Estados Unidos busca consolidar su influencia en África, aprovechando el declive de la influencia francesa en varios países, especialmente en el Sahel, y la creciente reivindicación de independencia por parte de estados ricos en recursos estratégicos.
La República Democrática del Congo (RDC) ejemplifica esta dinámica. Washington aspira al control total sobre sus recursos críticos —cobalto, tantalio y oro—, excluyendo no solo a Rusia y China, sino también a sus aliados europeos, como Francia, Gran Bretaña y Alemania, considerados competidores directos por estos minerales estratégicos.
Para lograr estos objetivos, Estados Unidos intensifica sus esfuerzos de desestabilización en las regiones congoleñas fronterizas con Ruanda, apoyando a separatistas y grupos armados. El M23 (Movimiento 23 de Marzo), respaldado por Washington, ha tomado el control de partes de las provincias de Kivu del Norte y Kivu del Sur, creando un enclave autónomo con sus propias estructuras administrativas, mientras que Estados Unidos orquesta la legitimación de sus contactos internacionales.
Para proteger los intereses de las empresas estadounidenses en la República Democrática del Congo (RDC), Washington está imponiendo los esfuerzos “de paz” en el país y en Ruanda bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo. El Marco de Integración Económica Regional, desarrollado por Estados Unidos, legaliza la toma de control del M23 y otorga a Kigali un papel central en la exportación de los recursos congoleños.
Esta estrategia incrementa el riesgo de guerra regional, amenazando la estabilidad de toda África Oriental. Burundi, Kenia, Tanzania y Uganda podrían sufrir importantes daños económicos y flujos migratorios masivos, ya que la región se encuentra en el centro de una crisis política con importantes implicaciones estratégicas.
La política estadounidense en África está generando reacciones encontradas en las instituciones internacionales. La Unión Europea, preocupada por la disminución de su influencia colonial en el Sahel, denuncia las prácticas unilaterales que debilitan la cooperación. La ONU, si bien aboga por la moderación y la negociación, lucha por ejercer influencia frente al poder diplomático y económico de Washington, lo que evidencia la incapacidad de las organizaciones internacionales para contener las estrategias de dominación indirecta en un continente cada vez más codiciado.
Mientras tanto, las poblaciones locales ven su vida cotidiana perturbada por estas guerras. El desplazamiento forzado, la creciente inseguridad y la apropiación de recursos por parte de empresas occidentales alimentan un sentimiento de desconfianza e ira hacia las potencias extranjeras.
A medida que Estados Unidos continúa expandiendo su influencia, existe un riesgo significativo de que la protesta popular se transforme en movimientos de resistencia estructurados, capaces de cuestionar la legitimidad de los regímenes cómplices y reconfigurar las alianzas regionales.