Errejón e Iglesias ya no se ajuntan, pero ya se andará

Bianchi

En la actual fase de degradación ideológica de los partidos políticos -no importa su pelaje- lo de menos es eso, precisamente: la ideología… que no tienen, aunque de cara al electorado, algún peine tienen que vender. Íñigo Errejón no se va de Podemos por diferencias ideológicas esenciales o principios políticos irrenunciables, ni Pablo Iglesias le critica porque siquiera las hubiera. No, no hay nada de esto. Ni Errejón es un menchevique ni Iglesias un fiero bolchevique leninista «depurando» el Partido de elementos cizañeros. Nunca lo fueron. Ni por asomo. Y menos han tenido una perspectiva revolucionaria o transformadora de la sociedad. Es una cuestión de «tempos», oportunismo e impaciencias (aparte de egos).

Errejón, ya se veía venir, tiene prisa por integrarse en el pesebre psoísta, aunque sea cogiendo el atajo de unirse a Manuela Carmena para que la cosa no «cante» demasiado. Prisa que, de momento, no tiene Iglesias a quien, por cierto, el PsoE no le perdona que en los tiempos de embriaguez y euforia electoral, Iglesias quisiera, primero, fagocitar al PsoE o, en su defecto, pedirle, exigirle, equis carteras ministeriales, soberbia imperdonable, como ya hiciera engullendo el ya naufragado barco de Izquierda Unida de Cayo Lara.

Iglesias también ha pensado en la posibilidad de acabar en las filas del PsoE buscándose algo con qué pagar la hipoteca del casoplón. Y es que estamos hablando de «profesionales» y no de vocacionales de la política. De vividores, unos con más o menos jeta, arte y/o discurso.

Ahora bien, lo que no admite Iglesias, el líder, es que nadie se le adelante o que vaya de listillo, que es lo que ha hecho Errejón y no le perdona su antiguo amigo Iglesias, que vendría a decirle algo así como: «oye, tío, no me jodas, yo también acabaré en el pesebre, pero, de momento, no toca, es pronto todavía, y tú te adelantas y acortas los plazos colocándome a mí, encima, como un ogro bolchevique, hay que saber esperar la ocasión».

No es un fenómeno nuevo. En los años sesenta del siglo pasado, se dio dentro del PCE de Carrillo lo que se conoció como «caso Semprún-Claudín», dos oportunistas impacientes por situarse en el posfranquismo, por irse «colocando», un franquismo, por cierto, del que decían que iba «evolucionando» hacia posturas menos «totalitarias» o «autoritarias» (asumiendo la fraseología de la sociología yanki del «stablishment») con quien se podía llegar a «acuerdos», etc.

Carrillo los expulsó del PCE, pero no por unas abismales y profundas diferencias ideológicas, que no había apenas, sino por la prisa que se daban en desmarcarse de lo que era la «línea política», u oficial, del Partido. O sea,por lo mismo que antes, por impacientes, por adelantarse a lo que vendría más tarde, pero no ANTES. Se estaba de acuerdo en el fondo, menos en los plazos. Carrillo les diría: «estoy de acuerdo con vosotros, pero no toca todavía exteriorizar disidencias, hay que esperar un poco, paciencia, camaradas, que todo llegará». Como llegó.

Algo parecido ocurrió también con la izquierda abertzale. Si hubo un tiempo en que la dirección abertzale no condenaba los atentados de ETA por considerarlos derivadas de un conflicto político sin resolver, hubo otro tiempo en que se formó una «corriente» -Aralar, de nombre, con el abogado navarro Patxi Zabaleta de mascarón de proa- que cuestionaba la lucha armada de la organización armada criticando muchas de sus acciones, o sea, desmarcándose del «mundo abertzale», un «mundo» que los expulsó de sus filas no por una condena de más o de menos, sino por las razones que venimos apuntando, esto es, por una cuestión de impaciencia que refleja, en el fondo, una derrota -no política, sino personal o de otra índole- y un afán oportunista por buscarse un hueco dentro de un sistema al que atacabas dos días antes. Así aparentó verlo la -vamos a llamar- «línea Otegi» que no podía verlos ni en pintura, pero, como decimos, por adelantarse a los acontecimientos que, tarde o temprano, acabarían produciéndose buscando, entonces sí, acomodo y asiento en el sistema y sus aparatos de Estado.

Era, otra vez,un problema de plazos. No se entiende que hubiera grandes polémicas entre ellos viendo que, en la actualidad, marchan juntos (Aralar, ya autodisuelta conseguido su objetivo, y Sortu). Otegi vendría a decir: «yo también estoy con lo que decís, pero lo que vosotros criticáis hoy, yo lo haré mañana; de momento toca disimular e ir mentalizando al personal». Que es lo que ha pasado.

En medio de estos fenómenos y procesos se perfilan los papeles psicológicos de los protagonistas y así tenemos a un Errejón de rostro amable y dialogante frente al hosco y autoritario -o sea, comunista, que es lo que quieren decir y transmitir- de Iglesias. Como en los tiempos de Felipe González y Alfonso Guerra, el primero con talante democrático y abierto, y el segundo un pícaro zorro de mente vulpina. Y ya les vemos hoy compitiendo por ver quién es más reaccionario sólo ganado por el maestro Leguina.

Buenas tardes.

comentario

  1. Muy bueno. Felicidades. La historia merece ser tenida en cuenta. Insisto, el estilo que usas es bueno para denunciar a toda esta panda de vividores, por no llamarles..todo se ha andará. Lo pagarán. Saúde!!!

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