Invasión rusa de Ucrania: los imperialistas sólo pueden ganar la guerra de la intoxicación

La agencia de intoxicación Bloomberg asegura que la invasión rusa de Ucrania será el próximo martes. La misma agencia ya aseguró que la invasión era un hecho y luego tuvo que retirar el engaño de su sitio web y pedir disculpas públicamente.

Otras fuentes pronostican que la invasión será durante los Juegos Olímpicos de invierno que se celebran en Pekín, mientras que hay quien sabe que será al día siguiente de su finalización, el 20 de febrero, porque Putin no quiere aguar la fiesta a su colega Xi Jinping.

Finalmente están los que le proponen a Putin que espere al final del invierno porque los tanques se atascan en medio de los lodazales que deja el deshielo. La guerra es como los fines de semana. Hay que atacar con buen tiempo. De lo contrario volveremos a leer que, lo mismo que Alemania en 1945, la OTAN ha perdido la guerra por culpa de las condiciones meterológicas adversas: el frío, la nieve, la lluvia, el viento…

Lo único cierto es que la invasión será inminente, un “Blietzkrieg” sin factor sorpresa, la primera que se anuncia a bombo y plantillo. ¿Acaso se creían los rusos que la CIA no se iba a enterar de lo que planean?

Cuando la invasión no se produzca, ya sabemos los titulares de los medios de intoxicación: la firmeza de Estados Unidos y la OTAN ha disuadido a Rusia; no se atrevieron. Así es como hay que actuar en el futuro frente al Kremlin…

El problema de los tópicos es que, de tanto repetirlos, ellos mismos se los acaban creyendo y en la prensa estadounidense se han podido leer argumentos muy envejecidos, como ese de que “tenemos que luchar contra Rusia en Ucrania para no tener que hacerlo aquí”.

Es obvio que el imperialismo está deseando que Rusia ataque a Ucrania y que Rusia no cometerá tal estupidez por más que lo deseara. Ucrania es un país que se ha convertido en una pesada carga para Rusia, un foco de problemas de todo tipo, pero sobre todo es una carga para los países de la OTAN.

El embajador ruso en la ONU, Vasily Nebenzia, lo dijo bien claro ante el Consejo de Seguridad: “Hablar de una guerra inminente es una provocación en sí misma. Se diría que uno lo reclama, lo desea y espera que ocurra, como si quisiera que estas acusaciones se hicieran realidad”.

La crisis actual comenzó en la primavera del año pasado, cuando el ejército ruso desplazó 100.000 soldados hacia el oeste, hacia la frontera ucraniana. Los presidentes estadounidense y ruso se reunieron en Ginebra y Rusia devolvió a sus militares a sus cuarteles, no sin exigir a Washington que presione a Kiev para que respete los Acuerdos de Minsk.

En el otoño Rusia repitió los mismos movimientos de tropas, más un despliegue de tropas de élite en Bielorrusia y en diciembre de 2021 envió a Estados Unidos y a la OTAN, y luego hizo pública, una lista de demandas relativas a la seguridad europea que, según Moscú, estaba en peligro por la ampliación de la OTAN y la instalación de misiles en sus fronteras. Pidió una respuesta por escrito y sin demora, dando a entender que es lo mínimo que puede pedir.

Las peticiones más importantes eran la renuncia a la integración de Ucrania y Georgia en la OTAN y el retorno de todas las instalaciones militares de la OTAN a las posiciones que ocupaban en 1997.

Las demandas no fueron aceptadas porque la OTAN no quiere renunciar a su política de “puertas abiertas” que, por cierto, no está incluida en el Tratado del Atlántico Norte.

La pregonada invasión de Ucrania no es más que una empresa de intoxicación porque hoy la única guerra que los imperialistas son capaces de ganar es la de la desinformación, así que Washington desvió las conversaciones al punto que le interesaba: Ucrania.

Desde Moscú respondieron que esa postura contraviene los acuerdos sobre la indivisibilidad de la seguridad que se celebraron en el seno de la OSCE en 1999 en Estambul y en 2010 en Astana. Aquellos acuerdos permiten elegir las alianzas, pero también condicionan la libertad a la necesidad de evitar medidas que refuercen la seguridad de un Estado a costa de la seguridad de los demás.

Si Trump puso a China en el punto de mira, Biden hace lo propio con Rusia. Estados Unidos no quiere una guerra con Rusia que no puede ganar; simplemente pretende mantener unas relaciones lo más ácidas posibles, y las sanciones económicas son el mejor instrumento para ello.

Sin embargo, las sanciones también plantean problemas con los aliados europeos y con los alemanes en primer lugar, porque Rusia es un socio comercial muy importante para ellos. No sólo dividen a Estados Unidos de la Unión Europea, sino que abren grietas entre los países europeos.

Por lo demás, no son medidas eficaces, sobre todo si China ayuda a su aliado a eludirlas, cosa que sabemos con certeza que hará.

Las sanciones también socavan a los países de la OTAN. Alemania ha dudado. La República Checa y Bulgaria han prohibido que sus tropas participen en la aventura. Turquía considera que la crisis ucraniana es una agresión de Estados Unidos y la OTAN para contener las ambiciones regionales turcas vinculándolas a un conflicto con Rusia.

Supongamos que las normas jurídicas tuvieran algún interés: ¿con qué fundamento retórico podría la OTAN salir en defensa de un país que no es miembro de la Alianza? Lo de las armas de destrucción masiva ya no cuela…

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