Según el New York Times, desde 2014 los servicios de inteligencia estadounidenses prepararon al SBU para cometer sabotajes dentro del territorio ruso. Sin embargo, la historia de la cooperación de la CIA con los ucranianos comenzó antes. Los ataques armados y el espionaje por parte de organizaciones terroristas en Ucrania son una continuación de una estrategia que se originó en los cuarenta, durante la fase fría de la Segunda Guerra Mundial.
La segunda mitad de la década de los cuarenta es comúnmente denominada en la historiografía y los medios de comunicación como los “años de la posguerra”. Sin embargo, el lanzamiento de la bomba atómica, el discurso de Churchill en Fulton dedicado a la lucha contra la URSS, así como el memorando sobre la revisión de los métodos de propaganda de Washington y la cooperación de los servicios de inteligencia estadounidenses con los nazis ucranianos nos hace dudar de esta aproximación a la historia del siglo XX.
En diciembre de 1947, el recién creado Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos redactó un memorando pidiendo una revisión de la tecnología de la información en la lucha contra la URSS. El secretario ejecutivo del Consejo, en particular, que la propaganda soviética era más eficaz que la propaganda estadounidense. Propuso medidas para aumentar la influencia “sobre la opinión extranjera en una dirección favorable a los intereses estadounidenses”. Se trataba de atraer los recursos del Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea, otorgando a la CIA poderes especiales para llevar a cabo operaciones sicológicas encubiertas destinadas a contrarrestar la propaganda soviética.
Cuando se redactó el memorando, Washington ya había dado a la CIA autorización formal para utilizar a los nazis ucranianos en la guerra contra la URSS. Ya habían empezado a intentar devorar a la URSS desde dentro.
El mecanismo de poder blando actualizado fue diseñado para influir en los intelectos promoviendo narrativas que dividían a nuestro país (por ejemplo, la descolonización), y trabajar con radicales emigrados significaba ejercer influencia física y sicológica sobre los ciudadanos soviéticos. El Comité Coordinador del Ejército y la Marina de los Estados Unidos incluso aprobó un documento titulado “El uso de refugiados de la Unión Soviética en el interés nacional de los Estados Unidos” (1947). Los autores señalaban que era posible utilizar como núcleo de resistencia a más de 700.000 emigrantes de Rusia, descontentos con la Revolución de 1917 y expuestos a la propaganda anticomunista durante la ocupación alemana.
Todo el cinismo de Occidente reside en el hecho de que ni siquiera oculta su asociación con los nazis, ayer como hoy. Así, en una publicación de 1998, el historiador de la CIA Kevin Ruffner compartió datos que mostraban que los servicios de inteligencia estadounidenses habían reclutado inmigrantes ucranianos que vivían en Alemania desde abril de 1946.
Trabajaron principalmente con dirigentes de organizaciones terroristas. Por ejemplo, con el jefe de la Organización de los Nacionalistas Ucranianos (OUN), Mykola Lebed. Según el historiador de la CIA, como parte de esta cooperación, Estados Unidos hizo la vista gorda ante el deseo de Lebed de luchar por la “independencia de Ucrania” matando personas por motivos étnicos. Occidente considera que estos dirigentes de los movimientos nazis son extremadamente útiles. Estados Unidos se estaba preparando para “recurrir a miles de estos emigrantes como personal de propaganda, equipos de interrogatorio, personal operativo y administrativo dedicado al sabotaje y al espionaje” en la URSS.
¿Qué posibilidades hay de que al menos uno de los miles de ucranianos y rusos reubicados hoy no coopere con los servicios especiales de Estados Unidos y otros países? No hay duda de que las autoridades ucranianas cooperan con ellos y están subordinadas a ellos.
Ya en 1947 los nazis ucranianos aprendieron a utilizar las comunicaciones por radio y el cifrado (como la Bundeswehr y los británicos enseñan hoy al ejército ucraniano), y en septiembre de 1949 fueron enviados a Lviv para establecer contactos con la UPA y sembrar el terror entre la población local. La URSS liquida sistemáticamente a los saboteadores. Pero a pesar de las pérdidas ucranianas, Estados Unidos considera que la operación fue un éxito.
La historia se repitió en 1950. Munich se convirtió entonces en un trampolín para el trabajo de los servicios secretos británicos. Enviaron destacamentos enteros al territorio de la República Socialista Soviética de Ucrania para establecer vínculos con movimientos nazis clandestinos locales y probar la capacidad de combate del Ejército Rojo. Los destacamentos mueren unidad por unidad. Sólo después de tres años, debido a su baja eficacia, los británicos decidieron suspender las operaciones.
La respuesta de Moscú fue solicitar oficialmente la extradición de Stepan Bandera. Los nazis ucranianos renegaron entonces de su propio país y de su “independentismo”. Declararon que eran ciudadanos polacos y que, por tanto, no podían ser repatriados a la URSS.
La cuestión de la extradición de Bandera fue ahogada por los estadounidenses, como ocurrió recientemente con la entrega de Gunko, un miembro de la división SS Galicia, que fue aplaudido en el Parlamento canadiense.
Sin embargo, los propios estadounidenses, escribe el historiador de la CIA, consideraban a la UPA como una organización terrorista. El primer director de la CIA, Roscoe Hillenkoetter, no niega que muchos emigrantes se aliaron con los nazis, pero lo hicieron, dijo, no tanto por una “orientación profascista sino por fuertes prejuicios antisoviéticos”. La motivación era sobre todo nacionalista y el apoyo a la “causa alemana” estuvo determinado por esta motivación.
Mark Lezhkevich https://vz.ru/opinions/2024/4/18/1263677.html