El terrorismo de Estado en Turquía

Son varios los países que han tenido su dosis mortífera de yihadismo como tratamiento de choque en momentos políticamente calientes.

El primero y más conocido fue el 11-S en Nueva York. En Francia fue el atentado de enero de este año contra Charlie Hebdo. En Londres fueron los atentados de 2005 y en España la masacre de Atocha durante una campaña electoral.

En Turquía ocurrió el 10 de octubre durante una manifestación por la paz en la que dos suicidas asesinaron a casi 100 personas. Como en los demás países, el atentado ocurrió en Ankara, la capital.

Desde ese mismo momento se pudo en marcha la correspondiente intoxicación propagandística de los medios orquestada por los servicios secretos que reparten las responsabilidades de la matanza hacia cualquiera, excepto hacia ellos mismos.

Para que nadie, excepto ellos mismos, puedan intoxicar, el gobierno interviene sobre las redes sociales, especialmente Facebook y Twitter.

El “modus operandi” del suicida doble es idéntico a otros dos atentados anteriores:

a) el de Dyarbakir, la capital de Kurdistán, en el mes de junio
b) el de Suruç, en el mes siguiente

También coincide otro hecho característico: la ausencias de policía por los alrededores, lo cual es muy sorprendente en Turquía, sobre todo durante una manifestación.

En este tipo de acciones el contexto es fundamental. En el caso del atentado de Ankara, se produjo precisamente cuando Erdogan estaba buscando un acercamiento al PKK que, no hay que olvidarlo, en Turquía tiene la condición de organización “terrorista”.

El atentado no sólo acabó con el acercamiento sino que la intoxicación mediático presentó al PKK como un posible responsable del mismo, es decir, que se trataba de autoatentado fantasmagórico.

Según parece, el acercamiento de Erdogan era consecuencia de presiones de Estados Unidos, que tanto en Irak como en Siria ha encontrado en los movimientos kurdos a sus mejores aliados. Los imperialistas buscarían consolidar la “autonomía” kurda de facto en el norte de Siria.

El atentado de Ankara no pudo resultar más contraproducente. Además de cortar las negociaciones del gobierno con el PKK, pasa a un ataque brutal contra las posiciones kurdas en las zonas fronterizas.

Las agresiones contra los kurdos lavan la cara a la complicidad del gobierno de Ankara con el Califato Islámico.

También lavan la cara de la política de “tierra quemada” de Erdogan, que ha lanzado 400 ataques coordinados contra organizaciones revolucionarias turcas, además de las kurdas, dentro de sus fronteras.

Además de las agresiones fascistas, el contexto está acompañado de la intoxicación permanente de los medios de comunicación, que va mucho más allá del PKK, extendiéndose a todos los kurdos que viven en Turquía, cuyas viviendas y comercios han sido arrasados.

Las elecciones del domingo se celebraron en un clima más parecido a una guerra civil que a una fiesta democrática.

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