La Unión Soviética ganó la carrera espacial a Estados Unidos

Serguei Pavlovich Korolev
Los verdaderos pioneros de la exploración espacial fueron los cosmonautas soviéticos y gran parte de los avances que hoy se usan en la Estación Espacial Internacional (EEI) se deben a los conocimientos y las innovaciones de la Unión Soviética. Es la conclusión del documental de la BBC «Cosmonautas: cómo Rusia ganó la carrera especial», que accedió a importantes documentos y entrevistó a los protagonistas de la extraordinaria puja entre soviéticos y estadounidenses por conquistar el Universo.

Al llevar al espacio el primer satélite, el primer ser humano y la primera estación orbital, la Unión Soviética logró vencer una y otra vez a Estados Unidos, cuyo programa espacial contaba con más fondos.

Los orígenes del programa espacial de la URSS se encuentran en las ruinas de la Segunda Guerra Mundial. En 1949 los soviéticos produjeron su propia bomba atómica. «Como era mucho más pesada que la estadounidense, debieron desarrollar un cohete más poderoso que la transportara, lo que terminó impactando en el programa espacial», explica Gerard de Groot, profesor de historia moderna de la Universidad de San Andrés, en Reino Unido.

La persona a la que le encargaron la tarea fue el ingeniero Serguei Pavlovich Korolev. «Korolev no era un científico, sino un genio de la gestión. Era un líder, una figura inspiradora, un político que sabía mover las palancas del poder y volver realidad las metas», dice el especialista en historia del espacio Asif Siddiqi, de la Universidad Fordham de Nueva York.

En la Unión Soviética lo consideraban tan importante desde el punto de vista estratégico que, para protegerlo de cualquier intento de asesinato, mantuvieron su identidad en secreto hasta sus últimos días. Se lo conocía simplemente como el «diseñador jefe».

En 1957 Korolev concluyó su obra maestra, el cohete R-7 Semyorka, que era nueve veces más poderoso que cualquier otro lanzador creado hasta ese momento. Después de varios intentos fallidos, el R-7 fue probado con éxito: logró volar 5.600 kilómetros hasta la península de Kamchatka. Fue el primer misil balístico intercontinental y, con él, Korolev convirtió a la Unión Soviética en una superpotencia mundial.

Sin embargo, el destino del R-7 no era convertirse en un arma. «Como misil era malo. Se demoraban mucho en prepararlo para el despegue. Mientras se desarrollaban otros cohetes más eficientes, el R-7 fue dedicado exclusivamente a la exploración espacial», cuenta el antiguo cosmonauta soviético Georgei Grechko.

El Sputnik y Laika

Una vez que contaba con un cohete apto, Korolev quería ser el primero en demostrar que los viajes espaciales eran posibles. Con ese objetivo, sus ingenieros desarrollaron un satélite simple, el Sputnik. Era apenas un transmisor de radio cubierto por una esfera de metal.

El 4 de octubre de 1957 el Sputnik fue colocado en órbita y comenzó a enviar señales de radio a la Tierra, un «bip» que los estadounidenses se esforzaron por decodificar pero que en realidad no contenía mensaje alguno. El mundo quedó fascinado. Entusiastas formaban largas filas ante los telescopios disponibles para poder ver la «segunda Luna» cruzando el firmamento.

El Sputnik fue una jugada maestra de propaganda y ahora el líder soviético Nikita Kruschev quería más: le pidió a Korolev otra gran misión espacial para las conmemoraciones del 7 de noviembre, el aniversario de la revolución bolchevique de 1917.

El plazo de alrededor de un mes parecía imposible. Con todo, el 3 de noviembre de 1957 la Unión Soviética envió al espacio otro satélite, pero esta vez con un pasajero a bordo: Laika, una perra callejera hallada en Moscú. Laika les dio a los soviéticos otra victoria propagandística y a los estadounidenses otro dolor de cabeza.

«En Estados Unidos creían que si la URSS había sido capaces de llevar a un animal al espacio, pronto estaría en condiciones de enviar a un ser humano a órbita», explica el historiador De Groot.

La sonrisa de Yuri Gagarin

A principios de la década de 1960, 20 potenciales cosmonautas se entrenaban en secreto en una zona rural de Rusia, entre ellos el joven Alexei Leonov. «Cada día corríamos 5 kilómetros y nadábamos 700 metros. También saltábamos en paracaídas; yo llegué a hacer unos 200 saltos», le cuenta Leonov a la BBC. Pero además del entrenamiento físico, los cosmonautas debían prepararse para los rigores del espacio.

Debían ser capaces de resistir la enorme fuerza del despegue y del aterrizaje. Se los encerraba durante días en salas a prueba de ruidos para experimentar el aislamiento psicológico. Y lo peor de todo era la preparación para la eventualidad de que la cápsula comenzara a girar sin control en el espacio. «Era algo muy difícil de aguantar», recuerda el ex cosmonauta Georgei Grechko. «Algunos se ponían pálidos, otros verdes. Y luego, como solíamos decir, les mostraban a los demás su cena: vomitaban».

La preselección del primer ser humano que iría al espacio quedó reducida a dos nombres: Yuri Gagarin y Guerman Titov. «Korolev terminó escogiendo al hijo de campesinos Gagarin», dice Grechko. «Nosotros pensábamos que el más listo y el mejor educado era Titov. Pero el jefe consideró aspectos en los que nosotros, como ingenieros, no habíamos pensado: cuán apuesto era el candidato, su sonrisa. Y tenía razón». El «ingeniero jefe» sabía que si la misión resultaba un éxito, el rostro de Gagarin estaría en las portadas de todos los periódicos del mundo.

El 12 de abril de 1961 Gagarin llegó donde ningún ser humano había llegado antes: la órbita de la Tierra. A bordo de la cápsula Vostok, dio una vuelta al plantea en una hora y 48 minutos. «Estoy mirando la Tierra», dijo al comunicarse con el centro de control. «Veo los colores del paisaje, bosques, ríos, nubes. Todo es tan bello».

Gagarin fue recibido como un héroe en la Unión Soviética y viajó por el mundo llevando su sonrisa triunfal. Era la encarnación del dominio de la Unión Soviética en la carrera espacial.

Seguidilla de hazañas

Con su economía en auge, Estados Unidos podía invertir grandes sumas de dinero en el desarrollo de un programa lunar. Por el contrario, en la URSS los dirigentes no estaban dispuestos a financiar ningún viaje a la Luna.

«Mi padre le dijo a Korolev que en la Unión Soviética había otras prioridades: producir más alimentos para acabar con la escasez y construir más viviendas», le dice a la BBC Sergei Kruschev, hijo del líder soviético Nikita Kruschev. En lugar de ello, Korolev lanzó una serie de misiones menos costosas a la órbita baja de la Tierra, cada una de las cuales reportó una victoria propagandística. Entre ellas se destacan dos de 1963: el vuelo orbital más largo hasta la fecha (cinco días) y la primera mujer en ir al espacio, Valentina Tereshkova.

El 18 de marzo de 1965 se sumaría otro hito: Alexei Leonov se convirtió en el primer ser humano en realizar una caminata espacial. «Korolev nos había dicho: ‘Así como un marino a bordo de un buque tiene que ser capaz de nadar en el océano, un cosmonauta debe saber flotar en el espacio», recuerda Leonov.

La estaciones espaciales

El 19 de abril de 1971 los soviéticos lanzaron a órbita Salyut 1, la primera estación espacial temporal de la historia. La ocuparon tres cosmonautas durante tres semanas. A esta le seguirían misiones y estancias cada vez más prolongadas.

El 20 de febrero de 1986, mientras los estadounidenses se concentraban en vuelos de corta duración con los transbordadores espaciales, los soviéticos colocaron en la órbita terrestre la primera estación permanente, la MIR, que fue completada a lo largo de una década.

Con 31 metros de ancho, 19 de largo y 27, 7 de alto, esta estructura se convirtió en un enorme laboratorio suspendido, con módulos separados para astrofísica, ciencia de los materiales y estudio la Tierra. Equipos de cosmonautas visitaban la estación por periodos de un año y se convirtieron en verdaderos expertos en la vida en el espacio.

A fines de 1991, mientras la MIR orbitaba el planeta, la Unión Soviética se disolvió. Cuando la MIR fue dada de baja y se desintegró al reingresar a la Tierra en 2001, su reemplazo, la Estación Espacial Internacional (EEI), ya estaba siendo ensamblada en órbita.

Era la primera aventura totalmente internacional en el cosmos: 15 agencias espaciales colaboraban para construir una estructura cuatro veces más grande que la MIR.

La Estación Espacial Internacional ha marcado una nueva era de exploración internacional. «Nosotros teníamos un gran conocimiento de las largas estancias en el espacio, de cómo afectaban a una persona. Así que nos unimos al proyecto y compartimos todo lo que sabíamos», le cuenta a la BBC el ex cosmonauta Alexander Lazutkin.

Ciertamente, la EEI es el testamento de los logros del programa espacial de la URSS durante 50 años de exploración del Universo. Su sistema de soporte vital está basado en los de las estaciones Salyut y MIR. Los trajes que se utilizan son «hechos en Rusia», versiones actualizadas del que empleó Alexei Leonov en la primera caminata espacial de la historia.

Desde 2011 la única manera de llegar a la EEI es por medio de una cápsula Soyuz montada en un cohete R-7, ambas tecnologías que, aunque modernizadas, diseñó Sergei Korolev hace medio siglo.

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