Lumpen de guante blanco

Bianchi

De las cuentas opacas en sociedades-pantalla sitas en «paraísos fiscales» por políticos, potentados, gentecillas del famoseo, futbolistas, etc. se dice que no tienen por qué ser delito salvo que no se declaren al Fisco del país de origen, aparte de la ética personal (como si tuvieran alguna) de estas personas, lo primero que me choca es el origen de esos dineros no declarados y, sobre todo, que esas inmensas sumas y montos pecuniarios ya en sí mismas son «delito», pues no existe fortuna adquirida honradamente, como dijera Balzac («detrás de cada gran fortuna hay un crimen»), y menos en el capitalismo, un sistema depredador y salvaje donde impera la jungla de asfalto y la ley del más fuerte.

Resulta irónico exonerar capitales inmensos si se declaran en el país propio cuando son precisamente bancos «nativos» quienes operan como intermediarios entre la firma consultora Mossack-Fonseca, en este caso, y sus clientes en el llamado «Panamá Papers». Y ya resulta casi hasta cómico si no fuera por lo sangrante pretender la licitud de un dinero colocado en un paraíso fiscal con la clara y exclusiva finalidad de eludir a la Hacienda propia, es decir, evadir el pago de impuestos. Incluso aunque los declararan no dejarían de ser unos ladrones como cualquier mafioso ruso.

No se diferencian estos delincuentes de los piratas que, al menos, tenían un aura romántica y novelesca. Estos buscaban islas donde esconder los tesoros robados a galeones de cualquier bandera ya que no tenían domicilio fijo, particular o social. Las islas actuales de los piratas modernos son los paraísos fiscales donde crean sociedades offshore (empresas puramente instrumentales sin ninguna actividad económica). Les une a ambos la improductividad de un tesoro acumulado pero inamovible -un «thesaurus»– y un capital pensado para el lujo improductivo. Otra cosa es blanquear dinero negro y la economía sumergida.

Un hacker informático, probablemente, ha podido entrar en las cuentas del despacho de abogados Mossack-Fonseca, que se dedica a la creación de empresas offshore para gente y firmas con mucho dinero y con la deliberada y expresa intención de no pagar impuestos, y ha sacado a relucir la información de todos los clientes -habrá más que saldrán a la palestra- que llevaba.

Estas empresas se constituyen fuera del país de residencia en paraísos fiscales justamente para no pagar impuestos, o sea, robar al pueblo, al erario público, algo que en la Roma imperial te costaba la vida. O en la China actual.

O como los futbolistas extranjeros de la Real Sociedad en el 2000 que el club paga un sueldo a un jugador a una offshore domiciliada en un paraíso fiscal, el 90% de la ficha y siempre sin la firma del jugador, y otro contrato, esta vez con la firma del jugador, donde consta la soldada del futbolista legal a todos los efectos de cara a la Federación local de fútbol y la Hacienda estatal. Como diría Piterman (un presidente semimafioso que tuvo el Alavés), «todo legal».

Lo tragicómico de estas actividades lumpenburguesas es que quien se ve perseguido es el denunciante que saca trapos sucios de esta gentuza, véase, Falciani y su denuncia de cuentas secretas suizas, y donde nunca aparece el dinero defraudado y ni dios va al trullo o no se interceptan las cuentas corrientes materiales.

Cuando de vez en cuando sale algo, escarmientan y aprenden a hacerlo mejor la próxima vez. Es la naturaleza del sistema capitalista.

Buenos días.

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