El proyecto nació en 2014 tras el histórico acuerdo firmado entre Gazprom y la CNPC (China National Petroleum Corporation), un contrato, calificado como “el acuerdo del siglo”, que asciende a 400.000 millones de dólares en 30 años, para el suministro anual de 38.000 millones de metros cúbicos de gas ruso a China.
El acercamiento chino-ruso se debe en gran medida al difícil contexto político entre Moscú y los europeos de los últimos diez años. De hecho, antes de 2010 Rusia era un proveedor menor de hidrocarburos a China. Hoy en día, se está convirtiendo en el más importante de ellos.
Tras la caída de la URSS, el alineamiento de Rusia ha cambiado no por una decisión meditada por nadie sino por un fracaso histórico de quienes se pusieron entonces al frente de la nueva Rusia capitalista. Con el final de la Guerra Fría Moscú pretendió la integración rusa en el mundo occidental, pero le cerraron las puertas y tuvo que mirar al otro lado: a China.
En 2000 se redistribuyeron las cartas. Los rusos y los chinos necesitaron aliarse para contrarrestar a Estados Unidos en Europa y Oriente Medio (para Rusia) y Asia (para China) y la alianza ha acabado convirtiéndose en una asociación estratégica.
El año en que se firmó el contrato entre Gazprom y la CNPC no fue una coincidencia. En 2014 llegó el golpe de Estado en Ucrania que rompió la baraja defiitivamente. Rusia se anexionó Crimea y del otro lado respondieron con las primeras sanciones económicas.
Rusia y China estaban condenados a entenderse y el primer paso fue la asociación energética, las relaciones petroleras entre los dos países no son nuevas. Entre 2010 y 2016, Rusia entregó más de 100 millones de crudo a China.
Rusia es el mayor exportador de petróleo y gas, mientras que China es el mayor importador de petróleo y el cuarto mayor importador de gas. Desde 2016, los rusos han superado a los saudíes para convertirse en el mayor proveedor de petróleo crudo a los chinos. En ese año, las entregas aumentaron casi un cuarto en comparación con 2015.
Las ventas de gas y petróleo a China permiten que Rusia esquive su excesiva dependencia financiera de Europa, con el riesgo de trasladar esta dependencia a China, naturalmente. Lo que se ha entablado entre ambos países es una interdependencia energética. Si Rusia depende de la financiación de China, China también depende de Rusia.
Mientras, los europeos están obligados a limitar sus sanciones contra Rusia por su dependencia del gas ruso.
La diversificación de los clientes beneficia a Rusia, que seguirá dependiendo de los europeos y de los chinos, pero no exclusivamente de una de esas dos partes. La situación también beneficia a China, que antes dependía mucho más del petróleo saudí, un aliado geopolítico de Estados Unidos. Al apostar por Rusia, los chinos se liberan de una posible presión de Washington.
En lo que respecta al gas, la relación comercial chino-rusa no tiene las mismas restricciones. Antes de 2016 las importaciones de gas ruso eran anecdóticas para China. A partir del año que viene la “Fuerza Siberiana” convertirá a Moscú en uno de los dos principales proveedores de Pekín.
No obstante, en materia de gas Rusia se enfrenta a la competencia de Turkmenistán, que es hoy el mayor proveedor de gas. En toda Asia central el proyecto “Nueva Ruta de la Seda” hará que ese vínculo con Pekín no se rompa.
A pesar de todo esto, Rusia no renuncia a mejorar sus relaciones con Europa, como lo demuestra el proyecto de gasoducto Nord Stream 2, sobre todo porque es una cuña introducida entre los europeos y los estadounidenses.
Pero ahora mismo Europa tiene más interés en atraer a Rusia que al contrario, porque el interés ruso sigue siendo el mismo: jugar con las dos barajas: en oriente y en occidente.