La cárcel de Lleida ha aplicado a Pablo Hasél y al resto de su módulo un régimen de aislamiento que se prolonga desde hace semanas

El coronavirus ha sido la excusa perfecta para el endurecimiento de las condiciones penitenciarias que el Estado venía soñando desde hacía años, y una solución a la conflictividad en las cárceles. Entidades y abogados denuncian la doble tortura de las restricciones por el coronavirus en las cárceles, que implican días y días de encierro injustificado en las celdas.

Catorce días sin apenas salir de la celda. Es la situación que decenas de presos del Centro Penitenciario de Ponent han vivido estas últimas semanas a causa de un supuesto brote de coronavirus registrado en el módulo 7 y que se ha aplicado, curiosamente, en el momento de mayor conflictividad laboral de la historia de esta prisión.

El protocolo del Departamento de Salud de la Generalitat de Catalunya para evitar la propagación del coronavirus en las prisiones señala que si hay una agrupación de tres casos positivos o más, se considera que hay un brote, lo que implica que todos los presos de un mismo módulo han de cumplir una cuarentena de catorce días.

El Departamento de Salud detalla que esto, en la práctica, implica que deben aislarse en la celda hasta que no tengan un resultado negativo en una prueba diagnóstica. En el módulo 7 de Ponent, el criterio médico marcó mantener el aislamiento para evitar más contagios a la espera de terminar todas las pruebas y, desde hace pocos días, pasar de aislamiento a confinamiento, menos restrictivo, pero también con limitaciones.

Según explica Alejandra Matamoros, abogada de Pablo Hasél, esta situación ha implicado que tanto él como otros presos hayan tenido que aislarse en la celda durante muchos días, también después de haber dado negativo en una prueba PCR.

Denuncia que esto ha significado una «doble condena» y ha causado mucho malestar entre los presos. El Observatorio del Sistema Penal y los Derechos Humanos y la Asociación de Familias de Presos de Cataluña también tienen constancia de quejas sobre la dureza de los confinamientos. Por ejemplo, un preso informó al Observatorio el 24 de diciembre de que todo el módulo 7 estaba confinado con un régimen de vida similar al primer grado –el de los presos considerados peligrosos o de alto riesgo–, sin recepción de visitas ni acristalamiento.

Aislamientos duros

En buena parte, este malestar se debe a las dificultades de los presos para comunicarse con el exterior, por todo lo que implica salir tan poco de la celda y por la gran diferencia entre los confinamientos en las prisiones y los del exterior.

Esto, en la práctica, acaba significando que los presos sólo pueden salir de la celda por poco más que ducharse y hacer las comunicaciones establecidas (videoconferencias judiciales o videoentrevistas con abogados, con límite de tiempo), una situación anómala que no ocurre ni en los casos de regímenes más duros y que les afectados denuncian. A raíz de esta situación, el Departamento de Justicia dice que, si bien existe un número reglamentado de llamadas, no hay un número cerrado de salidas de la celda, porque se valora según las necesidades básicas de las personas, siendo la prisión quien determina, por supuesto, estas necesidades.

En el caso de Pablo Hasel, denuncia a su abogada, esto ha implicado una reducción muy importante de sus comunicaciones con el exterior: “Estos últimos días ha recibido una nueva condena, a tres años de cárcel. En catorce días tan sólo he podido contactar con ellos para hablar de la cuestión en diecisiete minutos de videollamada, añadidos a los de las llamadas normales. Pero las llamadas sólo las ha podido hacer cuando los funcionarios han querido, y de la misma manera con las duchas, no se ha podido duchar todos los días. Esto no ocurre en todas las cárceles, porque las más nuevas tienen ducha dentro de la celda, pero en Ponent están en el patio y deben salir. Y cuando han salido para ducharse es cuando les han dejado llamar.

Según las últimas informaciones facilitadas por Justicia, esta situación de aislamiento ha cambiado recientemente para los presos de los módulos 7 y 8, que han pasado de aislamiento a confinamiento. El módulo 7 había llegado a tener 44 positivos, pero ahora tan sólo hay 12; 2 en el módulo 8 y uno en el módulo de enfermería. Es una situación en la que se pueden compartir los espacios comunes del módulo, pero no los del resto del centro penitenciario, como los talleres, la zona deportiva y la zona de comunicaciones. Esto todavía significa que hay restricciones importantes. «Si llegan a los veintiún días con restricciones, habrán sido confinados el triple de tiempo que no lo está la gente fuera«, denuncia Matamoros. «No tiene ningún sentido alargar el confinamiento de esta manera.»

Trastornos psicológicos y tortura

De la misma forma que la pandemia ha afectado a la salud mental de mucha gente, en las prisiones también hay preocupación por esta cuestión a raíz de los confinamientos. “Los presos con trastornos mentales han sufrido ataques de pánico, ansiedad y depresiones que no se han tratado psiquiátricamente. Hay presos que han estado tres meses sin tener comunicación con la familia a través del vidrio, y esto ha pasado factura”, explica Gracia Amo, portavoz de la Asociación de Familias de Presos de Catalunya, a partir de lo que los presos han ido contando.

De hecho, un reciente informe del Síndic de Greuges señalaba que más del 60% de los aproximadamente mil internos encuestados habían sufrido efectos emocionales debido al confinamiento y que, de estos casos, casi el 90% no se había tratado en modo alguno. Matamoros habla de un caso de la cárcel de Ponent: “Un preso tuvo un ataque de ansiedad y empezó a golpear y a gritar. El resto de presos golpearon las puertas de las celdas exigiendo atención y lo único que hicieron fue darle más medicación.

Naciones Unidas ha catalogado este tipo de aislamientos prolongados como un sistema de tortura, y de acuerdo a los convenios internacionales suscritos por España, están prohibidos.

Fuente: Vilaweb

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