Catalunya no es una colonia (como tampoco Euskal Herria y Galicia: Canarias sí lo es y así lo recuerda su presidente, nada sospechoso de bolchevismo, a cuenta de las prospecciones petrolíferas estos días), pero la pena es que no haya 5.000 yardas por medio entre Madrid y Barcelona, cuando las independencias se conseguían a tiro limpio.
Independencia económica
N. Bianchi
En 1621 cien familias puritanas embarcaron en el Mayflower, colonizaron Nueva Inglaterra y fundaron Boston. Cada colonia tenía una organización distinta aunque con leyes más libres que las europeas. Eran independientes unas de otras y no se componían de ingleses exclusivamente. Se estaba gestando una burguesía comercial potente y celosa de su poderío.
A principios del siglo XVIII, el Gobierno británico de Walpole pensó dejar que las 13 Colonias se las apañaran por sí solas, pero las relaciones entre Gran Bretaña y sus colonias comenzaron a complicarse hacia 1740 cuando estalló en Europa una guerra que enfrentó a Francia con Inglaterra. De ahí que en Norteamérica estallara la guerra entre ambas potencias, que duró hasta 1760, año en que las tropas británicas derrotaron a las francesas, expulsándolos fuera de Norteamérica. En esta victoria participaron los colonos con su metrópolis. Pero la guerra pasó factura a Gran Bretaña. El nuevo primer ministro Grenville empezó a recolectar impuestos por todo el Imperio y como fuese que, en casa, el Parlamento inglés rechazó esos impuestos indirectos no se le ocurrió otra cosa que esos impuestos (taxes) podían pagarlos los colonos. En 1765 establecieron la Ley de Timbre (Stamp Act) -una suerte de sellos de correos nuestros- lo que precipitó la resistencia colonial. Eran impuestos directos y por ahí la floreciente burguesía norteamericana no estaba dispuesta a pasar. La respuesta de los colonos no fue otra que un boicot abierto a comprar mercancías británicas. En 1760 el Gobierno de Lord North anuló todos los impuestos menos el del té que tampoco fue aceptado provocando las represalias británicas y dando lugar a la conocida como «Matanza de Boston» o Motín del Té (cuatro muertos). Adviértase que, aparte de que las colonias no formaban un gobierno unido, muy pocos norteamericanos tenían en mente la idea de independizarse de Gran Bretaña. En el campo de granjeros de Lexington (Kentucky) sonó el primer tiro que daría comienzo a la guerra. Para 1764, la cuestión no era ya si se debía resistir a Gran Bretaña, sino si convenía irse del Imperio. Fue tocarles los bolsillos y liarla.