La producción de samovares y acordeones en la Rusia pre-revolucionaria



Juan Manuel Olarieta


Como en el resto de Europa el movimiento revolucionario ruso surge de la
revolución de 1848 y, dada la represión zarista, se gesta entre los emigrantes,
es decir, fuera de la propia Rusia y en un contacto muy estrecho con las demás
corrientes revolucionarias europeas, entre otras la que Marx y Engels
encabezaban. El movimiento revolucionario ruso a finales del siglo XIX
presenta, pues, tanto rasgos comunes con el resto de Europa junto a otros que
son propios y característicos.


En muy poco tiempo, apenas 50 años, ese movimiento atravesó tres etapas
fundamentales en las que la influencia del marxismo fue creciendo
progresivamente. Inicialmente aparece como un movimiento democrático
revolucionario (Chernichevski), posteriormente surge el populismo
(Mijailovski), y la tercera etapa se inicia con el grupo Emancipación del
Trabajo encabezado por Plejanov, que desemboca en la creación del partido
socialdemócrata en 1898.


De dicho partido surgen posteriormente los bolcheviques que, al encabezar la
revolución de 1917, desencadenan un proceso de retorno: lo que llegó a Rusia
procedente del oeste, regresa de nuevo a Europa occidental, naturalmente
profundamente transformado y enriquecido por el leninismo. Desde el punto de
vista geográfico, por tanto, a Europa occidental retorna algo de lo que salió
de la propia Europa occidental.


La intelectualidad seudomarxista critica ese proceso calificándolo
despectivamente como «eurocentrismo». Pero el marxismo no es una
teoría, que es como ellos la consideran, sino una teoría revolucionaria, es
decir, deducida de la revolución, un fenómeno que entonces sólo se podía
analizar cabalmente en Europa y en ninguna otra parte. Eso es lo que hicieron
entonces y lo que hacen ahora los revolucionarios, a diferencia de los
profesores de historia, de los escritores y de los diletantes de salón.


A lo largo de varios años Marx y Engels mantuvieron una estrecha relación
política, directa e indirecta, con varios exiliados rusos y, como no tenían por
costumbre hablar de lo que no sabían, estudiaron ruso para poder conocer mejor
el país y discutir con conocimiento de causa. Además de reuniones, ambas partes
intercambiaron correspondencia, que en aquella época era una de las principales
formas de comunicación. Aquella correspondencia iba dirigida a los personajes
de Rusia más insospechados que cabe imaginar y versó sobre los asuntos más
variopintos, como es el caso de la carta de Marx a Annenkov (un burgués liberal)
sobre Proudhon o la de Engels a Lavrov (un populista) sobre Darwin.


Esa correspondencia demuestra que ya entonces Marx y Engels estaban en el
centro del movimiento revolucionario europeo (o sea, mundial) y que sus
diferentes corrientes (incluido Bakunin, otro ruso) les consideraban como los
más reputados maestros.


Es también remarcable que una correspondencia privada, no destinada a la
publicación, resulte de tanta actualidad y tenga tan extraordinaria
importancia. En parte esa correspondencia se ha perdido, pero los populistas
tradujeron y distribuyeron varias obras, como el Manifiesto Comunista y El
Capital
, y publicaron en sus revistas algunos artículos de Marx y Engels.


Como no podía ser de otra forma, uno de los debates fundamentales con los rusos
fue la singularidad del gran Imperio, un tema recurrente en el movimiento
obrero mundial desde siempre, normalmente mal planteado, en la forma de unos
supuestos «modelos» (soviético, chino, yugoeslavo), o del
«eurocomunismo» y las diversas «vías» hacia el socialismo
de Togliatti. En términos filosóficos el debate aludía a la relación entre lo
abstracto (modo de producción) y lo concreto (formación histórico-social). Marx
y Engels analizan el capitalismo (lo abstracto) en la Inglaterra de su época (lo
concreto) y, del mismo modo, el socialismo se analiza en la URSS. Pero al
analizar el capitalismo en España no se encuentran «roundsmen» como
en Inglaterra, ni al analizar el socialismo en Cuba se encuentran
«kulaks» como en la URSS. Un marxista tiene que analizar el
capitalismo (o el socialismo) en algún país y en algún tiempo concretos. Lo que
no tiene sentido, ni marxista ni de ningún tipo, es hablar del capitalismo como
un espectro fantasmagórico, intemporal.


Con el tiempo el mismo vicio ha ido creciendo, cambiando de formato y
empeorando cada vez más. Kevin Anderson, uno de los intelectuales
seudomarxistas en boga, ha vuelto recientemente al mismo error de la misma
manera errónea. Lo llama marxismo unilineal o multilineal (*). Otros dicen que
el marxismo es del siglo XIX, que ahora las cosas han cambiado (pero no dicen
cuáles) y que hay que retocarlo un poco (o mucho) para poder
«aplicarlo» al siglo XXI.


Son variaciones sobre el mismo tema, como el «determinismo» que
algunos confunden con el fatalismo, la sucesión inexorable de esos modos de
producción que tienen que aparecer por todos los rincones de la historia. En
resumen, según algunos el marxismo no es «aplicable» a determinadas
sociedades o épocas históricas, que es como decir que la aritmética no es
«aplicable» a todos los números.


Los populistas no se oponían al marxismo, sino que decían que no era
«aplicable» a Rusia, con lo cual querían decir que Rusia jamás sería
un país capitalista. Lo mismo que Togliatti, ellos también creían que el marxismo,
lo mismo que el capitalismo, eran «europeos». Lo verdaderamente ruso
era el populismo. Entonces al menos una parte de la cuestión reside en entender
lo que es el marxismo.


En 1899 se celebró en San Petersburgo un debate público sobre un tema que llevaba
exactamente el título «¿Es posible conciliar el populismo con el
marxismo?»
, lo cual ya es bastante significativo. Los populistas eran
nacionalistas. Lo que preguntaban en realidad era: ¿es posible conciliar a
Europa con Rusia?, ¿es Rusia una parte de Europa? Pero es aún más significativo
lo que en ella dijo Vorontsov, un populista: los marxistas «europeos»
están más ceca del populismo que los «rusos». Naturalmente que cuando
Vorontsov se refería a los «marxistas rusos» ni siquiera se refería a
Plejanov sino a oportunistas como Piotr Struvé, presente en aquel acto, es
decir, a los «marxistas legales».


Traer ahora aquel debate aquí puede parecer oportunista en cierta medida porque
«El desarrollo del capitalismo en Rusia», una de las obras de
historia más extraordinarias jamás escritas, a cuya redacción Lenin dedicó tres
largos años (1896-1899), dejó las cosas bien claras. El marxismo no sólo se
podía «aplicar» a Rusia sino que se «aplicó» de una manera
tan magistral que en 1917 condujo al proletariado a la Revolución. Hoy sabemos
que los populistas no tenían razón.


Pero aferrarse a esos argumentos «ex post facto» es jugar con
ventaja; además de poner las cosas en su sitio, lo cual no es fácil, hay que
ponerlas en su época. Una carta de 1877 dirigida por Marx a la revista rusa
«El memorial de la patria» trata sobre esto: ¿qué es el marxismo?
Afirma que el dirigente populista Mijailovski había «metamorfoseado»
su explicación de la génesis del capitalismo en el occidente europeo, convirtiéndola
en una «teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino
impone a todo pueblo, cualesquiera que sean las circunstancias históricas en
que se encuentre»
. En otras palabras, los populistas convertían algo
histórico en algo suprahistórico.


Los errores de los populistas procedían de dos orígenes distintos: no sólo
tenían una concepción distorsionada del marxismo sino que, además, tenían una
concepción distorsionada de Rusia, y cuando hoy se leen con un poco de atención
esos mismos debates, como el de Anderson, se observa exactamente el mismo error
que Marx y Engels observaban en los populistas: son suprahistóricos, es decir,
abstracciones, teorías que pretenden suplantar a otras teorías simétricas a
ellas. Lo que todas estas teorías tienen en común es que son una exégesis
permanente. Están hechas de frases y citas que cuadran casi exactamente con lo
que el escritor quiere sostener.


Al leer una obra maestra, como «El desarrollo del capitalismo en
Rusia»
aparece lo concreto, además de lo abstracto. Más que datos hay
detalles. Las publicaciones marxistas son tan exahustivas y minuciosas que al
repasarlas un siglo después agobian al lector, como cuando «El
Capital»
se refiere a los clanes celtas de la alta Escocia, o cuando Lenin
dedica un apartado a analizar la orfebrería y la producción de samovares y
acordeones en Rusia.


Anderson no habla para nada de acordeones, no habla de nada concreto, no habla
de historia sino sobre la historia, después de convertirla en un fantasma. Por
ejemplo, larga la siguiente patada: «Un ejemplo común del uso continuado
de este modelo unilineal es la máquina de propaganda estatal China, cuando
apoda la cultura tibetana como ‘feudal’ y consecuentemente atrasada»
. Si
los chinos tienen una máquina de propaganda estatal, Anderson tiene el estilo
publicitario burgués, que consiste en soltar las frases típicas de los letreros
de neón, huérfanas de argumentos, absolutamente vacías, como el resto de su
artículo.


Lo de menos es si Anderson tiene razón o no. Lo que es seguro es que no es
marxista, lo que se confirma cuando manifiesta las mismas intenciones que
Vorontsov en Rusia: conciliar el marxismo con otras corrientes ideológicas, tan
oportunistas como él mismo. Es algo típico de quienes no son marxistas, una
conclusión que se confirma cuando Anderson busca las diferencias entre Marx y
Engels: el primero es multilineal, mientras que Engels cayó en el mismo vicio
que la maquinaria de propaganda estatal china.


Un debate o una obra de historia en la que no se habla de cosas como samovares
y acordeones podrá resultar interesante, pero no tiene relación con el
marxismo. Si además, está repleta de citas de Marx, hay motivos para temer lo peor.


(*) De los ‘Grundrisse’ al ‘Capital’: Temas Multilineales, Marxismo Crítico, 12
de diciembre de 2013,
http://marxismocritico.com/2013/12/12/de-los-grundisse-al-capital/

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