La ciencia progresa a pesar de las zancadillas de los científicos

En un momento, como el actual, en el que muchos científicos están dando ejemplos cotidianos de patetismo en los platós de televisión, hay quien los equipara con la ciencia, para bien y para mal. Incluso hay quien pone en cuestión la ciencia por las aberraciones que escucha de los científicos, asimilando la ciencia con la religión.

Los científicos no suelen ayudar mucho en la comprensión de lo que se traen entre manos y, como es natural, no pueden explicar a los profanos lo que ellos mismos no son capaces de comprender. No hay más que leer lo que difunden acerca de eso que llaman “método científico” para apercibirse del cúmulo de chapuzas que inundan sus cabezas.

Por supuesto que a una ciencia raquítica le corresponde una divulgación científica mucho peor y de las revistas científicos no voy ni a hablar, al menos de momento. No obstante, me parece evidente que hoy ninguna revista publicaría un artículo de Newton y mucho menos le consideraría como un científico. Nadie admitiría jamás su tesis de que el espacio es “el sensorio de dios”. Sería un borrón definitivo en su prestigio que, si hoy día se mantiene, es a costa de ocultar esa frase y otras muchas parecidas.

A lo máximo un lector inquieto alcanza a tener una imagen de los científicos que hace décadas que desapareció. Si hacemos que recite los nombres de diez científicos, ninguno de ellos es equiparable a los del presente siglo.

Son muchos los científicos que han creado la ficción de sí mismos como “comunidad”, es decir, como un colectivo que escribe en sintonía, que sostiene las mismas conclusiones y trabaja sobre los mismos postulados. El que no forma parte de ella, queda fuera de la ciencia y desde luego se le puede menospreciar e insultar, que es siempre la antesala de la hoguera.

Si los científicos formaran una “comunidad”, no hubiéramos podido disfrutar de debates apasionantes, como los que tuvieron Newton y Leibniz, por seguir con el ejemplo, y cualquiera de ellos que tuviera razón no es motivo para descalificar al otro.

A diferencia de los demás seres humanos, los científicos alardean de objetividad, como si alguna vez en la historia el saber (y ellos mismos) se hubieran podido desprender del mundo en el que viven.

Les gusta recordar que sus concepciones no dependen de lo que opinen unos u otros y que una tesis científica no depende de votaciones, mayorías o minorías. Es cierto. La veracidad de una tesis científica ni siquiera depende de un científico, ni de la mayoría de ellos.

El motivo es evidente: la ciencia es predominantemente objetiva, mientras los científicos son su componente subjetivo, es decir, temporal, limitado, superficial o parcial.

Eso quiere decir que la ciencia es, como todo, una contradicción y una unidad de contrarios. Una tesis errónea puede contener un componente veraz y, al revés, una tesis correcta, puede contener falsedades.

La tesis, evidentemente falsa, de que “el espacio es el sensorio de dios” contenía una concepción verdadera que ni siquiera Einstein fue capaz de apreciar: “el espacio es infinito”; no tiene ninguna clase de límites.

Una tesis, evidentemente correcta, como la segunda ley de la termodinámica, contiene interpretaciones falsas, como Engels se encargó de demostrar contundentemente hace siglo y medio.

Las contradicciones de la ciencia son las que impulsan su desarrollo o, dicho con otras palabras, la ciencia se desarrolla porque hay contradicciones. Los avances científicos no llegan viento en popa, como les gusta hacer creer a los divulgadores, sino en medio de una resistencia feroz de los científicos empeñados en defender las doctrinas establecidas, el canon de los libros de texto y los manuales de la asignatura.

La ciencia progresa a pesar de las zancadillas de los científicos. Cuando en 1946 el geólogo australiano Reginald C. Sprigg buscaba uranio para la fabricación de bombas atómicas, realizó uno de los descubrimientos más importantes del pasado siglo: la fauna ediacara, que acreditaba la existencia de formas antiquísimas de vida antes del Cámbrico. El artículo que envió a “Nature” comunicando su descubrimiento fue rechazado y tampoco encontró ningún eco dos años después cuando viajó a Londres para informar del hallazgo al Congreso Geológico Internacional.

Cuando en 1960 Theodore Maiman fabricó el primer rayo láser, la revista “Physical Review Letters” rechazó publicar su descubrimiento. Fue repudiado en Estados Unidos y tuvo que marchar a Canadá para seguir investigando. El conocimiento no acarrea reconocimiento. A Maiman nunca le concedieron el Premio Nobel y relató su marginación científica en un libro titulado “La odisea del láser”.

En 1987 “Nature” y “Science” rechazaron uno de los trabajos iniciales de Kary B. Mullis sobre la hoy famosa técnica PCR. A las revistas científicas, a los divulgadores, lo mismo que a los propios académicos, no les gustan escuchar novedades que les saquen de su error.

A pesar de una dilatada experiencia, hay quien cree que sobre ciencia no se discute y que eso diferencia a las ciencias “de verdad”, que son las ciencias “naturales”, de las ciencias sociales, las humanidades o las letras. Recientemente Rafael Silva publicó (1) al respecto un artículo que, a pesar de ser una mierda, fue reproducido por Contrainformación (2), Rebelión (3) y La Haine (4), sin duda porque se trata de una concepción muy extendida que permite a un cretino llenarse la boca de insultos.

Cualquier tesis es científica porque es discutible, incluso en matemáticas. En 1900 David Hilbert presentó un listado de problemas cuya resolución esperaba el siglo XX. Más de cien años después, algunos de ellos se han resuelto, otros no y otros son materia de discusión entre los matemáticos, dice la Wikipedia (5). Hay quienes aceptan cierto tipo de demostraciones que los demás no admiten.

El saber ni se ha cerrado ni se cerrará jamás. Lo que hoy la ciencia da por sabido y aceptado será derribado más adelante por algún “bicho raro” al que llenarán de desprecio, hasta que cada cual se arranque la venda de los ojos. Entonces la minoría se convierte en su contrario: mayoría. El “bicho raro” pasa a ser una gloria mundial, un pionero halagado por aquellos mismos que antes lo arrastraron por el lodazal.

Siempre ha sido así a lo largo de la historia de la ciencia.

(1) http://rafaelsilva.over-blog.es/2020/08/el-negacionismo-como-activismo-de-la-ignorancia.html
(2) https://contrainformacion.es/el-negacionismo-como-activismo-de-la-ignorancia
(3) https://rebelion.org/el-negacionismo-como-activismo-de-la-ignorancia/
(4) https://www.lahaine.org/est_espanol.php/el-negacionismo-como-activismo-de
(5) https://es.wikipedia.org/wiki/Problemas_de_Hilbert

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