El enorme crecimiento del trabajo telemático a causa del confinamiento no es ninguna “revolución” sino todo lo contrario, dice la historiadora Raquel Varela, especialista en el cambio de las condiciones laborales, el movimiento obrero y la historia europea del siglo XX.
No es un motivo de celebración. “Yo no lo llamaría una revolución laboral, sino una contrarrevolución, porque es dramática la gestión que se está haciendo del teletrabajo. Cuando más necesitábamos del trabajo colectivo, en equipo, creativo… Estamos devolviendo a la gente a su casa, transformando no el trabajo en una casa acogedora, sino nuestra casa acogedora en una tortura de trabajo”.
“Desaparece la frontera público y privado y se intensifica mucho la demanda de trabajo. Lo que pasa con el teletrabajo es una intensificación de la ganancia de las empresas, porque disminuyen los costes inmediatos e invaden la casa de la gente”, lamenta Varela.
Con la pandemia los servicios de salud han sido desmontados de su excedente “Si miras una autopista, tiene dos o tres vías y una cuarta de parada (la banquina o arcén). Esta vía cuesta mucho construirla, pero casi nadie la utiliza, solo cuando hay un accidente. En los servicios de salud necesitamos también de una vía extra para situaciones de excepción. Lo que pasa es que los países del proceso neoliberal han desmontado esta vía de seguridad y han reducido los centros sanitarios al mínimo para funcionar.
El confinamiento es una práctica medieval que se aplicaba cuando no había ciencia, no existían servicios públicos de salud… Los gobiernos capitalistas del mundo tuvieron que admitir que no tienen medios para combatir una pandemia de baja letalidad. Imagínese si hay una pandemia de alta letalidad. La única solución es una idea completamente enloquecedora desde el punto de vista de la salud mental y física de la gente que es el confinamiento, y que tiene un impacto destructivo en la economía. Se habla ya de que hay 30 millones de personas que pueden morir de hambre, se habla ya de una pandemia mental tremenda”.
“Los trabajadores están pagando la factura de la crisis y no quienes tienen grandes ganancias. Y el dinero no produce dinero”.
Varela entiende que es necesario “situar a los servicios públicos fuera de la ganancia. Tenemos que considerarlos esenciales y pagar muy bien a los funcionarios públicos, porque son los garantes de la civilización. Y eso implica una inversión en trabajadores, no en tecnología y máquinas. Nosotros necesitamos gente que trabaje. No podemos seguir premiando a los empresarios del mundo que ganan millones y consentir que los servicios públicos funcionen con salarios que no permitan soñar. Hay que devolver la esperanza a los centros de trabajo, hay que devolver la autonomía, la creatividad, la reducción del horario del trabajo, la progresión en la carrera: la gente tiene que trabajar feliz; el trabajo no puede ser una tortura”.
Interrogada acerca de si esta coyuntura puede servir de “escarmiento” o aprendizaje, la historiadora se muestra más bien escéptica. “Yo no creo que las sociedades funcionen por causa de la racionalidad científica, sino por la fuerza política. No he visto nada en los gobiernos europeos que muestre un cambio en las políticas. La gran política ahora es la reconversión industrial a la tecnología 4.0 de industria verde, cuando lo que necesitamos más que nunca son educadores, médicos, enfermeros, transportistas… Necesitamos cuidar a quien trabaja, no necesitamos una supuesta inversión de capitales en maquinaria”.
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