunicación adictos fomentaron y prestaron un gran apoyo a esta operación, de la que, a su vez, obtuvieron toda clase de beneficios.

Los medios utilizados fueron muy amplios. Pero el más burdo y al mismo tiempo más efectivo fue la fabricación de relatos de atrocidades que supuestamente cometían los alemanes, en las que se incluían niños belgas con los miembros arrancados y todo tipo de perversiones inventadas por el ministerio de propaganda, cuyo auténtico propósito en aquel momento -tal como queda reflejado en la desclasificación de sus deliberaciones secretas- era el de dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo.

El principio moral que sustenta estas políticas es la creencia nunca confesable por las dirigencias de que la opinión pública en general está incapacitada para comprender a fondo los intereses nacionales, por lo que resultaría impropio e inmoral permitir que lo hicieran. Hay que domesticar al rebaño desconcertado, utilizando la misma lógica que nos dice que sería incorrecto permitir que un niño de tres años cruce la calle solo. Así como no damos a los niños de tres años este tipo de libertad porque partimos de la base de que no saben cómo utilizarla, negamos a los individuos del rebaño desconcertado la participación activa en la discusión de las ideas.

Reinold Niebuhr, uno de los intelectuales dilectos de Kennedy, afirmaba que la racionalidad es una habilidad al alcance de muy pocos y que la mayoría de la gente se guía por emociones e impulsos. Aquellos que poseen la capacidad lógica tienen, entonces, que crear ilusiones necesarias y simplificaciones acentuadas desde el punto de vista emocional, con objeto de encaminar a una masa desvalida e ignorante. Este principio se ha convertido en un elemento sustancial de la ciencia política contemporánea.

Los Estados Unidos crearon, en la década de 1920, los cimientos de la industria de las relaciones públicas. Tal como decían sus principales mentores, su compromiso consistía en controlar a la opinión pública. Basados en el éxito de la Comisión Creel y del “miedo rojo”, y de las secuelas dejadas por ambos, las relaciones públicas experimentaron una enorme expansión, obteniéndose grandes resultados a la hora de conseguir una subordinación total de la gente a las directrices procedentes del mundo empresarial.

Las relaciones públicas constituyen una industria que mueve, en la actualidad, presupuestos en torno del billón de dólares al año, y desde siempre su cometido ha sido el de controlar a la opinión pública, que es el mayor peligro al que se enfrentan las corporaciones.

Como contraparte a la enorme concentración de grandes medios a los que me referí anteriormente, la creciente irrupción de las nuevas tecnologías (especialmente Internet) abrió una fisura en ese enorme dique informativo aludido, con voces verdaderamente independientes de los grandes poderes. El problema que ahora debemos enfrentar desde el lugar de receptores no es el de la falta de información sino el de la subreabundancia de ella y la manipulación a la que es sometida.

Ciertamente, la aparición de Internet facilitó la entrada en el mundo de la información de actores que de otra manera estarían silenciados. El problema, aquí, no es la posibilidad de incorporar información, sino la de hacerla “visible”. Aun cuando hay gran diversidad de buscadores, en la práctica su uso constituye una forma oligopólica a escala mundial pues unos pocos -Google, Yahoo, Lycos, Altavista- acaparan la mayor parte de las búsquedas. Al efectuar una búsqueda determinada se obtiene una lista de páginas web ordenadas por criterios propios del buscador, lo que significa una jerarquización de la información no controlada por el receptor. Pero tampoco nos permite el acceso a toda la información que dice haber encontrado. Por ejemplo: si pedimos a Google que rastree las páginas referidas a “la sociedad de la información”, nos indicará que ha encontrado más de un millón y medio de entradas, pero solamente nos dará acceso a unas 800, es decir, sólo el 0,05% de lo existente […]

Ricardo López Dusil, Ponencia presentada en el Congreso de la Organización de la Conferencia Islámica, Bakú, Azerbaián, 26 al 28 de abril de 2014

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