En el campo del pensamiento y acción revolucionaria, socialismo, comunismo, anarquismo… cuando se ha tenido la intención de hurgar el pasado reciente, para extraer lecciones que puedan ser utilizadas en el presente, con una perspectiva de futuro, aparecen tres problemáticas que han sido una constante a lo largo del siglo XX.
Por un lado, toda una tradición de mirada superficial, de consigna vacía, de aceptación de cualquier postulado aunque este entrara en contradicción con las bases teóricas que se decía defender. El motivo de este comportamiento tendríamos que buscarlo tanto en cuanto al poco afán militante para pensar con cabeza propia (el ejercicio de pensar, que decía Fernando Martínez Heredia) y la tranquilidad que comporta el hecho de tener total confianza con las directrices emanadas de los correspondientes órganos “superiores” que, en momentos determinados habían acertado en sus orientaciones. Confianza ciega en los dirigentes, más que en la raíz ideológica de la cual se decían portadores y, cuando ha quebrado algún proyecto, la respuesta más fácil -que no la más cuidadosa- ha sido la culpabilización de estos dirigentes con varios despectivos nombres, (traidores, vendidos, etc.) pero que al fin no se ha buscado los motivos de fondos, entre ellos el análisis de una trayectoria.
En un momento el Che decía:
“El Estado se equivoca a veces. Cuando una de esas equivocaciones se produce, se nota una disminución del entusiasmo colectivo por efectos de una disminución cuantitativa de cada uno de los elementos que la forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes; es el instante de rectificar.
Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se llega allí tras de recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces y es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entretanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia” (1).
En la edición de los “Apuntes filosóficos”, hay una carta que Ernesto Guevara escribió al revolucionario cubano Armando Hart desde Tanzania en 1965, en la que lamenta el sistema de edición de textos marxistas en la isla y propone un plan de lecturas filosóficas para publicar: “En Cuba no hay nada publicado, si excluimos los ladrillos soviéticos que tienen el inconveniente de no dejarte pensar; ya el partido lo hizo por ti y tú debes digerir. Como método es de lo más antimarxista”.
Por otra lado, ha sido una tradición constante los que se han encarnizado a una crítica destructiva “per se”, tal vez enfadados por no poder ocupar el lugar social que se pensaban merecer, tal vez deslumbrados por el discurso de la democracia del capital, tal vez por lecturas mal digeridas, tal vez por las promesas de una vida regalada, vete a saber. Pero el que si se ha podido constatar es que junto a una crítica brutal ha habido la negación de la totalidad del proyecto transformador. Así hemos podido ver como aparentes revolucionarios de ayer, se han convertido en portavoces del capital. Ejemplos sobran en nuestra casa, que empezando por los “revolucionarios” maoístas de Bandera Roja, encarnizados anticomunistas como Solé Tura, Antoni Castells, Jordi Borja, Salvador Milá, Manuel Campo Vidal, Ferrán Mascarell, Enric Canals, Carmen Alborch, Celia Villalobos, Emilio Pérez Touriño, Joan Tardá, Javier Puyol, Federico Jiménez Losantos… entre muchos otros, los hemos visto y los vemos, los que todavía están vivos, comiendo de la mano del PSOE, del PP, de Vox, de Convergència, de ERC… y siguiendo por los “críticos” del PCE Y PSUC que trás los pasos de Jorge Semprún y Solé Tura, en su totalidad abrazaron la socialdemocracia del PSOE, donde por fin encontraron su lugar y unas buenas retribuciones. Los residuos catalanes reunidos en el PCC no han tenido mejor suerte hasta el punto que su máximo dirigente está viviendo con el sueldo de parlamentario de ERC y otros anclados en el sindicato de Comisiones Obreras, haciendo de almohada de la patronal catalana.
Lo mismo podemos decir de los dirigentes “revolucionarios” de la IV internacional, la enseña de los cuales era tan solo el antisovietisme. El ejemplo más significativo es el de Fernández Teixidó que pasó de la alta dirección de la LCR a ser uno de los fundadores del Instituto Mises de Barcelona y es uno de los abanderados del liberalismo catalán. Podríamos seguir con el PTE y otros. No hace falta.
Pero también han habido comunistas, militantes revolucionarios, que han intentado con su crítica, dejar patente, no una vuelta atrás, sino un intento de reflexión que fuera algo más allá de la superficialidad, sobre la posibilidad que el camino seguido no fuera lo mejor para avanzar hacia la transformación social. Pero las arteriosclerosis partidarias, al no disponer de argumentos para contradecir los fuertes razonamientos puestos sobre la mesa, han utilizado el recurso de calificar a dichos militantes de herejes, con lo cual se ha bloqueado la posibilidad de un proceso de rectificación de errores. El resultado de todos estos elementos ya los tenemos a la vista: la casi desaparición de la ética revolucionaria, de las formaciones comunistas y el repliegue de sus residuos alrededor tan solo de inmediatas reivindicaciones que en nada pueden diferenciarse de cualquier otro colectivo agredido por la ofensiva permanente del capital.
Unas consideraciones previas
Uno de los problemas que ha tenido que afrontar cualquier intento emancipador, ha sido la dificultad para romper años, siglos, de estructuración cultural, ideológica, moral y económica presidida por el espíritu del capitalismo, que decía Max Weber.
No ha sido, ni es tarea fácil, en un breve lapso temporal, hacer un cambio en las conciencias, una frase atribuida al Che sobre el concepto de comunismo es que se debe crear riqueza con la conciencia, no conciencia mediante el dinero.
Los intentos revolucionarios que se han realizado, han partido de situaciones de extrema necesidad, de sangrientas luchas de liberación colonial, de miseria, tal vez la única excepción haya estado Cuba, en la cual los principios éticos de los revolucionarios pesaron más que la lucha por reivindicaciones meramente económicas.
Para intentar poner en pie un edificio vacilante, para salvar del acoso y derribo perpetrado por el capitalismo mundial, se han tenido que realizar auténticas proezas y ejercicios malabares para proteger lo conquistado y evitar un retroceso a situaciones anteriores. Tal vez para lo cual, se han puesto en funcionamiento métodos, estructuras, prácticas, que estaban más en sintonía con la sociedad que se pretendía sobrepasar que no coherentes con la sociedad que se quería construir. Se trataba de pura necesidad.
Nada a cuestionar sobre estas actuaciones cuando está en juego la supervivencia. El problema real aparece cuando, para dar cobertura a estas, se intenta teorizar su legitimidad a tenor, no de la necesidad, sino para presentarla coherente con el discurso político e ideológico emanado del proyecto emancipador. Cuando elementos intrínsecamente nocivos se dibujan como los elementos positivos de la sociedad anterior que deben ser mantenidos e incluso ampliados, es la idea que subyace, en mi opinión de manera errónea, que un sistema basado en la explotación de la mayoría por parte de una minoría, y el horizonte de la cual ha sido la acumulación y reproducción del capital, pueda haber elaborado técnicas, métodos, formas, maneras, tanto por lo que respecta al sistema productivo como educativo, ético o político aprovechables para la construcción de una nueva sociedad.
La teorización, errada en mi opinión, que el proletariado es el continuador de los avances más aparentemente progresistas de la sociedad burguesa, ha comportado a no poner el tela de juicio los grandes paradigmas de la Ilustración incluso en sociedades culturalmente antagónicas al espacio centroeuropeo, señalándolo incluso, como modelo de futuras transformaciones y siguiendo este hilo conductor, la ética, la moral, las relaciones interpersonales igualmente se pueden aceptar con el prisma del capital, pero bajo el dominio socialista con el calificativo de científicamente neutros. Pero pienso que acertadament señala Edgardo Lander que: “La ciencia pura es la ciencia de-purada de conciencia… Las formas de constitución y legitimación del conocimiento científico, su vínculo inseparable con la racionalidad instrumental, o los problemas relacionados con la naturaleza de la verdad científica y su relación con el ejercicio del poder en la sociedad contemporánea, quedan fuera del foco de la mirada crítica. Esto no es un problema de segundo orden, sino una limitación medular, de la crítica marxista a la sociedad capitalista. Esta naturalización del desarrollo científico como potencia autónoma no tan solo desarma teórica y políticamente el pensamiento crítico en torno a dimensiones constitutivas del “ser” de la sociedad capitalista, sino que además, contribuye activamente a su legitimación… El pensamiento tecnocrático cientifista es cada vez más central en las ideologías legitimadoras de las sociedades capitalistas. Un pensamiento crítico que sea incapaz de desenmascarar la relación existente entre las formas de organización social dominantes y el desarrollo científico y tecnológico de estas, tiene muy poco que aportar en la dirección de la transformación de la sociedad” (2).
No se trata de situar frases o escritos específicos de Marx y Engels mirados cómo si fueran piezas únicas de un museo o de afirmar que esta o aquella cita condensa la totalidad de un pensamiento, tan solo es a manera de reflexión que, como otras tantas podemos atribuir a cualquier pensador, unas acertadas, otras erróneas, puesto que Marx era humano, no un Dios, y por tanto falible, en caso contrario los que afirman su infalibilidad pretenden situarlo a la altura de los Papas católicos y mediante este ejercicio convierten sus tesis en dogmas y la organización revolucionaria en una Iglesia.
Solo una rápida lectura en ciertos escritos de Marx, como el escrito en 1853: “India no podía escapar a su destino de ser conquistada, y toda su historia pasada, en el supuesto de que haya habido tal historia, es la sucesión de las conquistas sufridas por ella. La sociedad hindú carecía por completo de historia, o al menos de historia conocida. Lo que denominamos historia de India no es más que la historia de los sucesivos invasores que fundaron sus imperios sobre la base pasiva de esta sociedad inmutable que no les ofrecía ninguna resistencia. No se trata, por lo tanto, de si Inglaterra tenía o no tenía derecho a conquistar India, sino de si preferimos una India conquistada por los turcos, los persas o los rusos o una India conquistada por los británicos” (3).
Cuando Marx pose en entredicho si la India había tenido “historia”, no hace otra cosa que aceptar la historia falseada escrita por los historiadores al servicio del imperio colonial, cuando era ya ampliamente conocido el quehacer “científico” hindú, entre otros la notación del símbolo matemático 0, alrededor del año 450, mientras los europeos todavía no habían definido un alfabeto común. La sucesión infinita de números naturales desarrollada por el hindú Pingala alrededor del año 200, pero descrita, como si fuera suya, en el siglo XIII por Leonardo de Pisa con el nombre de Fibonacci. El sistema binario, la solución a las ecuaciones de 2.º grado desarrollada por Brahmagupta en el siglo VII. El año 400 a.n.e., Sushruta el cirujano de Varanasi, alumno de Dhanwantari «el padre de la medicina India», escribió en sánscrito 184 capítulos sobre como hacer tratamientos oculares y describió las primeras cirugías de catarata mediante reclinación del cristalino. Sin pretensión de alargar este tema, tan solo para poner en entredicho algunas de las “lagunas” de Marx, que estaba deslumbrado por los descubrimientos del capitalismo a partir de la Ilustración, y seguramente por cuya causa el carácter eurocéntrico de algunas de sus consideraciones.
Del mismo modo que las investigaciones para escribir la biografía de Simón Bolívar (4) Marx utiliza como referencia obras de europeos en la guerra de independencia latinoamericana, primero aliados de Bolívar y posteriormente enemigos acérrimos de él como Ducoudray Holstein, que después de abandonar su lugar en el ejército de Simón Bolívar, en 1821 se incorporó a un grupo mercenario financiado por los Estados Unidos para un golpe militar en Puerto Rico, y que posteriormente, establecido en Boston escribió el libelo contra Bolívar (“Memoirs of Simón Bolívar”. 1831). Del Coronel británico Gustavus Mathias Hippisley que abandonó así mismo a Bolívar al no ser ascendido a general (“Journey tono the Orinoco”. 1819). Y las “Memorias” del general William Miller siempre al servicio de la corona británica, publicadas en Londres en 1828.
El 23 de enero de 1848, Engels, escribe en el Periódico Alemán de Brusselas: “En América hemos presenciado la conquista de México, lo que nos ha complacido. Constituye un progreso, también, que un país ocupado hasta el presente exclusivamente de sí mismo, desgarrado por perpetuas guerras civiles e impedido de todo desarrollo, un país que en el mejor de los casos estaba a punto de caer en el vasallaje industrial de Inglaterra, que un país parecido sea lanzado por la violencia al movimiento histórico. Es en interés de su propio desarrollo que México estará en el futuro bajo la tutela de los Estados Unidos. Es en interés del desarrollo de toda América que los Estados Unidos, mediante la ocupación de California, obtienen el predominio sobre el Océano Pacífico” (5).
El año 1849 vuelve a escribir polemizando con Bakunin: “¿Cómo ha ocurrido, entonces, que entre estas dos repúblicas, que según la teoría moral tendrían que estar “hermanadas” y “federadas”, haya estallado una guerra a causa de Texas; como la “voluntad soberana” del pueblo norteamericano, apoyada en la valentía de los voluntarios norteamericanos, ha desplazado, basándose en “necesidades estratégicas, comerciales y geográficas”, unos cuántos centenares de millas más en el sur los límites trazados por la naturaleza? ¿Y les reprochará Bakunin a los norteamericanos el realizar una “guerra de conquista”, que por cierto propina un rudo golpe a su teoría basada en “la justicia y la humanidad”, pero que fue llevada a cabo única y exclusivamente en beneficio de la civilización? ¿O quizás es una desgracia que la magnífica California haya sido arrancada a los perezosos mexicanos, que no sabían qué hacer con ella?; ¿Lo es que los enérgicos yanquis, mediante la rápida explotación de las minas de oro que existen allí, aumenten los medios de circulación, concentren en la costa más apropiada de este apacible océano, en pocos años, una densa población y un activo comercio, creen grandes ciudades, establezcan líneas de barcos de vapor, tiendan un ferrocarril desde Nueva York a San Francisco, abran en realidad por primera vez el Océano Pacífico a la civilización y, por tercera vez en la historia, impriman una nueva orientación al comercio mundial?. La “independencia” de algunos españoles en California y Texas sufrirá con esto, tal vez; la “justicia” y otros principios morales quizás son vulnerados aquí y allá, pero, ¿Que importa esto frente a los hechos históricos universales?” (6).
En un artículo de 1850 escribe Marx: “Hace dieciocho meses que han descubierto las minas californianas y los yanquis ya se han abocado a la construcción de un ferrocarril, de una gran carretera, de un canal desde el golfo de México; los vapores navegan en viajes regulares de Nueva York hasta Chicago… el comercio del Océano Pacifico se concentra ya en Panamá… arrastra a los reacios pueblos bárbaros al comercio mundial, a la civilización… gracias a la infatigable energía de los yanquis, pronto las costas del Pacifico estarán tan pobladas tan abiertas al comercio, tan industrializadas como lo está hoy la costa de Boston” (7).
Hay que recordar que estos textos están escritos a tan solo dos años de la publicación del Manifiesto Comunista. De todo esto, si fuéramos dogmáticos, tendríamos que aplaudir el colonialismo, el imperialismo, el neocolonialismo y como consecuencia agradecer a Estados Unidos y a la Unión Europea la sangría que están realizando actualmente en todo el mundo para llevar la “civilización productivista” enmarcada en la agenda 2030 y el gran cambio de patrón tecnológico que se está implementando. En cambio si somos consecuentemente comunistas tendremos que contradecir tanto el eurocentrismo de Marx y Engels como su visión de las guerras de rapinya, en nombre del “progreso”. Y esto no impide contemplar y asumir la mayor parte del legado de ambos revolucionarios.
Va como el anillo al dedo la composición del cantautor comunista venezolano Alí Primera “Perdóneme tío Juan” cuando irónicamente, en unos versos dice: “No te dejes engañar / cuando te hablen de progreso / porque tú te quedas flaco / y ellos aumentan de peso”
Forma y fondo
Según Evgeni Pasukanis (8), en el capitalismo, la intervención estatal es opresiva por su forma misma, al margen del contenido específico de la acción del Estado. A raíz de su existencia como una instancia diferenciada respecto al proceso inmediato de producción (esto es, a su abstracción real de las relaciones sociales capitalistas), siempre tiende a fragmentar la clase trabajadora en un conjunto de átomos, desvinculados los unos de los otros. La constitución del ciudadano alienado y vaciado de toda reminiscencia material es imprescindible para la existencia del Estado. De aquí viene que lo importante no sea solo lo que el Estado hace, sino también la forma en que lo lleva a cabo. En ambos casos, la neutralidad no tiene cabida, puesto que cada aspecto de la organización y accionar estatal expresa y refuerza su naturaleza de clase.
Pienso que ha sido precisamente un desacierto asimilar la construcción de una nueva sociedad socialista y comunista a partir solo del enunciado de acabar con la propiedad privada de los principales medios de producción, manteniendo la totalidad de las formas de organización de la misma. Erik Olin Wrigt, en su ensayo sobre las clases sociales, apunta que: “El socialismo, tal y como lo hemos definido, es una sociedad en la que el control sobre los bienes de capital y de organización ya no tiene que suponer una fuente significativa de explotación. Para que sea así, la propiedad privada de los bienes de capital y el control jerárquico y autoritario sobre los bienes de organización tienen que desaparecer… Sin una redistribución de los bienes de organización por medio de una democratización del proceso de control y coordinación de las producciones, la explotación de bienes de organización seguirá, y sobre esta explotación se construirá una nueva estructura de relaciones de clase” (9).
Göran Therborn, en su ensayo “Como domina la clase dominante: Aparatos del Estado en el feudalismo, capitalismo y socialismo” expone: “La dominación y la ejecución (la organización) están vinculadas entre sí por una relación análoga a la que existe entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Una determinada forma de dominación presupone ciertos medios de organización y ejecución, e inversamente , la forma de dominación determina la manera en que se ejecutan las funciones organizativas… Por ejemplo las monarquías feudales confiaron cada vez más en secretarios, arrendatarios y administradores que no pertenecían a la nobleza (y fueron el germen del posterior dominio burgués)… La administración de los Estados socialistas ha necesitado, en mayor o menor medida, recurrir a la utilización de expertos burgueses… Las necesidades económicas forzaron a los bolcheviques rusos a reproducir el capitalismo y la producción mercantil simple en la década de 1920” (10).
Ahora bien, según Lenin, existe un aparato estatal que se encuentra exento de esta lógica. De acuerdo con sus propias palabras: “Además del aparato de opresión por excelencia, que forman el ejército permanente, la policía y los funcionarios, el Estado moderno posee un aparato enlazado muy íntimamente con los bancos y los consorcios, un aparato que efectúa, si vale expresarlo así, un vasto trabajo de cálculo y registro. Este aparato no puede ni tiene que ser destruido. Lo que hay que hacer es arrancarlo de la supeditación a los capitalistas, cortar, romper, desmontar todos los hilos por medio de los cuales los capitalistas influyen en él, subordinándolo a los Sóviet proletarios y darle un carácter más vasto, más universal y más popular… Hace falta no confundir la cuestión del control y del registro con la cuestión del personal científico… estos señores trabajan hoy subordinados a los capitalistas y trabajarán todavía mejor mañana, subordinados a los obreros armados… Esto se puede hacer, cogiendo las conquistas ya realizadas por el gran capitalismo” (11).
De este modo, Lenin establece una diferencia sustancial entre las funciones de los burócratas y las de los “expertos técnicos”. Estos últimos pueden ejercer idénticas tareas tanto en la sociedad capitalista como en la transición al socialismo: “El mecanismo de la administración ya está preparado aquí. No hay más que derrocar a los capitalistas y tendremos ante nosotros un mecanismo de alta perfección técnica, libre de ‘parásitos’ y perfectamente susceptible de ser puesto en marcha por los mismos obreros unidos, contratando técnicos, inspectores y contables” (12).
Lenin no concibe que el conocimiento técnico especializado contenga en sí mismo una cuota de poder burocrático que amenace seriamente las bases del proceso de democratización creciente implícito en su idea de la transición al socialismo.
Durante el octavo Congreso de los Sóviets, realizado a finales de 1920, Lenin pronosticó: “El inicio de este tiempo tan feliz en que la política pasará a segundo plano, en que la política se discutirá con menos frecuencia y en menor extensión, y los ingenieros y agrónomos serán quienes hablen más… De ahora en adelante, la menor política será la mejor política”.
Lenin retoma aquí los principios de Karl Kautsky sobre la necesidad que el proletariado tome el poder y utilice el aparato estatal técnico en lugar de destruirlo. En sus propias palabras: “Para que podamos construir el comunismo, es necesario que hagamos más accesibles a las masas los medios que proporcionan la ciencia y la tecnología burguesas. De otro modo, no será posible construir la sociedad comunista. Y para poder construirla así, tenemos que arrancar el aparato de manos de la burguesía, tenemos que incorporar al trabajo a todos estos especialistas” (13).
Resulta claro que la intención de Lenin es simplemente desmontar los vínculos que ligan a estos técnicos a los capitalistas, para después avanzar hacia el socialismo. Ahora bien, es lícito preguntarse si el propio aparato estatal que se intenta desatar no se encuentra estructuralmente organizado para estos fines.
Esta errónea caracterización permite explicar por qué Lenin llegó a expresar que “el socialismo no es más que el monopolio capitalista del Estado puesto al servicio de todo el pueblo” (14). Lo que según él tenían de malo los métodos burgueses de producción y administración era simplemente que se encontraban al servicio de los capitalistas, por lo cual su mera utilización, por parte del Estado obrero, posibilitaría inscribirlos en una lógica inversa a la hasta este momento vigente.
Lenin había escrito en 1913, al analizar el sistema Taylor:
“De lo que más se habla actualmente en Europa, y en parte de Rusia, es del ‘sistema’ del ingeniero Federico Taylor. Hace poco, en Petersburgo, en el salón de actos del Instituto de Ingenieros de Vías de Comunicación, el señor Semiónov pronunció un informe sobre este sistema. Taylor mismo lo ha descrito denominándolo sistema “científico”, y su libro se traduce y se propaga celosamente a Europa.
¿En que consiste este ‘sistema científico’? A estrujarle al obrero tres veces más trabajo en el transcurso de la misma jornada laboral. Se hace trabajar al obrero más fuerte y hábil; se registra valiéndose de un reloj especial -en segundos y décimas de segundo- el tiempo que se invierte en cada operación, en cada movimiento; se elaboran los procedimientos de trabajo más económicos y productivos; se reproduce el trabajo del mejor obrero en una cinta cinematográfica, etc..
El resultado es que en las mismas 9 ó 10 horas de la jornada laboral se le estruja al obrero tres veces más trabajo, se dilapidan despiadadamente todas sus energías, se absorbe con triplicada rapidez cada gota de energía nerviosa y muscular del esclavo asalariado. Quién se morirá antes? Hay muchos esperando a las puertas de la fábrica!
El progreso de la técnica y de la ciencia es en la sociedad capitalista el progreso en el arte de estrujar sudor… Se estruja el sudor según todos los cánones de la ciencia” (15).
En 1914 vuelve a escribir sobre lo mismo: “El capitalismo no puede permanecer parado ni un solo instante. Tiene que avanzar y avanzar. La competencia, que se agudiza sobre todo en época de crisis, como la que estamos sufriendo, lo obliga a inventar nuevos y nuevos medios de abaratar la producción. Pero la dominación del capital convierte todos estos medios en instrumentos de opresión, cada vez mayor, del obrero. El taylorismo es uno de estos medios. Hace poco, los partidarios de este sistema recurrieron en Norteamérica al siguiente procedimiento: En el brazo del obrero se sujeta una bombilla eléctrica. Se fotografían los movimientos del obrero y se estudian los de la bombilla. Se ve que algunos son “superfluos” y se obliga el obrero a evitarlos, es decir, a trabajar más intensamente, sin perder ni un segundo a descansar. Se confeccionan proyectos de nuevas naves fabriles para que no se pierda ni un solo minuto al llevar a ellas los materiales, al pasarlos de un taller a otro y al sacar los productos acabados de la empresa. El cinematógrafo se emplea sistemáticamente para estudiar el trabajo de los mejores operarios y para aumentar su intensidad, es decir, para “espolear” todavía más al obrero.
Por ejemplo, se estuvo filmando todo un día el trabajo de un mecánico. Después de estudiar sus movimientos, se le proporcionó un banco especial, bastante alto porque no tuviera que perder tiempo a inclinarse. Pusieron además de ayudante suyo a un chico, que tenía que pasarle cada pieza de la máquina de manera determinada, de la manera más conveniente. ¡Al cabo de unos días, el mecánico gastaba en el montaje de la máquina la cuarta parte del tiempo que invertía antes! ¡A los obreros recientemente admitidos los llevan al cinematógrafo de la fábrica, que les muestra la producción “ejemplar” del trabajo. Obligan al obrero a “llegar a la altura” de este ejemplo. Cada semana le muestran en el cinematógrafo su propio trabajo y lo comparan con el “ejemplar”. Todos estos enormes perfeccionamientos se hacen contra el obrero. En orden a aplastarlo y oprimirlo más todavía y a limitar la distribución racional, sensata, del trabajo dentro de la fábrica. El taylorismo, sin que lo quieran sus autores y contra la voluntad de estos, aproxima el tiempo en que el proletariado tomará en sus manos toda la producción social y designará sus propias comisiones, comisiones obreras, para distribuir y ordenar acertadamente todo el trabajo social” (16).
En 1918 vuelve a escribir sobre el taylorismo pero con un giro de ciento ochenta grados:
“Se tiene que poner al orden del día la aplicación práctica y el ensayo de la remuneración por unidad de trabajo realizado, el aprovechamiento de lo mucho que hay de científico y progresista en el sistema Taylor, la observancia de las proporciones entre el salario y los resultados generales de la producción de artículos o de la explotación del transporte ferroviario, marítimo, fluvial, etc., etc.
El ruso es un mal trabajador comparado con los de las naciones avanzadas. Y no podía ser de otro modo en el régimen zarista, dada la vitalidad de los restos del régimen de servidumbre. La tarea que el Poder soviético tiene que plantear con toda amplitud al pueblo que debe aprender a trabajar. La última palabra del capitalismo en este terreno -el sistema Taylor-, igual que todos los progresos del capitalismo, reúne toda la refinada ferocidad de la explotación burguesa y varias conquistas científicas de sumo valor concernientes en el estudio de los movimientos mecánicos durante el trabajo, la supresión de movimientos superfluos y torpes, la adopción de los métodos de trabajo más racionales, la implantación de los sistemas óptimos de contabilidad y control, etc. La República Soviética tiene que adquirir cueste lo que cueste las conquistas más valiosas de la ciencia y de la técnica en este dominio. La posibilidad de realizar el socialismo quedará precisamente determinada por el grado en que conseguimos combinar el Poder soviético y la forma soviética de administración con los últimos progresos del capitalismo.
Hay que organizar en Rusia el estudio y la enseñanza del sistema Taylor, su experimentación y adaptación sistemáticas. Al mismo tiempo, y con el propósito de elevar la productividad del trabajo, hay que tener presentes las peculiaridades del periodo de transición del capitalismo al socialismo que reclaman, por un lado, el establecimiento de las bases de la organización socialista de la emulación y, por otro, la aplicación de medidas coercitivas para que la consigna de la dictadura del proletariado no quede empañada por un poder proletario blando en la práctica” (17).
Como podemos ver hay un cambio fundamental respecto al concepto de “ciencia burguesa” de 1913 a 1918, seguramente evaluado por la angustiosa situación económica que atravesaba Rusia después de la firma de la paz de Brest-Litovsk que comportó la pérdida de un 21,5% de la industria pesada; un 84,4% de la lana; un 57,8% del cuero; un 54% del papel; un 50% del iute; un 32,5% de la madera; un 28,6% de la industria química; un 26,2% del textil y un 22,7% de la metalurgia.
Si bien es cierto que se consiguieron aumentos de productividad de un 30 a un 40% comparados con resultados de 1913, estos fueron conseguidos, a expensas de suprimir las iniciativas de los trabajadores y sin ninguna consideración por su seguridad, de tal manera que aumentó un 50% el número de accidentes de trabajo al mismo tiempo que imperó el trabajo a destajo que fue creciente de los años 1923 a 1925.
La apología del sistema taylorista
El taylorismo, igual que el fordismo, ha expresado históricamente la ofensiva del capital contra el trabajo para conseguir su disciplina. Como vía tecnológica de la represión, ha intentado e intentaba descalificar a los obreros profesionales a través de la expropiación intelectual, destruyendo así la base de sostén de su poder en el seno del proceso productivo. Lenin impulsará el estudio y la posterior utilización masiva de este recurso. Como expresara él mismo: “lo más necesario para nosotros, ahora, consiste a aprender de Europa y de los Estados Unidos”.
A pesar de que, con posterioridad y en el último tercio del siglo XX, el propio capital se dio cuenta que era más rentable mantener y alentar las capacidades intelectuales de los obreros y así extraer todavía más plusvalía, dando al que denominó sistema toyotista de trabajo en equipo que con varias modificaciones está vigente hoy en día. Es lo que se denomina “capital humano”.
El aumento de la productividad industrial llevó Lenin a apologetizar el sistema Taylor que años más tarde sería rechazado y el concepto de productividad reformulada en función de las particularidades de la sociedad rusa por el stajanovismo el cual, tenía una diferencia sustancial con el taylorismo, que era el intento de sacar de las manos de los directores y otros burócratas, los incrementos de producción, y que estos aumentos surgieran de la conciencia y voluntariedad de los segmentos comunistas del proletariado. Sin embargo, en cuanto que base productiva gestada en condiciones alienantes, es decir la no participación del proletariado en la toma de decisiones y el mantenimiento mayoritario de unas relaciones de producción muy piramidales, llevaba impresa las relaciones sociales capitalistas en su seno. Seguramente, uno de los errores de Lenin y de buena parte de los dirigentes soviéticos fue creer que el objetivo principal del desarrollo tecnológico capitalista consiste en la máxima producción de bienes, cuando el objetivo es la reproducción del capital por medio de la producción de estos bienes, que al capital le da lo mismo que sean de uso, de cambio o de inutilidad total.
El planteo de Lenin de que: “el comunismo empieza, cuando los obreros sienten una preocupación -abnegada y más fuerte que el duro trabajo… para aumentar la productividad del trabajo” (18), lleva implícito que la emancipación humana es conquistada a través del culto a la tecnología a pesar de que exacerba al máximo la alienación. Y que la derrota definitiva del capitalismo será conseguida por el hecho que “el socialismo consigue una nueva productividad del trabajo mucho más alta” (Lenin. Una gran iniciativa). El único elemento es la productividad del trabajo dejando de lado el concepto de productividad social que puede llegar a ser antagónica con el “trabajo”. Es lo que en catalán y castellano dispone de dos definiciones: en catalán “treballar” o “fer feina”, que el castellano tiene también dos concepciones diferenciadas: “trabajo”, relacionado con una carga pesada derivada del tripalium latino, y “faenar”, derivado del catalán relacionado con aquello que se tiene que hacer, es decir la participación en el mantenimiento de la sociedad y las personas.
La defensa explícita por parte de Lenin de la concepción burguesa del progreso técnico resulta sorprendente. Su equivocada creencia en que se estaba nadando, al decir de Walter Benjamin, a favor de la corriente dinámica del desarrollo tecnológico, lo llevó a expresar que “la forma de organización del trabajo no la inventamos, sino que la tomamos ya hecha del capitalismo, por lo cual no tenemos más que adoptar el mejor de la experiencia de los países avanzados”.
El rechazo de Lenin y más todavía de Trotsky, a la extensión masiva del control obrero y su inclinación por “la dirección de un solo hombre”, es totalmente comprensible en el marco del despotismo fabril que suponía la aplicación férrea del sistema Taylor.
Pero existia paralelamente un movimiento anti-taylorista encabezado por el profesor Ermansky, el cual plasmó su crítica al taylorismo mediante el libro “Teoría y práctica de la racionalización” (19). Desde su perspectiva, el taylorismo reducía la calidad del trabajo y bestialitzaba al obrero, no haciendo un uso óptimo del trabajo, sino solo un uso máximo.
En 1946 el psicólogo del trabajo húngaro Béla Székely publica un libro (20) en el que analiza los métodos de Taylor y Bedeaux de explotación máxima de los obreros y como contrapartida las circunstancias y objetivos del sistema Stajanov. Realiza una explicación de la diferencia entre el movimiento de las brigadas de choque: los Udarniki, las cuales estaban concebidas para situaciones de emergencia y el método Stajanov como organización racional del trabajo. Lo define de la siguiente forma: “La base del movimiento de Stajanov es la actividad voluntaria. Cada uno de estos obreros entiende no solo su máquina, sino todo el régimen del taller, o mejor dicho, todo su oficio. En los talleres donde está implantado su método, cada obrero tiene que ser capaz de realizar hoy cualquier trabajo secundario y dirigir mañana todo un taller”.
En este libro, Székely hace alusión al libro que escribió Stajanov en 1935 “Mi método”, y realiza unas breves transcripciones ilustratives del mismo “Mi método es una combinación del trabajo manual con el intelectual. Permite a los trabajadores que se adhieren a él desplegar sus facultades, dar curso a sus ideas creadoras, significa la victoria del hombre sobre la máquina. Un trabajo que no exige un sobreesfuerzo físico, sino que requiere una abierta disposición voluntaria hacia el trabajo que un mismo realiza y un profundo estudio de la máquina y su técnica. Es el toque inicial de la elevación de cada obrero al nivel cultural y técnico de un ingeniero”.
El libro está dedicado a los militantes comunistas húngaros Fürst Sandor y a Imre Sallai, guillotinados el 29 de Julio de 1932, falsamente acusados de hacer descarrilar un tren en el puente de Biatorbágv, a pesar de que el autor de los hechos (Szilveszter Matuska) había sido detenido y condenado en Viena por este hecho el 7 de octubre de 1931. Según investigaciones posteriores, el atentado fue organizado por el ministro de Defensa Gyula Gömbös con la aprobación del gobernador Miklós Horthy dentro de una campaña de exterminio de comunistas. Fueron los Sacco y Vanzetti húngaros, pero de los cuales, a diferencia de los anarquistas nordamericans, solo han estado presentes en la memoria revolucionaria húngara hasta 1989 y desde entonces sus nombres borrados de la historia.
Este hecho fue imitado por el gobierno de Hitler un año después con el incendio del Reichtag el 27 de febrero de 1933 realizado por el propio partido nacionalsocialista, del que culparon falsamente al militante comunista Marinus van der Lubbe, que fue ejecutado el 10 de enero de 1934. Hasta después de 75 años (2008) el Tribunal Supremo alemán no lo declaró inocente.
La neutralidad de la ciencia
En Rusia, a 1920, se dio un intenso debate sobre el papel de la ciencia, el arte y la literatura alrededor de dos concepciones: una la encabezada por Anatoli Lunacharski y Aleksandr Aleksándrovich (Bogdánov), y el otro encabezada por Lenin, con los cuales había polemizado en 1909 por medio de la obra “Materialismo y empirocriticismo”. El nudo central del debate fue sobre el carácter “neutro” de la ciencia o el sustrato ideológico de la misma.
Que el dominio de clase se presente bajo la mistificación de un aparato administrativo neutro, o bien asuma en el ámbito productivo la forma pervertida de saberes técnicos especializados -tendentes, los dos, a “ser autónomos” y cobrar vida propia- es parte del proceso de fetichización propio de la sociedad capitalista.
Las tesis de Bogdanov tienen una serie de implicaciones epistemológicas, especialmente en relación al sentido y significado de la verdad para la ciencia. De este modo, Bogdanov afirmó que la noción de “verdad objetiva” era un fetiche metafísico, y que la ciencia solo producía “verdades epocales”. La ciencia tenía que restablecer su unión con el trabajo, puesto que “la ciencia es la experiencia colectiva del trabajo organizado”, y la verdad es una “forma organizativa de la experiencia” en la cual los hechos son relativos a la experiencia. Desde este punto de vista, la ideología es considerada la organización de ideas que expresan, en cada momento de la historia, las formas de organización del trabajo.
Bogdanov rechazaba, entonces, el concepto de verdad objetiva y la noción correspondiente de un mundo objetivo independiente del sujeto cognoscitivo. Para él, el mundo, es decir, el “mundo conocido por nosotros”, en oposición a la “cosa-en-sí-misma” metafísica, es producto de la praxis colectiva humana. La noción de leyes objetivas e irrevocables de desarrollo social no era para él una explicación científica del mundo humano, sino que era una cosa que tenía que ser explicado en términos históricos y sociológicos.
Bogdanov centraba su crítica de la práctica científica contemporánea en la separación entre ciencia y trabajo. Esta unión original entre ciencia y trabajo había sido rota en las sociedades capitalistas. De este modo, la ciencia olvidó sus orígenes por completo y todos sus problemas contemporáneos derivan de este hecho. Una de las consecuencias de este olvido, es que la ciencia perdió de vista la idea de la unidad de los métodos y se desintegró en un grupo desorganizado de disciplinas especializadas, donde cada una de ellas se desarrollaba en forma completamente independiente de las otras y perdían la posibilidad de beneficiarse mutuamente.
En China, en 1964 se produjo un debate similar de la mano de Lu-Ting Yi: “Cómo todo el mundo sabe, las ciencias naturales, incluida la medicina, no tienen carácter de clase. Tienen sus propias leyes de desarrollo. La única forma en que se relacionan con las instituciones sociales es que bajo un mal sistema social progresan con bastante lentitud, y bajo uno de mejor progresan con bastante rapidez. La parte teórica de esta cuestión quedó resuelta hace tiempo. Por lo tanto, es un error etiquetar una teoría particular en medicina, biología o cualquier otra rama de la ciencia natural como feudal, capitalista, socialista, proletaria o burguesa” (21).
Poco después, en 1966, durante la Revolución Cultural, fue acusado de ser un promotor de la línea reaccionaria en la cultura y ciencia puesto que no aceptaba la idea que la cultura y la ciencia tenían que servir ampliamente a la política proletaria. Posteriormente fue rehabilitado por la nueva dirección encabezada por Deng Xiaoping (22).
Este resumido esbozo del planteamiento sobre el concepto ciencia sirva para recordar que en 1950, un grupo de científicos y filósofos franceses, entre los cuales se encontraban Raymond Guyot y Jean Desanti, publicaron un manifiesto titulado “Ciencia burguesa y ciencia proletaria”. En él se establece que la ciencia tiene un componente de clase, que no solo afecta las condiciones sociales y materiales de investigación, sino que también determina los conceptos y teorías a las cuales dan origen. Este manifiesto surgió a consecuencia de un fuerte debate que apareció en torno al científico Trofim Lysenko.
En 1948, el PCUS revitalizó algunas de las propuestas que en los años 20 habían surgido del debate realizado alrededor de la construcción de una nueva sociedad, entre ellas el tema educativo y el papel de la ciencia. Los enemigos internos y externos en la URSS hicieron estragos, y la instrumentalización maniqueista organizada por las fuentes “científicas” capitalistas arrastraron un puñado de discípulos marxistas de todo el mundo. Proceso que tuvo un punto culminante con el triunfo de las posiciones revisionistas en el XX Congreso del PCUS en 1956.
En una de las muchas respuestas y contribuciones a un artículo sobre la teoría de las dos ciencias publicado el 2012 por el profesor Agustín Ostachuk de la argentina Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), uno de los contribuyentes al debate planteaba: “Si estuviera vivo, Bogdanov habría reemplazado el término ‘capitalista’ o ‘burgués’ por los nuevos amos del mundo: conjuntos de transnacionales financieras, industriales, de la banca internacional (FMI, BID, OCDE, Bancos Centrales, etc.) y el Vaticano, el poder económico de los cuales en el flujo financiero ha sobrepasado infinitamente al de todos los Estados y se ejerce sobre una dimensión planetaria, a diferencias del poder de los gobiernos de países que están limitados a una dimensión nacional específica. Sin embargo, esta crítica tiene un Gran Ausente: el Sistema de Enseñanza que actualmente y en la mayoría de países, la ‘Educación de calidad’ en continua expansión, recoge la herencia de esta cultura falaz, comercial y discriminatoria, fomentadora del más atroz darwinismo social (supervivencia exclusiva de los alumnos con mejores ritmos de aprendizajes y exclusión como basura de los otros niños), que aprovecha los ‘valores’ del mercado para su propio enriquecimiento”.
Se acaba el debate
Marx en 1852 escribió sus reflexiones críticas sobre la revolución de 1848 en Francia: “La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solo del porvenir. No puede empezar su propia tarea antes de desnudarse de toda veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse sobre su propio contenido. La revolución del siglo XIX tiene que dejar que los muertos entierren en sus muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido. Allí, la frase desbordaba el contenido; aquí, el contenido desborda la frase… La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando estos se disponen precisamente a revolucionarse y revolucionar las cosas, a crear una cosa nunca vista, en estas épocas de crisis revolucionaria, es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio a los espíritus del pasado, toman prestado sus nombres, sus consignas de guerra, su vestidura, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con la vestidura de la República Romana y del Imperio Romano, y la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789” (23).
Diez años después, arreciando este punto de vista, escribia a Lassalle: “Se podría decir que toda adquisición de un periodo anterior, apropiada por un periodo ulterior, es la antigüedad mal comprendida” (24).
Esta advertencia de Marx respecto a lo que tiene que marcar la diferencia entre las anteriores revoluciones y la revolución socialista, parece que no fue acogido por la mayoría de comunistas rusos. En la primera mitad de octubre de 1920 en Moscú se celebró el I Congreso de Proletkult de toda Rusia. En el discurso pronunciado ante el Congreso, Anatoli Lunacharski, en contra de las indicaciones de Lenin, abogó por la autonomía completa de Proletkult en el sistema del Comisariado del Pueblo de Instrucción. Con este motivo, Lenin escribió una propuesta de resolución que se discutió en la reunión del Buró Político del CC del PC(b) de Rusia, celebrada el 9 de octubre de 1920, y aprobada unánimemente posteriormente por el Congreso con el cual se concluyó el debate.
Este es el punto 4 de la citada resolución: “El marxismo ha conquistado su significación histórica universal como ideología del proletariado revolucionario porque no ha rechazado de ninguna forma las más valiosas conquistas de la época burguesa, sino, por el contrario, ha asimilado y re-elaborado todo el que tuvo que valioso en más de dos mil años de desarrollo del pensamiento y la cultura humanos. Solo puede ser considerado desarrollo de la cultura verdaderamente proletaria el trabajo ulterior sobre esta base y en esta misma dirección, inspirado por la experiencia práctica de la dictadura del proletariado como lucha final de este contra toda explotación” (25).
En aquellos momentos eran totalmente desconocidas las obras de Marx como los Manuscritos de 1844 o la Crítica a la filosofía del derecho de Hegel que en 1920 tan solo había sido publicada la introducción sobre el papel de la religión. En esta obra Marx planteaba un imperativo ético – político que prefiguraba su posición crítica frente a la civilización del Capital: “Subvertir todas las relaciones sociales en las cuales el ser humano es un ser envilecido, humillado, abandonado, despreciable” (26).
En cambio sí era suficientemente conocida la polémica de Engels con los bakuninistes, fruto de la cual fue su escrito sobre la autoridad de 1873:
“Suponemos que una revolución social hubiera derrocado a los capitalistas, la autoridad de los cuales dirige hoy la producción y la circulación de la riqueza. Suponemos, para colocarnos completamente en el punto de vista de los antiautoritarios, que la tierra y los instrumentos de trabajo se hubieran convertido en propiedad colectiva de los obreros que los emplean. ¿Habría desaparecido la autoridad, o no habría hecho más que cambiar de forma?
Además, para mantener las máquinas en movimiento, se necesita un ingeniero que vigile la máquina de vapor, mecánicos para las reparaciones diarias y, además, muchos peones destinados a transportar los productos, etc. Todos estos obreros, hombres, mujeres y niños están obligados a empezar y acabar su trabajo en la hora señalada por la autoridad del vapor, que se burla de la autonomía individual.
El mecanismo automático de una gran fábrica es mucho más tiránico que lo han estado nunca los pequeños capitalistas que emplean obreros. En la puerta de las fábricas, podría escribirse: “¡Lasciate ogni autonomía, voi che entrate!” (¡Quién entre aquí, renuncie a toda autonomía!). Si el hombre, con la ciencia y el genio inventivo, somete a las fuerzas de la naturaleza, estas se vengan de él sometiéndolo, mientras las emplea, a un verdadero despotismo, independientemente de toda organización social” (27).
Había, pues, varias interpretaciones del legado de Marx y Engels, del mismo modo que los socialdemócratas alemanes se decían ser sus continuadores y herederos, puesto que cada grupo u organización hacía suyo un fragmento u otro de su enorme obra. Lenin hacía años había advertido sobre la lectura escolástica de Marx de la siguiente forma: “No consideramos, en absoluto, la teoría de Marx como algo acabado e intangible: estamos convencidos, por el contrario, que esta teoría no ha hecho sino colocar las piedras angulares de la ciencia que los socialistas tienen que impulsar en todas las direcciones, si es que no quieren quedar rezagados de la vida. Creemos que para los socialistas rusos es particularmente necesario impulsar independientemente la teoría de Marx, porque esta teoría da solo los principios directivos generales, que se aplican en particular en Inglaterra, de una manera diferente que en Francia; en Francia, de una manera diferente que en Alemania; en Alemania, de una manera diferente que en Rusia. Por lo mismo, con mucho gusto daremos cabida en nuestro periódico (Iskra) los artículos que traten de cuestiones teóricas e invitamos a todos los camaradas a tratar abiertamente los puntos en discusión” (28).
Hoy podríamos añadir unas nuevas consideraciones. Marx dedicó su vida a elaborar una crítica del capital, y también deslumbrado por los “adelantos científicos” del mismo que, hurgando en la historia anterior a la expansión capitalista, concluyó que la ciencia era apropiada por el capital. Esto tiene una raíz basada en el paso del feudalismo a la dominación burguesa, pero, hoy, estamos en una etapa histórica que ni Hobsbawm ni Lenin cuando escribieron sobre el imperialismo, podían imaginar. Pero ya a partir del último tercio del siglo XIX el desarrollo científico queda totalmente subordinado a los intereses de la reproducción del capital en todas sus ramas, pues en una sociedad dirigida por las grandes corporaciones, la financiación de los grandes laboratorios de investigación son una inversión del capital del cual solo esperan sacar un rendimiento; no es una financiación “desinteresada” de cualquier tipo de investigación.
Pensar la ciencia en abstracto y alejada de la estructura de poder del capitalismo, a partir de la concepción de la apropiación de esta, como si fuera ajena al sistema político imperante, por el capital, deja a la actividad científica fuera de la reflexión crítica. Mientras la mirada esté puesta solo en el tema de la propiedad privada o apropiación del conocimiento científico, o en la “forma” en que este se utilizado, se deja de lado la necesaria reflexión sobre la constitución y legitimación del conocimiento científico, los problemas respecto a la “verdad” científica y sus relaciones con las estructuras de poder.
Pienso que debe utilizarse el análisis basado en los principios de la dialéctica y ver de este modo las implicaciones de la actual financiación, investigación, conocimiento y aplicación científica con el modelo imperante del capitalismo corporativo internacional. Lo que en otras ocasiones he denominado Imperialismo S.A.
Conversión de la necesidad en virtud
En 1920, Alekséi Kapitonovich Gástev fue fundador y Director del Instituto Central del Trabajo (I.C.T.) en Moscú. El Instituto desarrolló métodos “científicos” de entrenamiento para trabajadores en operaciones mecánicas de la forma más eficiente, de acuerdo con los principios de Taylor y la psicología del alemán Hugo Münsterberg sobre la eficiencia industrial que estaba directamente relacionada con las propuestas del taylorismo pues su psicología intenta suprimir la voluntad y reducir con esto la conciencia a sensación, siendo uno de los motores de la transformación de la Psicología en una «ciencia general de la conducta”. A su lado también había la influencia de Charles Bedaux, Frank Gilbreth y Lillian Moller, ingenieros norteamericanos, estos dos últimos instalados en Rusia, técnicos en campos del estudio de movimientos y factores humanos y medición del trabajo.
Paralelamente fueron acogidas las propuestas del pedagogo norteamericano John Dewey, que sintetizó las Influencias de Hegel, James Y Darwin. Hegel influencia a Dewey sobre todo en la parte de los caracteres filosóficamente más importantes de su planteamiento de racionalidad absoluta, necesidad y certitud. James influenció a Dewey en el aspecto de analizar el significado de una idea en términos de consecuencias practicas y tomó de Darwin el modelo biológico de supervivencia del más apto. Sus ideas pedagógicas están íntimamente ligadas al pragmatismo y el instrumentalismo, pues según él “las ideas solo tienen un valor instrumental para la acción en la medida en qué ellas estén al servicio de la experiencia activa; de donde el valor de una idea radica en su éxito”.
Posteriormente, en 1956, Ivan Alexandrovich Kairov publicaba una obra que llevaba por título “Pedagogika” (29). Unos pocos fragmentos de su obra nos dan cierta dimensión de su pensamiento. En el primer capítulo de Pedagogika, Kairov afirma que «la educación es un fenómeno puro de la humanidad». Afirmación que hizo suya Lu-Tig-Yi en defensa del sistema educativo burgués en China: “La definición de educación es muy clara: transmitir conocimientos y asimilar conocimientos”.
Sigue Kairov en Pedagogika que: “Todo irá be si los alumnos pueden asimilar lo ya conocido, los conocimientos ‘existentes’ acumulados por los hombres a lo largo de los siglos, porque constituyen un tesoro científico sólido y seguro, una verdad absoluta e inmutable… Cada palabra, cada directriz del director se reviste del carácter de ley. Lo que es discutible o que incluso no está confirmado en el campo de la ciencia tiene que ser excluido de los cursos… La obtención de buenas calificaciones es el motor de la vida de los estudiantes y el estímulo para sus estudios”.
Para él la meta de la educación soviética era edificar una sociedad científica basada, decía, en el materialismo dialéctico. El mundo tenía que comprenderse según las leyes de la materia, y la interpretación del mismo corría a cargo del partido comunista. La filosofía de Kairov supone un estímulo a la precisión y el dominio de materias concretas (sistema Taylor). Todas las escuelas de la URSS tendrían que recalcar las materias fundamentales, además no se permitiría ninguna independencia local y se desalentaría cualquier tipo de experimentación pedagógica con métodos independientes. Presidente del Academia de Ciencias Pedagógiques de la URSS recalcaba que el maestro es la autoridad absoluta las ideas de la cual tienen que ser aceptadas por los discípulos.
Tan solo el brillante pensamiento de Vasili Alexandrovich Sujomlinski, después de la segunda guerra mundial, puso en práctica en la Escuela Secundaria de Pavlish una experiencia de pedagogía comunista próxima a la que había propuesto Krupskaia en su momento y que era una reivindicación del Komsomol. Algunos extractos de su “Pensamiento Pedagógico” nos pueden dar un acercamiento a la perspectiva comunista diferenciada de Kairov: “La crítica de la escuela parece haber conseguido su punto culminante en toda la redondez de la tierra. Injuriar contra la escuela es casi moda; «reorganizarla», casi hobby nacional de muchos países. Se vaticina con relativa seguridad la invasión de las máquinas enseñantes. Ahora bien, la escuela no es una fábrica; no son las instalacions ni la tecnología, sino las ideas los factores que la configuran” (30).
“La educación no tiene que consistir en la orden desde arriba y la subordinación agobiada desde bajo… tienes que decir lo que pienses de una persona, un hecho, un fenómeno, un suceso. Nunca trates de acertar lo que le gustaría a otro sentirte dir. Esto puede hacer de ti un hipócrita, un adulador, en fin de cuentas un tipo despreciable… Si se habla y se vuelve a hablar en la escuela sobre las buenas acciones y estas no se ven por ninguna parte, las fuerzas del personal pedagógico se consumirán a combatir las contravenciones” (31).
“Estoy profundamente convencido que el objetivo de la educación comunista es el hombre, mientras la colectivitat no es sino el medio para conseguir este fin” (32).
“Vuelvo a decir con dolor que la irreflexiva obstinación a aplicar literalmente todas las opiniones de Antón Makarenko, la obstinación a demostrar que es cierto todo el que dijo y que el que disienta es un hereje, causa un mal inmenso ante todo al propio sistema de Makarenko, por cuanto mengua el papel de cuánto en él hay de ciertamente valioso y permanente” (33).
“Embutiendo en el ninguno de los niños verdades que se dan por demostradas generalizaciones y conclusiones, a veces el maestro no los deja acercarse al manantial del pensamiento y la palabra viva. De un ser activo y vivaz, el niño a menudo se convierte en una memoria mecánica… Para no hacer del niño un embalse de conocimientos, un depósito de verdades, normas y fórmulas hay que enseñarle a pensar” (34).
“Muchos males y muchas dificultades de la vida escolar tienen sus raíces en la indigencia pedagógica del maestro, la cual se manifiesta en que este maestro proporciona los conocimientos, los transfiere de su cabeza a la cabeza del alumno sin saber el que sucede en esta” (35).
“La teoría vive, es decir se enriquece, se perfecciona, porque la vida pule en ella nuevas facetas y suprime lo viejo, lo caduco. Mientras la teoría vive en la experiencia refractándose en el trabajo creativo individual de miles y miles de pedagogos, esta teoría se desarrolla. Si los preceptos teóricos se conciben como una cosa eterna, inmutable, apta para todos los casos, se produce la esclerosis de la teoría. La teoría se transforma en dogma” (36).
Experiencia que acabó cuando murió, todo y dejando tres mil setecientas páginas escritas y siendo galardonado como héroe del trabajo socialista y miembro de la Academia de Ciencias Pedagógicas de la URSS, su legado no tuvo continuidad.
Podemos entrever que el concepto taylorista y el pragmatismo impregnaron todos y cada uno de los ámbitos sociales, educativos, económicos, culturales y políticos.
Por la misma época, Gramsci también reflexionó sobre el sistema Taylor y lo expresaba así: “Taylor expresa con cinismo brutal la finalidad de la sociedad norteamericana: desarrollar en el trabajador, en un grado máximo, las actitudes maquinales y automáticas, destruir el viejo nexo psicofísico del trabajo profesional cualificado que exigía cierta participación activa de la inteligencia, de la fantasía, de la iniciativa del trabajador, y reducir las operaciones productivas al mero aspecto físico, maquinal. Pero, en realidad, no se trata de novedades originales, sino solo de la fase más reciente de un largo proceso que ha empezado con el nacimiento del industrialismo mismo, fase que es, simplemente, más intensa que las anteriores, y que se manifiesta con formas más brutales, pero que será superada ella misma con la creación de un nuevo nexo psicofísico de tipo diferente del de los anteriores y, sin duda, superior a ellos” (37).
Al mismo tiempo que reflexionaba sobre el papel de la ciencia: “¿Es ‘objetivamente’ verdadero todo lo que afirma la ciencia? ¿De manera definitiva? Si las verdades científicas fueran definitivas, la ciencia dejaría de existir como tal, como investigación, como experimento nuevo, y la actividad científica se reduciría a una divulgación de lo ya descubierto. Lo cual, por suerte, no es verdad en la ciencia. Pero si tampoco las verdades científicas son definitivas y perentorias, entonces la ciencia misma es una categoría histórica, un movimiento en desarrollo continuo.
Poner la ciencia en la base de la vida, hacer de la ciencia la concepción del mundo por excelencia, la que disipa las nieblas de todas las ilusions ideológicas, la que pone al hombre ante la realidad tal como esta es, significa recaer en la idea que la filosofía de la práctica necesita bases filosóficas fuera de sí misma. Pero, en realidad, también la ciencia es una superestructura, una ideología. ¿Puede afirmarse, sin embargo, que en el estudio de las superestructuras la ciencia ocupa una posición privilegiada, por el hecho que su reacción sobre la estructura tiene un carácter particular, de mayor extensión y continuidad de desarrollo, especialmente a partir del siglo XVIII, desde que la ciencia ha conseguido una posición separada en la estimación general? Que la ciencia es una superestructura se prueba por el hecho (entre otros) que ha tenido periodos de eclipse, para quedar oscurecida por otra ideología dominante, la religión, que afirmaba haber absorbido la ciencia; por eso la ciencia y la técnica de los árabes parecia a los cristianos brujería pura. Además: la ciencia misma, a pesar de todos los esfuerzos de los científicos, no se presenta nunca como una desnuda noción objetiva; aparece siempre revestida por una ideología, y es concretamente ciencia la unión del hecho objetivo con una hipótesis o un sistema de hipótesis que superan el mero hecho objetivo.
La superstición científica lleva consigo ilusiones tan ridículas y concepciones tan infantiles que la misma superstición religiosa queda ennoblecida. El progreso científico ha dado nacimiento a la creencia en y a la espera de un nuevo Mesías que realizará en esta tierra el País de Jauja; las fuerzas de la naturaleza, sin ninguna intervención de la fatiga humana, sino por obra de mecanismos cada vez más perfeccionados, darán abundantemente a la sociedad todo el necesario para satisfacer sus necesidades y vivir cómodamente. Contra esta vanidad los peligros de la cual son evidentes (la supersticiosa fe abstracta en la capacidad taumatúrgica del hombre lleva paradójicamente a esterilizar las bases mismas de esta fuerza y a destruir todo amor al trabajo concreto y necesario, para dedicarse a fantasear, como si se hubiera fumado una nueva especie de opio), hay que poner en obra varios medios, el más importante de los cuales tendría que ser un conocimiento mejor de las nociones científicas esenciales, divulgando la ciencia por obra de científicos y estudiosos serios, y no por medio de periodistas omniscientes y presuntuosos. En realidad, como se espera demasiado de la ciencia, se la concibe como una especie de brujería superior, y por eso no se consigue valorar con realismo el que la ciencia ofrece concretamente” (38).
¿Es revolucionaria la concepción neutra de la ciencia?
“Si comparamos la ciencia soviética con la ciencia occidental, no en términos de discurso filosófico o de intencionalidad política, sino en términos de la práctica… podemos llegar a la conclusión que ha estado mucho más lo que han tenido en común que lo que los ha separado…. En los debates soviéticos de las últimas décadas han ido desapareciendo todas las referencias a las diferencias entre la ciencia de la sociedad capitalista y la ciencia de la sociedad socialista. Los debates soviéticos se limitan al terreno de la interpretación filosófica de los resultados de la ciencia. Hay varias concepciones filosóficas, pero una sola ciencia: la “ciencia moderna”, la “ciencia contemporánea”, una ciencia universal compatible con los modelos capitalistas y socialistas debido a que el paradigma general de las ciencias, sus objetivos definidos en términos globales, corresponden con los valores y mitos, con las finalidades sociales que comparten ambos sistemas y porque son igualmente similares la forma en la cual l ciencia y la tecnología “organizan” la vida y fundamentan el ejercicio del poder… No hay un replanteo sobre la naturaleza cultural e histórica particular del conocimiento científico, sobre los valores y objetivos que encuentran su realización por la vía del conocimiento científico y la posibilidad de que otras finalidades o valores humanos puedan encontrarse amenazados por el desarrollo científico. No hay dudas ni diferencias, respecto a los objetivos de la ciencia ni en relación al hecho que esta se considerada como máxima expresión del desarrollo de la especie humana, como única vía por medio de la cual es posible el acceso a la verdad” (39).
Llama la atención la similitud existente entre los textos del conductista Burrhus Frederic Skinner sobre la ingeniería social aplicada de forma rigurosamente científica, para modificar la conducta en la sociedad capitalista, y los textos editados por la Academia de Ciencias de la URSS que, por boca de I.Andréiev afirmaba que “la gestión científica es antes de que todo y más que nada, el poner la actividad subjetiva de los hombres en correspondencia con las exigencias de las leyes objetivas”. En los dos casos no se pretende aumentar la capacidad de razonamiento y autonomía de pensamiento de los miembros de la sociedad, sino aumentar su status alienado.
La pregunta de si es revolucionaria la concepción neutra de la ciencia viene a cuento de la actitud tomada por la mayoría de formaciones comunistas actuales que han abrazado sin ningún tipo de duda la “ciencia” capitalista ligada a la impuesta pandemia que ha trastocado la sociedad mundial, y que como he escrito en otras ocasiones ha dejado patente la subordinación ideológica del proletariado a los intereses del capital.
Paz Francés, José Loayssa y Ariel Petruccelli han escrito un interesante libro, “La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo”, con una extensa cantidad de datos profundamente estudiados y contrastadas en el entorno de la pandemia. Libro que estaba previsto hacer una presentación del mismo a la Feria Literal, en teoría una feria de libros autodenominada “radical”, “transgresora”, “revolucionaria”, etc., pues prohibieron su presentación y coloquio previsto. De este libro vale recoger algunas de las consideraciones que realiza: “La pandemia transparentó procesos y situaciones preexistentes. En primer lugar que solo algunos sectores del gran capital poseen proyectos sociales a gran escala espacial y temporal, y recursos para llevarlos a cabo. El capitalismo digital está reorganizando la vida, la cultura y la economía. Sus agentes saben lo que quieren, conocen donde van y tienen capacidad para marcar la ruta y, ante situaciones imprevistas, adecuar la forma de actuación para conseguir sus hitos. Mal que nos pese, la izquierda política no dispone de la misma claridad de objetivos… de manera desigual y llena de contradicciones y excepciones, a largo plazo el teletrabajo y la cultura digital tienden a producir subjetividades individualistas y aisladas; pautas culturales fundamentalmente consumistas; tribus digitales cerradas en sí mismas; poderosos mecanismos por el control del trabajo y de la vida por parte de las corporaciones capitalistas.
Desde el momento en que las fuerzas de izquierda no supieron oponerse frontalmente a la estrategia sanitaria dominante, y asumieron el discurso de que estamos ante una epidemia equivalente a un cataclismo frente al cual se tienen que adoptar medidas extraordinarias a cualquier precio, la defensa de las libertades fundamentales ciudadanas cayó en picado. Peor todavía, se dejó esta defensa a manos de la derecha más reaccionaria… las fuerzas antisistema quedaron en una especie de limbo… El hecho de que la izquierda radical haya sido presa del pánico, asumiendo la hipótesis de la eficacia y viabilidad de las medidas de excepción, es un indicio de la carencia de autonomía e independencia de criterios.
En las grandes crisis, las vías más seguras suelen ser contraintuitivas. O mejor dicho, las grandes crisis ofrecen oportunidades de transformación social radical, a condición de que las fuerzas revolucionarias adopten políticas independientes y en general “arriesgadas” según dicen los que quieren conservar el estado de cosas preexistentes. Al cabo de más de un año no se ha conseguido instalar en el debate público de la inmensa mayoría de países (ni siquiera en aquellos gobernados supuestamente por fuerzas progresistas)” (40).
A lo largo de estas reflexiones, podemos intuir que la raíz del problema recae en la negación de realizar un análisis materialista y sacar unas conclusiones a la luz de lo que ha sido la evolución de las sociedades que en un momento dieron un paso importante con intención de modificar y trastocar la sociedad capitalista, pero también hemos podido comprobar como poco a poco, no avanzaron, sino retrocedieron en la historia hasta coincidir nuevamente con los postulados del liberalismo tanto en su base económica, como cultural.
Hace falta pues, profundizar la raíz del legado de Marx, Engels y otros revolucionarios desde una visión de totalidad, pues de lo contrario nos encontraremos en un callejón sin salida para analizar la realidad actual, tanto a nivel concreto de nuestro entorno, como más allá en los análisis internacionales. Pienso que más que nunca son ilustrativas las palabras de Polibio que fue uno de los primeros historiadores, entre el 203 y 120 a.n.e., que excluyó la acción divina entre las causas materiales y sus consecuencias: “Porque en general, los que están realmente convencidos de que por medio de las historias monográficas tienen una cuidadosa visión del conjunto creo que se les pasa una cosa parecida a quienes una vez han visto esparcidos los miembros de un cuerpo antes lleno de vida y belleza, juzgan al fin y al cabo que han estado testigos oculares suficientes de su vigor, vida y belleza. Pero si alguien volviera a componer de repente el cuerpo vivo y pudiera devolverle su integridad, con la forma y el bienestar de su espíritu y, una vez hecho esto, mostrara de nuevo el cuerpo a aquellos mismos que lo vieron hecho a pedazos, estoy seguro que todos confesarían que se habían quedado muy lejos de la verdad, tanto como los que ven visiones mientras sueñan. Es cierto que las partes pueden ofrecer cierta idea del todo, pero es imposible que de ellas se llegue a obtener un conocimiento completo y un juicio exacto” (41).
O, como afirmaba el filósofo humanista y vicepresidente de Cuba entre 1913 y 1917 y avalador de la Federación Estudiantil Universitaria fundada por Julio Antonio Mella: “Saber dudar… Nada más contrario al ejercicio normal de nuestras actividades mentales; nos entusiasma lo categórico y nada nos enamora tanto como un dogma” (42).
No se trata de renegar del pasado como han hecho y hacen los oportunistas, ni de quedar anclado en el siglo XIX o XX como hacen la mayoría de organizaciones que se autodenominan comunistas, se trata de recuperar la memoria de lo que fue, de lo que podía haber sido y de lp que no fue, para poder hacer nuestros los aciertos, rechazar los errores y avanzar en teoría y praxis, hacia el comunismo.
Para esta tarea, hace falta en primer lugar disponer de un proyecto, un proyecto que tiene que velar para que se lo hagan suyo las personas decididas a ser militantes comunistas que piensen con cabeza propia, que sean capaces de establecer una organización de acuerdo con el proyecto y no subordinar el proyecto a la organización.
Proyecto que, al hacer un serio análisis de nuestra historia reciente, tenemos que sacar conclusiones para establecer prioridades en la lucha cotidiana; proyecto que tiene que cuestionar hasta el tuétano la red política, educativa, cultural, económica y científica del capital y de sus lugartenientes. Para hacer patente este cuestionamiento , hace falta, como escribe Lenin en Materialismo y Empiriocriticisme, haciendo mención a la novela de Turguénev, Tierras Vírgenes, “Wer den “Feind will verstehen, mus im Feindes Lande gehen” (Quien quiera conocer su enemigo, que vaya al campo enemigo). Hace falta, pues, conocer, estudiar, analizar contenidos y formas del capitalismo corporativo de los siglo XXI, -el Imperialismo S.A.-, entre ellas el modelo llamado científico, e intentar dar respuestas desde una perspectiva de clase a todo el entramado.
Esta tendría que constituir una tarea urgente ante la imposición “manu militari” de la declaración de pandemia mundial y los intereses escondidos detrás, entre ellos el gran cambio de patrón tecnológico que intenta revertir la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Hurgar en sus mentiras y romper los miles de hilos invisibles, llamados “neutros” que subordinan el proletariado a los intereses del capital.
No es tarea fácil enfrentar por un lado los intereses del capital y por otra intentar una tarea pedagógica hacia los diversos colores de los que se denominan anticapitalistas pero que han quedado atrapados en las diversas trampas de la diversidad, donde se diluye, cuando no desintegra la concepción de unidad de clase e internacionalista.
El proletariado existe, el comunismo tiene que ser el futuro. Recuperar el nudo teórico y la praxis en unas condiciones que no habían podido imaginar ni los revolucionarios del siglo XIX ni los del siglo XX. Esta es la apuesta, este es el reto.