Las primeras escaramuzas del bakuninismo

150 años de la fundación de la Primera Internacional (9)

Como el espectro de la guerra parecía haber desaparecido hacia el verano de 1869, las cuestiones económicas y políticas volvieron a pasar a primer plano en el Congreso de Basilea. Por vez primera se planteó la cuestión, ya surgida en Bruselas, de la socialización de los medios de producción. Esta vez, los adversarios de la propiedad individual del suelo triunfaron definitivamente. Los proudhonianos sufrieron una derrota total. Pero en este congreso surgieron nuevas divergencias. En efecto, fue en este Congreso donde apareció el representante de una nueva tendencia, el anarquista ruso Bakunin.

La doctrina de Bakunin recuerda a Blanqui: la revolución necesita un grupo de hombres resueltos. Pero, a diferencia de Blanqui, Bakunin no quería oír hablar de la conquista del poder político por el proletariado. Negaba toda lucha política en la medida en que se planteaba en el terreno de la sociedad burguesa. Marx y quienes como él creían necesaria la lucha política, organizar al proletariado para la conquista del poder político, eran, en opinión de Bakunin y sus partidarios, oportunistas que retardaban la llegada de la revolución social. Los bakuninistas presentaron a Marx como una persona que, para la realización de sus ideas, no dudaba en falsificar los Estatutos de la Internacional. Públicamente, en particular en sus cartas y circulares, llenaron a Marx de insultos, sin retroceder incluso ante posturas antisemitas, llegando a acusar a Marx de ser un agente de Bismarck.

Cuando Bakunin se presentó al Congreso de Basilea, tenía ya un grupo considerable de partidarios, principalmente en la Suiza de lengua francesa. Tenía también numerosos contactos en Italia. Su propaganda caló con mayor hondura entre los obreros sin trabajo fijo y los artesanos relojeros, arruinados por la competencia de la gran industria relojera. Había creado su propia organización, la Alianza Internacional de la Social-Democracia, que pretendió ingresar en la Internacional en bloque. El Consejo General se opuso y, aunque se les dijo que debían integrarse en las secciones locales de la Internacional, aunque debían disolver la Alianza. Para entrar dijeron haber disuelto la organización, pero todos los informes ponían de manifiesto lo contrario: la Alianza seguía operando clandestinamente como grupo de presión dentro de la Internacional, al más puro estilo bakuninista. Rusia y España estaban siendo el más claro ejemplo del doble juego de los anarquistas.

La primera batalla se inició sobre una cuestión completamente diferente a la que constituía el desacuerdo de fondo. Bakunin, siguiendo a Saint-Simon, reivindicaba la supresión del derecho de herencia y, de acuerdo con el informe de Marx, los delegados del Consejo General opinaban que esto «agruparía a todo el campesinado y a toda la pequeña burguesía alrededor de la reacción». Como indicaba ya el Manifiesto Comunista, no era más que una medida de transición que tomaría el proletariado cuando se hubiera apoderado del poder político. Mientras tanto, solamente se podía reclamar el aumento del impuesto sobre sucesiones y que se restringiera el derecho a testar. Pero Bakunin no tenía en cuenta las condiciones reales. Lo que le importaba de esta reivindicación era el medio de agitación que representaba. Ninguna resolución alcanzó la mayoría.

Aunque entonces no suscitó discusiones, fue en este Congreso de Basilea donde se ampliaron la competencias del Consejo General. Como luego los bakuninistas trataron de volver sobre sus propios pasos aludiendo a la «autonomía» de las secciones regionales, hay que recordar que se aprobó tal acuerdo, que se aprobó con su voto favorable y que se aprobó en un congreso.

Además estalló otro conflicto entre Bakunin y el viejo W. Liebknecht. El congreso de Basilea fue el primero en que participó un grupo numeroso llegado de Alemania. Para entonces, W. Liebknecht y A. Bebel habían conseguido, tras una dura lucha contra Schweitzer, organizar un partido independiente que, en su Congreso constituyente de Eisenach, había adoptado el programa de la Internacional. El órgano central de este partido había llevado a cabo una campaña contra la actividad de Bakunin en la «Liga de la paz y la libertad», donde había reiterado sus antiguos puntos de vista paneslavistas. Marx se había pronunciado contra esta crítica, pero se le consideraba responsable de todos los actos de los marxistas, entre los cuales se encontraban Liebknecht y Bebel.

Bakunin aprovechó el Congreso para ajustar sus cuentas con Liebknecht. Todo terminó en una reconciliación que, por otra parte, sólo sería temporal. Las espadas seguían en alto.

España era la prueba de ello. En España, bajo el nombre de la Internacional, los bakuninistas introducían sus baratijas ideológicas de contrabando. A España llegó José Fanelli (1828-1877), un italiano antiguo seguidor de Mazzini que hizo gala de un doble rostro en todas sus actividades; aunque era anarquista también era parlamentario, y aunque usaba credenciales de la Internacional, repartía la propaganda de una Alianza que debía estar disuelta.

Fanelli llegó a España coincidiendo con la revolución de setiembre de 1868, enviado por Bakunin. Existían aquí núcleos obreros organizados que no mantenían contacto con la Internacional, aunque un delegado había asistido en 1868 al Congreso. Hasta esa fecha el movimiento obrero en España iba a remolque del radicalismo burgués. La dura represión contra las organizaciones obreras las había conducido hacia el reformismo, en forma de cooperativismo y sociedades de socorros mutuos.

En enero de 1869 Fanelli logró reunir a un grupo que se encargó de organizar la Internacional en España pero no difundió el Llamamiento fundacional ni los Estatutos, sino el programa de la Alianza y la mezcolanza, según sus propios Estatutos, llegaba hasta tal punto que «la Alianza de la Social Democracia española estará constituida por miembros de la Asociación Internacional de Trabajadores». Además, más adelante, añadía: «La Alianza influirá cuanto pueda en el seno de la Federación obrera local para que no tome una marcha reaccionaria y antirrevolucionaria». Por tanto, la Internacional en España no se sometía al Consejo General de Londres, sino a las órdenes que Bakunin dictaba desde Suiza. Su falso antiautoritarismo quedaba así al descubierto.

Dos bakuninistas españoles asistieron al Congreso de Basilea «y a su vuelta a España se pusieron a trabajar más definidamente según las ideas del revolucionario ruso», o sea de Bakunin, escribe el historiador anarquista español Diego Abad de Santillán. Quedaba claro que Bakunin había engañado a la Internacional: no sólo la Alianza no se había disuelto, sino que seguía actuando a la sombra contra los principios aprobados por todos los demás. Siguiendo esta línea, el primer manifiesto de la sección española de la Internacional, redactado en diciembre de 1869, preconizaba el abstencionismo político y dejaba la lucha por la democracia en manos de la burguesía.

El choque de los españoles con la línea de la Internacional era frontal. Luego celebraron un Congreso en Barcelona el 19 de junio de 1970, al que asistieron 90 delegados, donde se leyeron comunicados, no del Consejo General de Londres sino de la sucursales bakuninistas de Suiza y Bélgica llamando a no intervenir en las luchas políticas. Según el historiador anarquista Abad de Santillán, los anarquistas querían evitar en España las discusiones que ellos habían llevado a la Internacional y para eso fundaron una sociedad secreta poco antes de Congreso de Barcelona, con el fin de manipularlo e imponer sus tesis sin ningún debate. Meses después esta situación fue reconocida por el propio Bakunin en una carta al anarquista español González Morago de fecha 21 de mayo de 1872, aunque responsabilizó de ella a Fanelli: «Al ayudarnos a echar los primeros fundamentos tanto de la Internacional como de la Alianza en España, Fanelli cometió una falta de organización de la que se sienten ahora los efectos. Confundió la Internacional con la Alianza y por eso mismo ha provocado a los amigos de Madrid, a fundar la Internacional con el programa de la Alianza». Tampoco esto era verdad: él era el único responsable de aquella estafa política.

Los anarquistas españoles empezaron así a cocerse con su propio jugo.

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