Enaltecimiento de un ‘terrorista’: Francesc Ferrer i Guardia

Francesc Ferrer i Guardia (1859-1909)
El pedagogo catalán Francesc Ferrer i Guardia es uno de los más grandes personajes que ha conocido la historia de Catalunya (y de España). Si hubiera nacido un siglo después estaría en la cárcel, condenado por la Audiencia Nacional. Pero en aquellos tiempos todo era más sencillo: consejo de guerra y fusilamiento. Era lo que hoy la prensa calificaría como “un terrorista”.

Fue el fundador en 1901 de una nueva escuela de pedagogía, la “Escuela Moderna”, por dos veces le acusaron de intentar ejecutar al rey Alfonso XIII en 1906 y 1906 y tres años después de participar en el levantamiento de Barcelona, que ha pasado a la historia como “La Semana Trágica”.

La lucha política también es pedagogía y desde joven Ferrer i Guardia participó en el intento de golpe militar republicano del general Villacampa de septiembre de 1886, a causa de lo cual tuvo que huir al exilio, a París, donde permaneció hasta 1901.

Al regresar a España fundó la Escuela Moderna. Uno de sus mejores discípulos y amigo fue otro “terrorista” Mateo Morral, que trabajó como bibliotecario y traductor en la Escuela Moderna.


Sin ninguna clase de pruebas, algunos historiadores acusan a ambos, Ferrer i Guardia y Matero Morral, de participar en mayo de 1905 en un atentado fallido en la capital francesa contra Alfonso XIII, cuando volvía de la ópera en compañía del Presidente de la República.

Pero ninguno de los dos fue detenido. En el juicio los acusados afirmaron que el gobierno español había montado una provocación, para forzar a Francia a perseguir a los anarquistas españoles exiliados en París.

Lo que son los tiempos: en aquella época ante el tribunal de París desfilaron numerosos hombres ilustres, políticos y escritores para solidarizarse con “el terrorismo” y justificar el atentado contra el rey.

Uno de ellos,  Lerroux, le explicó al jurado francés que la policía española era “la heredera de la Inquisición”.
Al declarar inocentes acusados, la sala “estalló en aplausos”, dicen las crónicas de entonces.

Dos años después, en la calle Mayor de Madrid, Mateo Morral repitió el intento de ejecución de Alfonso XIII con una bomba de fabricación casera. Esta vez Ferrer i Guardia se tuvo que sentar en el banquillo acusado de ser el inductor. El juicio se inició en junio de 1907 y, través del periódico republicano “España Nueva”, Lerroux volvió a lanzar una campaña de solidaridad a favor de Ferrer i Guardia.

Como aquello aún no era la Audiencia Nacional, la acusación no logró su objetivo y, a pesar de que a Ferrer i Guardia no le importó reconocerse culpable, dando muestras de su coraje, fue absuelto.

Entre 1901 y 1903 el pedagogo colaboró en el periódico “La Huelga General”, que había fundado y subvencionado. Entre 1901 y 1903 escribió una serie de editoriales para el periódico bajo el seudónimo “Cero”, algunos de ellos en colaboración con el anarquista Anselmo Lorenzo. Apoyaba la huelga general de los trabajadores como instrumento de lucha revolucionaria y reconocía abiertamente que “habría “sangre… sí, mucha en cualquier huelga de esas características”. Fue premonitorio de lo que iba a ocurrir: la sangre derramada sería la de los trabajadores, incluida la suya propia.

Además de periódicos, Ferrer i Guardia financió a sindicatos de trabajadores, como Solidaridad Obrera y se solidarizó con numerosas luchas de aquella época.

La Semana Trágica comenzó en Barcelona en 1909 como una huelga general y derivó en una insurrección sangrienta, una explosión de violencia revolucionaria que se cobró más de un centenar de vidas, tranvías incendiados, corte de líneas de telégrafo, daños en el sistema de alumbrado público, en los ferrocarriles…

El juicio contra Ferrer i Guardia por su implicación en la Semana Trágica le condenó como “jefe principal de la rebelión”. En eso no cambiaban mucho las cosas con respecto a lo que ocurre ahora en los juicios políticos: cuando no hay pruebas de nada es porque eres el jefe de todo. Si algo quedó claro en el consejo de guerra es que en, efecto, no había ninguna clase de pruebas. Un siglo después sigue sin haberlas, ni falta que hace porque el pedagogo catalán era el chivo expiatorio que necesitaba el gobierno para dar un escarmiento a los trabajadores de Barcelona.

Así son los juicios políticos. Incluso el fundador del PSOE, Pablo Iglesias, llegó a confesar entonces en el Parlamento que ellos también se consideraban terroristas. En España todos los que han luchado por cambiar las cosas han sido considerados así siempre: terroristas.

A raíz de su detención, se levantó en toda Europa un clamor enorme que pedía su libertad, una formidable campaña internacional de solidaridad. Ferrer era “el educador de España”, “el nuevo Galileo”, víctima de “la Inquisición” y la “España negra”.

Pero la solidaridad no fue suficiente esta vez para frenar su fusilamiento cobarde.

De Ferrer i Guardia queda su memoria inolvidable, sus escritos y su obra pedagógica. Durante su primera detención, escribió en 1906 desde la cárcel: “La Escuela Moderna pretende combatir cuantos prejuicios dificulten la emancipación total del individuo, y para ello adopta el racionalismo humanitario, que consiste en inculcar a la infancia el afán de conocer el origen de todas las injusticias sociales para que, con su conocimiento, puedan luego combatirlas y oponerse a ellas. El estudio de cuanto sea favorable a la libertad del individuo y a la armonía de la colectividad, mediante un régimen de paz, de amor y bienestar para todos sin distinción de clases ni de sexos”.

El pedagogo introdujo en España el racionalismo educativo, uno de los experimentos más interesantes de la historia contemporánea, que tuvo una enorme influencia en toda Europa. En sus aulas no se impartían enseñanzas religiosas y sí científicas y humanistas, se fomentaba la no competitividad, el pensamiento libre e individual, el excursionismo al campo, y el desarrollo integral de la infancia.

Según Ferrer Guardia, la educación no puede ser dogmática ni basada en dogmas ni prejuicios, y debía aceptar los métodos de la ciencia, desterrando todo lo que no se puede demostrar por el método científico. La libertad era considerada un valor fundamental, se procuraba la igualdad de todos, niños y niñas, que ese educaban juntos, se rechazaba el espíritu competitivo y por lo tanto toda imposición, exámenes, premios y castigos.

Entre sus contenidos, se declaraba prioritaria la educación del conocimiento, los afectos y la sexualidad, la experimentación y la observación de la naturaleza, la solidaridad, la ayuda mutua y la crítica de las injusticias. Su educación se basaba en la evolución de los niños, y se hacia de forma individualizada.

La Escuela Moderna generó enseguida la reacción de la Iglesia Católica, pues ponía en entredicho sus postulados dogmáticos, sus métodos y el poder económico de los centros educativos de la Iglesia. No cejaron hasta destruir a su fundador y cerrar la Escuela Moderna. Durante todo el primer tercio del siglo XX, decenas de escuelas, ateneos y universidades populares de toda Europa seguirían los planteamientos de la Escuela Moderna.

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