Fallece un furibundo anticomunista: Mario Soares

Bianchi
Y expresidente «socialista» de Portugal a los 92 años que se enteró enAlemania del golpe de mano militar del 25 de julio de 1974 que propició que la dictadura salazarista, prolongada por su testaferro el profesor Marcelo Caetano, se desmoronara como un castillo de naipes, como quien dice. Muy pronto se aprestó Soares a tocar poder presentándose a las primeras elecciones constituyentes de abril de 1975, un año después de la «Revolución de los Claveles». En diciembre de 1974, en el primer Congreso del PS en la legalidad ya demostró tener bien aprendida la lección de sus mentores socialdemócratas alemanes que lo amamantaron, protegieron y financiaron (como al PsoE español del Señor X), esto es, no unirse jamás con el Partido Comunista del gran Álvaro Cunhal, o impedir la unidad sindical, algo que es típico cuando de recientes asonadas se trata. Este lisboeta, nacido en 1924, ya sabía su misión: frenar cualquier inclinación o deriva filocomunista en Portugal. Impedir lo que se dio en llamar, exageradamente, que el país vecino (aunque desconocido prácticamente) se convirtiera en la «Cuba de Europa». Y para ello, nadie mejor que la «socialdemocracia», experta en fungir de bomberos contrarrevolucionarios en los países con luchas de clases efervescentes y álgidas. Ese es su papel histórico y el papel de este hombre al que, ya muerto, alaban y loan desde el rey español hasta el más felón de los psoecialistas de pacotilla: Felipe González: «era un demócrata, convencido de que sólo acabando con la dictadura salazarista y enfrentando luego la deriva ‘autoritaria’ (entrecomillado mío) comunista, podría desarrollar sus ideas: ‘el socialismo democrático’ (entrecomillado también mío), dice esta pústula sanguinolenta y venal, pesado esputo que la cifra no alcanza.

Aún así y todo, alguna diferencia de matiz sí hay entre Soares y González (que también podría establecerse entre el salazarismo y el franquismo, ambos regímenes fascistas) y es que, mientras el primero estaba en un exilio (más o menos dorado), el segundo vivía en palmitas siendo escoltado por policías secretas y militares hasta Suresnnes (suburbio parisino) en 1974 para empezar el «socialismo renovado» que desbancaría al «histórico» del apolillado, pero honrado a carta cabal, Rodolfo Llopis: empezaba el timo de la «Transición».

El Portugal, al menos, hubo una suerte de ruptura desmantelando símbolos fascistas y la policía política (la temida PIDE), y eso se nota, cosa que aquí pues no, mire usted. Cuando estuve no ha mucho en Lisboa, me decía un taxista -sin que yo le preguntara nada- mientras cruzábamos el inacabable y kilométrico puente de 25 de abril, «mire usted, este puente antes se llamaba ‘Puente de Oliveira Salazar‘ y ahora ‘25 de Abril’, un asco”. Iba a decirle que en España -o Estado español en otras latitudes- no tenemos ese problema: todavía hay callejero con nombres de renombrados fascistas y pueblos adornados con “Villabajo… DEL CAUDILLO” cuyos alcaldes defienden con bravura y honor calderoniano la conservación de ese adminículo verbal del Generalísimo de las Españas.

Nota. – Pablo Iglesias, que se reclama «socialdemócrata» -también dijo que Marx era «socialdemócrata» con una desfachatez y cinismo de quien tiene la cara y el rostro y la jeta de cemento-, prefiere hablar -y no parar siempre que la ocasión la pinten calva- de «patria», «mi patria», «nuestra patria», etc., pensando, obviamente en Catalunya.

Como los socialdemócratas alemanes votando en el Bundestag los créditos de guerra en la I Guerra Mundial para defender la «patria alemana».


Joder, qué tropa.

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