Los embustes del New York Times sobre la Guerra de Gaza le dejan con el culo al aire

Desde que el 7 de octubre comenzaron en Gaza las grandes matanzas, Israel exigió demasiado a quienes estaban dispuestos a ponerse de su lado. Los sionistas piden lo que muchos no pueden darles, mientras asesina, mata de hambre y deporta a millones de palestinos, al tiempo que convierte su tierra en inhabitable.

Los israelíes asumieron el riesgo y perdieron. Ahora vemos vídeos de soldados israelíes festejando sus crímenes en vivo y en directo. Cantan y bailan mientras asesinan a ancianos y niños, detonan edificios enteros y se burlan de sus víctimas en un carnaval de depravación grabado para la posteridad. El ejército sionista patrocina encubiertamente un canal de redes sociales que difunde esos contenidos con el fin de provocar el espanto. Israel nunca recuperará el lugar de honor que disfrutaba en el mundo periodístico. Se ha pasado al bando de los parias.

Los medios de intoxicación también han apostado y perdido. Su cobertura de la Guerra de Gaza ha sido tan manipuladora que su credibilidad se ha hundido. Es especialmente evidente en el New York Times. Su redacción ha estallado en mil pedazos. Los que aún conservan una pizca de dignidad abandonan y denuncian públicamente la manipulación. Es posible que el periódico nunca restablezca plenamente su reputación anterior.

Alguno creerá que es uno de los mayores escándalos mediáticos de nuestro tiempo. Pero no es así. No hay nada nuevo. En los años cincuenta Aurthur Hays Sulzberger, editor del periódico, firmó un acuerdo con la CIA para que sus periodistas pudieran tener dos empleos: podían trabajar para el periódico y para el espionaje imperialista al mismo tiempo (*).

El New York Times no es más que propaganda sionista. Su punto de partida es que en Gaza ha estallado una guerra contra Hamas, no contra los palestinos, que Israel lucha en “defensa propia” y que Hamas es una organización terrorista, por lo que no es necesario explicar nada más.

El 22 de enero publicó un artículo de David Leonhardt, uno de esos reporteros que escriben al dictado. El plumífero aseguraba que desde principios de diciembre las muertes palestinas habían disminuido casi a la mitad. Los lectores debían celebrar que el número de palestinos muertos sea de 150 diarios en lugar de 300. Pero no encontraron otra forma de suavizar la masacre de Gaza…

Los manuales de manipulación siempre proponen humanizar al amigo y deshumanizar al adversario. La mejor manera de hacerlo es personalizar al amigo, con su nombre, su foto, su familia, mientras el adversario es anónimo. El ataque del 7 de octubre es un ejemplo de lo primero. Los israelíes sufren y lloran ante las cámaras. Los palestinos son cifras, un recuento anónimo y una estadística.

Si no hay pruebas, se inventan

Casi todos los reportajes que salen de Israel se basan en pruebas que los corresponsales del New York Times han obtenido del ejército sionista, de funcionarios del gobierno sionista, de la policía sionista o de aquellos que representan a algún tramo de la estructura de poder sionista. En ocasiones, los reporteros siguen una pista que le proporcionan los administradores israelíes de la información y luego hacen su propio reportaje para disfrazar el artículo como si fuera una obra independiente.

Desde el principio los israelíes han manipulado las imágenes de la guerra y han tratado de controlar lo que califican como “pruebas”, para concluir que su relato está demostrado, mientras que el de los palestinos es la consabida “teoría de la conspiracion”. Los corresponsales no la han podido corroborar por otras vías.

Los israelíes proporcionan los relatos y los corresponsales las convierten en noticias. Son reportajes de una sola fuente, un viejo truco del New York Times y de otros medios de comunicación convencionales que los convierte en lo que son: propagandistas de una causa.

Jeffrey GettlemanSecuestradas y violadas

Es el caso del corresponsal Jeffrey Gettleman que el 7 de octubre viajó aceleradamente de Ucrania a Israel para relatar historias inverosímiles, como las violaciones cometidas por los miembros de Hamas contra los hombres y mujeres isralíes que fueron capturados. Al plumífero no le bastó hablar de “secuestro” sino que era necesario añadirle una carga sexual.

Naturalmente, la responsabilidad no es sólo suya, ni tampoco de la maquinaria de propaganda sionista, sino también del periódico, que fue quien difundió el embuste con conciencia plena de que estaban propagando una noticia falsa a los cuatro vientos, es decir, al mundo entero.

El 4 de diciembre Gettleman aseguró a los lectores que había “pruebas considerables” de las violaciones, procedentes de testigos, fotografías y equipos médicos de emergencia, y citaba a un policía diciendo que docenas de hombres y mujeres habían sido violados el 7 de octubre. Los defensores de los derechos de las mujeres reunidos en la ONU en aquel momento añadieron algo de su propia cosecha para inflar la historia: las violaciones formaban parte de un patrón, son el “modus operandi” típico de los terroristas, o sea, de los palestinos.

El fraude fue cayendo en cuanto algún curioso empezó a mirar debajo del felpudo. No hubo autopsias, fue difícil localizar a los testigos, las personas en el lugar de los incidentes no vieron ninguna violación y, finalmente, las víctimas no eran tales. No fueron violados.

Entonces Gettleman deció subir un peldaño más: las acusaciones estaban respaldadas por “amplios testimonios de testigos y pruebas documentales de asesinatos, incluidos vídeos publicados por los propios combatientes de Hamas”, escribió con desparpajo y se metió de cabeza en el peor de los berenjenales.

El intoxicador no volvió a aparecer en el periódico hasta el 28 de diciembre, cuando su fraude apareció bajo un titular sensacional: “Gritos sin palabras: El 7 de octubre Hamas convirtió la violencia sexual en un arma”. El engaño giraba en torno a una mujer vestida de negro. Era un cadáver encontrado y filmado en vídeo el 8 de octubre en la cuneta de una carretera. La mujer, escribía Gettleman, aparecía acostada boca arriba, “con el vestido roto, las piernas abiertas y la vagina expuesta. Su rostro está quemado hasta quedar irreconocible y su mano derecha cubre sus ojos”.

Se llamaba Gal Abdush, tenía 34 años, era madre de dos hijos y el 7 de octubre estaba de fiesta con su marido en la frontera con Gaza. Fue asesinada junto con su marido. “Basándose en gran medida en la evidencia en vídeo, que fue verificada por el New York Times, los funcionarios de la policía israelí dijeron que creían que la Sra. Abdush fue violada y que se ha convertido en un símbolo de los horrores sufridos por las mujeres y niñas israelíes durante los ataques del 7 de octubre”, escribió Gettleman.

Un lector atento se quedaría pasmado: finalmente lo único cierto de la historia es lo que la policía israelí creía, o sospechaba, o suponía, o imaginaba… En cuanto al vídeo, naturalmente, no mostraba absolutamente nada. Aunque Gettleman dice que “se volvió viral”, ha desaparecido de internet.

En Israel nadie recuerda a Abdush como “la mujer del vestido negro” y la policía israelí afirma que no ha encontrado testigos oculares de las violaciones del 7 de octubre. Por su parte, la propia familia de Abdush acusa al periodista de distorsionar las pruebas en sus reportajes. “Ella no fue violada”, escribió Mira Alter, hermana de Gal Abdush, en las redes sociales unos días después de la publicación de Gettleman. “No había pruebas de que hubiera habido violación. Fue sólo un vídeo”.

Los desmentidos nunca sirven para nada

Desde entonces, en público el periódico guarda silencio, aunque internamente hay una gran marejada porque han quedado con el culo al aire para siempre. Sin embargo, desde el 7 de octubre la redacción es un hervidero de protestas por la cobertura de la guerra.

El editor ejecutivo del periódico, Joe Kahn, promocionó el artículo “Gritos sin palabras” en un informe interno, en el que lo calificaba como un reportaje “sensible y detallado” y lo ponía como “ejemplo emblemático de la guerra entre Israel y Hamas”.

Quisieron seguir difundiendo el fraude. El periódico tiene una sección de audio, The Daily, que programó relanzar el reportaje para el 9 de enero. No se llegó a editar porque los productores se dieron cuenta inmediatamente del embuste. Lo revisaron por completo y, hasta la fecha, aún no han acabado de retirarlo de la programación. Está en espera porque la revisión amenaza con desacreditar el artículo, y con él al propio periódico.

Pero ya es muy tarde; cualquier periodista sabe que los desmentidos nunca sirven para nada. La CNN, el Guardian, MSNBC y todas las grandes cadenas de intoxicación han repetido hasta la saciedad la historia de las violaciones que escribió Gettleman.

La conclusión que se deriva de la intoxicación es que Hamas y los palestinos, además de terroristas, son violadores y, en consecuencia, no tienen nada que decir; no se puede prestar atención a sus palabras porque, en caso contrario, sería “apología del terrorismo”, es decir, un delito.

Hay que tomar nota de intoxicadores del estilo Gettleman: si en Gaza fue capaz de inventarse historias tan rocambolescas, excusamos entrar a detallar sus crónicas sobre la Guerra de Ucrania.

(*) https://www.carlbernstein.com/the-cia-and-the-media-rolling-stone-10-20-1977

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