150 años de la fundación de la Primera Internacional (12)
«Al cabo de un rato paramos delante de una casa, llamó el cochero y presentóseme un anciano que, encuadrado en el marco de la puerta, recibiendo de frente la luz de un reverbero, parecía la figura venerable de una patriarca producida por la inspiración de eminente artista. Acerquéme con timidez y respeto, anunciándome como delegado de la Federación regional española de la Internacional, y aquel hombre me estrechó entre sus brazos, me besó en la frente, me dirigió palabras afectuosas y me hizo entrar en su casa. Era Carlos Marx».
Ambos estuvieron conversando amigablemente en castellano, pero a lo largo de la Conferencia la imagen de Anselmo Lorenzo cambió. él traía un informe «puramente obrero» y se encontró con algo que no esperaba, con asuntos de profundo calado ideológico y político que le desbordaron completamente. Quedó decepcionado, a pesar de que Marx logró aprobar una resolución en la que saludaba el excelente trabajo de los internacionalistas españoles. Debió apercibirse el ínfimo nivel ideológico y del primitivismo del movimiento obrero español, y trataba de infundirles ánimo.
La Conferencia tuvo que ocuparse fundamentalmente de dos cuestiones. La primera era la antigua cuestión de la lucha política sobre la que había habido discusiones con los anarquistas. Uno de los motivos que incitaron a la Conferencia a ocuparse de ella fue que los bakuninistas continuaban acusando a Marx de falsificar los Estatutos de la Internacional para imponer sus puntos de vista. La resolución, esta vez, proporcionó una respuesta que no podía dejar ninguna duda y significaba la derrota completa de los bakuninistas. La última parte decía:
«Considerando:
Que la reacción desenfrenada reprime por medio de la violencia el movimiento emancipador de los obreros y busca por medio de la fuerza brutal mantener la división en clases y el dominio político de las clases dominantes que de ella resulta;
Que esta organización del proletariado en un partido político es necesaria para asegurar el triunfo de la revolución y de su meta final: la abolición de las clases;
Que la unión de las fuerzas obreras ha sido obtenida ya a través de la lucha económica, y debe ser igualmente una palanca en manos de la clase obrera en su lucha contra el poder político de los explotadores;
La Conferencia recuerda a todos los miembros de la Internacional que, en el plan de combate de la clase obrera, su movimiento económico y su actividad política se encuentran indisolublemente ligadas».
Pero la Conferencia tuvo que ocuparse también de los bakuninistas por otro motivo. El Consejo General estaba cada vez más persuadido de que, a pesar de todas las seguridades dadas por Bakunin, su sociedad secreta continuaba existiendo. Por esta razón, la Conferencia adoptó una resolución prohibiendo en la Internacional la organización de cualquier asociación que tuviera un programa particular. Pero de nuevo los bakuninistas insistieron en que la Alianza estaba disuelta, por lo que se levantó acta de ello, zanjándose la cuestión bajo palabra.
Pero quedaba aún otra cuestión: la Conferencia declaró que la Internacional nada tenía que ver en el asunto Nechaiev, un revolucionario ruso que se aprovechó para sus propios fines de su condición de miembro de la Internacional. Bakunin mantenía relación con S.G. Nechaiev (1847-1882), un estudiante que había huido en marzo de 1869 de Rusia y en el otoño de aquel mismo año regresó al interior. Como Bakunin, también Nechaiev rechazaba la teoría, aunque estaba dotado de una energía excepcional, de una voluntad de hierro; revolucionario entregado en cuerpo y alma a la causa probó posteriormente ante los jueces y en la prisión su coraje inquebrantable y su odio a los explotadores. A diferencia de Bakunin, que siempre estaba dispuesto a las componendas, Nechaiev era intransigente. Mientras Bakunin era un inconsecuente, Nechaiev se distinguía por una lógica sin componendas y sacaba de la teoría de su mentor todas las deducciones prácticas que comportaba.
Un grave acontecimiento lo prueba: el editor Liubavin quería publicar la traducción rusa de «El Capital» y le adelantó a Bakunin una cantidad de dinero para que se pusiera a ello. Pero Bakunin ni tradujo el libro ni devolvió el dinero, lo que le puso en una situación comprometida ante todos los internacionalistas. Para salir del atolladero, por encargo de Bakunin, Nechaiev, en nombre de una inexistente organización, escribió a Liubavin amenazándole de muerte y diciéndole que dejara en paz a Bakunin. No se trataba sólo de dinero, sino de algo mucho más serio: los miembros de la comisión consideraron un abuso que Bakunin actuara en nombre de una organización obrera revolucionaria que todos ligaban a la Internacional con fines personales, para librarse de una deuda. Se ponía de manifiesto también un pésimo estilo de relaciones entre «camaradas» que, por lo demás, cuadraba con las tesis de Bakunin, que ponía en primer plano al lumpenproletariado, al que consideraba como el auténtico promotor de la revolución social, y consideraba que los bandoleros eran el mejor elemento del ejército revolucionario. No a la política, sí al bandolerismo, podría resumirse.
En Moscú Nechaiev organizó un grupo clandestino, «Justicia Popular», compuesto de jóvenes estudiantes, que ejecutó a uno de sus compañeros, llamado Ivanov, por traición. Luego huyó nuevamente al extranjero mientras eran detenidos de los miembros del grupo, que fueron juzgados en el verano de 1871. Durante el juicio la acusación difundió muchos documentos en los que se mezclaba al grupo de Bakunin con la sección rusa de la Internacional. Nechaiev había utilizado en Rusia una credencial de Bakunin que le presentaba como miembro de una supuesta «Alianza Revolucionaria Europea» y que él utilizaba para hacerse pasar por delegado de la Internacional.
Finalmente, Bakunin se separó de su discípulo, pero únicamente porque le espantaba la lógica implacable y simplista de Nechaiev; sin embargo, no osó romper públicamente con él porque Nechaiev guardaba muchos documentos que le comprometían personalmente. En 1872 Nechaiev fue entregado por Suiza a Rusia y murió preso en la fortaleza de Pedro y Pablo.
El Consejo General envió una circular reservada relatando los manejos de Bakunin que exasperó a los anarquistas, porque decían que no se podía dar publicidad a una organización secreta como la suya. La circular fue redactada por Marx y Engels con el título «Las pretendidas escisiones en la Internacional» y se distribuyó en francés por las secciones de la Internacional en todo el mundo. Como era característico en ellos, no entraban para nada en las minucias y provocaciones de los bakuninistas, sino que entraron a fondo en sus concepciones ideológicas, que sometieron a una crítica implacable, demostrando las raíces pequeño burguesas del anarquismo.
Inmediatamente después de la Conferencia de Londres los bakuninistas declararon -según sus propias palabras la «guerra abierta» al Consejo General, al que acusaban de haber amañado la Conferencia e impuesto a toda la Internacional la necesidad de organizar al proletariado en un partido independiente dirigido a la conquista del poder político. Siguieron con su labor fraccional tomando como excusa que lo de Londres había sido una Conferencia y no un Congreso. Las razones para ello eran clarísimas: en setiembre de 1871 la Comuna de París había sido aplastada y en toda Europa se había levantado la veda contra todas las organizaciones proletarias; el Congreso era público y la Conferencia privada, por lo que los nombres de los participantes no se difundían, de modo que tampoco se les podía detener; por lo demás, debía celebrarse una Conferencia porque, como decía Engels, era necesario poner en práctica medidas concretas en relación con la nueva situación, esto es, no era necesario el Congreso porque no se trataba de modificar el Llamamiento ni los Estatutos.
Nada de esto importaba lo más mínimo a los bakuninistas, que celebraron un Congreso por su cuenta en Sonvilliers, Suiza, el 12 de noviembre de 1871, donde gozaban de toda la libertad y de todos los derechos para reunirse a placer. Allí atacaron las facultades del Consejo General diciendo que la secciones regionales debían ser autónomas. Eso decían entonces, pero poco antes, en el Congreso de Basilea, habían sido los mayores defensores de la ampliación de las competencias del Consejo General. Como los falsificadores de la historia presentan los hechos de una forma maniquea, es imprescindible dar a conocer el criterio al respecto de Marx, que no era nada centralista:
«Ciertamente, nadie disputa su autonomía a las secciones; mas es imposible una federación que no ceda algunos poderes a los consejos federales y, en última instancia, al Consejo General. Pero ¿sabe usted quiénes fueron los autores y los defensores de estas resoluciones autoritarias? ¿Los delegados del Consejo General? De ninguna manera. Estas medidas autoritarias fueron propuestas por los delegados belgas, y los Schwitzguebel, los Guillaume y los Bakunin fueron sus más calurosos defensores».
Los bakuninistas, fieles a su escabroso estilo, volvían sobre sus pasos, retorciéndose como culebras, escondiendo los verdaderos motivos de fondo y presentando falsos argumentos de forma. En la forma que ellos la proponían, la autonomía de las secciones no era más que una liquidación de la Internacional, que había nacido para integrar a los movimientos obreros locales en un solo puño.