Cuando el viento mueve las arenas del desierto del Sáhara, también desplaza los rastros de las pruebas nucleares francesas a principios de la década de los sesenta.
Un laboratorio de Rouen, en Normandía, ha analizado la arena recogida en el macizo del Jura y ha obtenido muestras de cesio 137. Ha transcurrido más de medio siglo, pero los elementos radiactivos están presentes en los dos continentes, tanto en África como en Europa, a miles de kilómetros de distancia.
El laboratorio Acro se fundó hace 30 años, tras la catástrofe de Chernóbil y detecta el cesio 137 en los restos de las arenas del desierto que llegan hasta el norte de Francia.
El cesio 137 es un radioelemento artificial. Es un producto de la fisión nuclear que se produce en una explosión nuclear y, por lo tanto, no está presente de forma natural en la arena del desierto.
Los vientos del desierto reparten los restos de cesio 137 por todos los lugares de Europa por los que pasa.
Según Pierre Barbey, miembro del laboratorio que ha analizado las muestras, el cesio 137 tiene una vida útil de 30 años. Cada 30 años, pierde la mitad de su contenido radiactivo. Después de siete ciclos de 30 años, se supone que sólo queda el 1 por ciento del material radiactivo.
Cerca de Reggane, en el sur de Argelia, Francia realizó la primera prueba nuclear el 13 de febrero de 1960. La bomba tenía un potencia de 70 kilotones, una explosión tres o cuatro veces más potente que la de la bomba de Hiroshima de 1945.
Entre 1960 y 1966, Francia detonó 17 bombas nucleares en el desierto del Sáhara. Tras la independencia de Argelia, siguió realilzando pruebas nucleares en la Polonesia.