En una entrevista que le realizaba el periodista Alfredo Grimaldos al agente Fernández Monzón, este último comentaba un encuentro en el Pentágono con un oficial norteamericano cuando comenzó su trabajo en el CESID, recién creado por Carrero Blanco. El oficial le mostró un mapamundi y se lo señaló:
— ¿Qué ve ahí?
— Un mapamundi.
— Pero, ¿que hay en el centro?
— En el centro está España.
— Por eso está usted aquí.
Al comenzar el golpe de Estado contra la Segunda República en 1936, las élites occidentales entendieron el papel que jugaba y juega el país ibérico. España no destaca por su fuerza. De hecho, su papel ha sido subsidiario del desarrollo económico, político e industrial que se producía en Europa. Un proceso que comenzó hace varios siglos con la decadencia del imperio español y de sus élites en el siglo XVII, y que se vio aumentada gracias a una labor de zapa que, durante varios siglos, realizó el imperio británico: la torta de las colonias en América se debía repartir entre cada vez menos manos. No es casual que el libertador argentino José de San Martín llegara a Buenos Aires en un barco inglés o, que su exilio se produjera en Francia.
Pero durante la Guerra de España de 1936-39, la atención sobre el país ibérico aumentó considerablemente. En el país ibérico, las clases populares miraban con mejores ojos el proceso soviético, donde la monarquía sometida a los intereses franceses, británicos y alemanes había tenido un mal final en 1917. España se acercaba a una situación similar y dejar que se produjera un proceso parecido en el contexto mediterráneo era algo que no se podía permitir, porque podría llevar a otros pueblos vecinos a “tomar decisiones equivocadas”.
Tanto es así que durante los años 1917-20 (que coincidieron con la Revolución Bolchevique) la historiografía franquista llamó a este período lleno de huelgas y motines obreros: el “Trienio Bolchevique”. Colocar a España dentro de la esfera de influencia soviética colocaba al Mar Mediterráneo en un escenario difícil. La lección de la Revolución Bolchevique había sido aprendida. De darse un escenario similar, la principal perjudicada era Gran Bretaña que utilizaba el Estrecho de Gibraltar como paso directo al Canal de Suez, y así comunicarse con sus colonias de África, Oriente Medio y Asia (principalmente, India: la “perla de la corona”). No se debe olvidar, por ejemplo, que las grandes minas andaluzas- cuyos propietarios eran en su mayoría británicos- siguieron produciendo gracias a la “pacificación” que hizo Queipo de Llano de obreros revolucionarios.
Cuando se analiza la Guerra de España, se toma en consideración el papel que tuvieron las potencias del Eje Roma- Berlín en nuestra guerra, pero se suele pasar por alto el papel de Gran Bretaña. Efectivamente, Hitler y Mussolini enviaron los pertrechos necesarios para armar a los ejércitos fascistas españoles pero la mayor aportación internacional a los fascistas la dio Londres.
Varios datos interesantes son: 1) que el embajador franquista en Londres era el Duque de Alba, quien estaba emparentado directamente con la familia real británica: conocida por su anticomunismo; 2) quién pagó el avión que trasladó a Franco e hizo de enlace de los golpistas con Londres y Roma fue el banquero mallorquín Juan March, que llevaba varias años realizando negocios con Londres; 3) en caso de fracasar el golpe de estado, Franco tenía asegurado el exilio en Londres para él y su familia. La capital británica se convirtió en un escondite para todos aquellos que conspiraban contra la República. Tanto es así, que el coronel Casado- quien entregó Madrid a Franco- se exilió en Londres, estuvo en nómina de la inteligencia británica tras la Guerra de España y pudo escapar tras el golpe gracias a la mediación de la embajada británica en Madrid.
Aparte, fue Gran Bretaña, junto con Francia, quien reconoció primero- después de Alemania e Italia- al gobierno franquista como “gobierno legítimo de España” tras la Batalla del Ebro, cuando el Ejército Popular español seguía teniendo casi un millón de combatientes. Es decir, el gobierno del Frente Popular español se enfrentó al establishment occidental en todas sus caras: la “democrática” de Gran Bretaña y Francia y la abiertamente fascista de Alemania e Italia.
Cuando los franquistas toman el poder en 1939 y pocos meses después Alemania declara la guerra a Inglaterra y Francia, la situación se volvió incierta para los intereses británicos en el Mediterráneo. Parecía que quienes tenían un enemigo común (el proceso revolucionario español), podían estar enfrentados pero la realidad no se demostró así. Las acciones del Eje contra las bases inglesas en el Peñón de Gibraltar no pasaron de meros sabotajes y el franquismo, a pesar de su actuación, permitió delegaciones, empresas y la actividad británica con total normalidad. Un buen perro no muerde a quien le da de comer.
Para cerrar todas las dudas que pudiera haber, desde 1941 el gobierno británico empieza a sobornar a distintos generales del Estado Mayor franquista con el fin de alejar a España del Eje. Para 1943, tras la derrota de Stalingrado y el alejamiento del frente de Moscú-donde estaba concentrada gran parte de los ejércitos fascistas- el Alto Mando franquista tenía claro que no entraba en la guerra del lado del Eje.
Para 1945, la victoria soviética sobre los nazis cambia el escenario sobre el globo. Quienes habían pregonado en Occidente la lucha contra el nazismo, utilizaban a antiguos fascistas y actualizaban su doctrina en su lucha contra la URSS. ¿En qué afectaba a España este escenario? Inglaterra había sucumbido como potencia frente a EEUU, quien reafirmaba su dominio sobre América Latina. La administración norteamericana entendía que no sólo se jugaba un papel importante en el Mediterráneo, sino que el papel influyente de España en América Latina necesitaba reafirmar que la Península Ibérica se convertía en un bastión anticomunista. EEUU necesitaba a España para «mantener el orden en su patio trasero». Tanto es así, que el franquismo se convirtió en un modelo para las juntas militares que dieron los golpes de Estado en Chile o Argentina.
Estos planes no surgen de la noche a la mañana, son proyectos bien meditados y estudiados. En 1946, se votaba en la ONU una resolución contra el gobierno franquista en la que se denunciaba su carácter fascista. Entre los votantes contra el franquismo se encontraba EEUU. Pero en Madrid sabían que no había nada que temer. Y lo sabían, por ejemplo, gracias a que desde 1942 la aviación norteamericana podía sobrevolar libremente el Sáhara español e Ifni- por acuerdo con el Alto Mando franquista- en sus operaciones contra el Afrika Korps alemán y la administración colonial francesa que se había plegado al nazismo desde Marruecos a Túnez.
El dirigente de la CEDA Gil-Robles anotaba en su diario el 3 de octubre de 1942 desde su exilio en Lisboa:
“[El oficial naval] ha llegado ayer de Londres, donde ha permanecido varios días en conversaciones con los principales elementos del gobierno y los jefes de los Estados Mayores. […] Refiriéndose a España, mi interlocutor me aseguró, una vez más, que Inglaterra no desea una vuelta de las izquierdas.
Que el gobierno británico vetara el acceso de las izquierdas a su programado gobierno para España no era baladí. Significaba continuar privando de los derechos políticos a la mayoría de los ciudadanos españoles. Según el comandante B. H. Wyatt, el Board of Analysts de los servicios secretos de EEUU había estimado pocos meses antes que «80% de la población española podría sin lugar a dudas ser calificada de red roja».»
Se entendía que una España bajo influencia soviética tenía la capacidad de conectar con las fuerzas antiimperialistas en América Latina, y facilitar la entrada de la URSS en el continente. El modelo soviético empezaba a generar admiración en las clases populares de los países latinoamericanos. Por todo ello, la diplomacia norteamericana sabía que primero había que someter a la población española bajo el franquismo. Es decir, mantener el status quo que el franquismo había creado mediante cientos de miles de presos y condenas a muerte, mantener las divisiones internas dentro de la oposición antifascista y no generar escenarios de desarrollo que pudieran permitir una cierta idea de soberanía. Una vez estabilizada la situación en España, se podía invertir en el país ibérico mediante una fórmula parecida al Plan Marshall como ocurrió en el resto de Europa.
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